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En Taiwán, reciben cartas de despedida a décadas de ejecuciones

Paul Mozur / New York Times News Service

2016-02-06

Taipéi, Taiwán— El mes previo a su ejecución, en abril de 1952, Guo Ching escribió cartas a su madre, esposa e hijos para despedirse.
Las cartas tenían que viajar tan solo 225 kilómetros, pero tendrían que pasar 60 años para que las entregaran.
Cuando su hija recibió finalmente la despedida de su padre tras una prolongada negociación con el gobierno taiwanés, ella era ya sexagenaria, el doble de la edad de él cuando murió.
“Yo no dejaba de llorar, pues ahora podía leer lo que mi padre había escrito”, dijo la hija, Guo Su-jen. “Si yo nunca hubiera visto lo que escribió, no tendría sentido alguno de él como una persona viva. Su escritura lo revive de nuevo. Sin ella, él solo viviría en mi imaginación, como lo imagino”.
Las cartas están entre 177 descubiertas en la última década que fueron escritas por víctimas de la represión política conocida como el Terror Blanco. De 1947 a 1987, decenas de miles de taiwaneses fueron encarcelados y al menos 1,000 fueron ejecutados, en su mayoría al comienzo de los años 50, después de ser acusados de espiar para la China comunista.
Las misivas perdidas, que han sido entregadas a familiares en años recientes, son dolorosos recuerdos de décadas de gobierno autoritario en Taiwán, pequeña parte de la historia sepultada en archivos gubernamentales catalogados de manera deficiente. Sin embargo, la victoria contundente de la Presidenta electa Tsai Ing-wen y su Partido Democrático Progresista en enero pudiera sacar mucha más de esa historia a la luz: En su campaña, Tsai juró hacer más por registrar y corregir las injusticias del pasado autoritario de Taiwán.
Sin embargo, las cartas no solo son evidencia documental; son también las últimas expresiones de amor desde más allá de la tumba. Ofrecen palabras de consuelo a niños que crecieron sin conocer a sus padres y disculpas finales a cónyuges que criarían solas a los hijos.
Fueron descubiertas solo por casualidad en 2008, cuando una joven mujer solicitó información sobre su abuelo al archivo principal de Taiwán.
Dos semanas después de solicitar los registros, la mujer, Chang Yi-lung, recibió una pila de más de 300 páginas de documentos fotocopiados, en su mayoría registros judiciales y fallos. Dentro de esas páginas, ella descubrió cartas que su abuelo había escrito a su tía y tío y a su madre, quien aún no había nacido cuando él fue muerto.
A su madre, él le escribió: “Dejaré esta tierra en poco tiempo. Estoy intentando mantener la calma, para hablar contigo por primera y última vez sobre este papel. Temo que no puedas imaginar cómo es, ay. Enfrentar este momento y ser incapaz de verte una vez, abrazarte una vez, besarte una vez… me rompe el corazón. Mi arrepentimiento no tiene fin”.
Chang dijo que la respuesta de su madre a la carta no ha cambiado desde la primera vez que la leyó.
“Cada vez que ella la lee, es lo mismo”, dijo Chang. “Desde la primera palabra ella empieza a llorar. Ella nunca había visto a su padre, así que era como si él no existiera, pero cuando ella vio la carta, supo que tenía un padre, y que él la amaba a ella”.
Si bien el gobierno de Taiwán ha hecho un reconocimiento de algunos de los traumas de su pasado –incluyendo la creación de un museo dedicado a una notoria matanza de 1947–, los investigadores dicen que se han dedicado mucho menos recursos a llevar un registro de las décadas de represión política bajo el dominio del Kuomintang de Chiang Kai-shek, el Partido Nacionalista de China que gobernó Taiwán como un estado unipartidista desde 1945 hasta la primera elección presidencial y democrática de Taiwán, en 1996.
Los académicos dicen que poco se sabe sobre la mecánica de la represión bajo el Kuomintang, y que no se ha dado un estudio cabal y transparente de los archivos. Si bien los investigadores creen que muchos registros fueron destruidos, creen también que se ha impedido que otros salgan a la luz mediante una deliberada negligencia.
“Sabemos que hay cientos de miles de registros a los que se puede tener acceso, pero no ha existido un esfuerzo sistemático por estudiarlos”, dijo Huang Chang-ling, profesor de ciencia política en la Universidad Nacional de Taiwán. ¿Qué porcentaje hemos visto? Podría ser 10 por ciento o 90 por ciento, no tengo la menor idea, y no creo que alguien la tenga”.
Después de recibir las cartas fotocopiadas de su abuelo, la familia de Chang presionó al gobierno para que devuelva las cartas originales. El gobierno presentó objeciones al principio, argumentando que los documentos pertenecían al archivo. En 2011, con la ayuda de la Asociación Taiwanesa de la Verdad y Reconciliación, finalmente fueron entregadas a su familia.
Esta asociación, organización no-gubernamental albergada en el centro de Taipéi, recolecta cartas y efectos personales donados por parientes de los ejecutados. Su director ejecutivo, Yeh Hung-ling, abriga la esperanza de que éstas puedan ser expuestas algún día en un museo dedicado al Terror Blanco.
Entre los recuerdos están álbumes de fotos familiares que alguna vez pertenecieron a prisioneros ejecutados. Diversos prisioneros decoraron los libros con envolturas de dulces doblados de manera ornamental, usando los materiales que tenían para pasar el tiempo, dijo Yeh. Algunas de las cartas están escritas en chino simplificado, recordatorio de que muchos de los detenidos en la prisión de Kuomintang donde yace actualmente el Sheraton Gran Taipéi solo tenían conocimiento limitado del chino escrito, el resultado de 50 años de colonización japonesa.
En su mayoría son bajitos y formales, pero sus sencillos mensajes contradicen su importancia para las familias.
Para Guo, las cartas fueron un progreso en una vida pasada reuniendo pistas sobre lo ocurrido a su padre después de que se lo llevara la policía secreta, cuando ella tenía tres años de edad.
Ella dijo que su madre albergaba ira hacia su padre por anteponer la política a su familia y haberlo arriesgado todo al unirse a un grupo comunista de tipo clandestino.
“Ella solo tenía 23 años de edad”, dijo Guo. “Pasó de ser una niñita que asistía a la escuela, a contraer matrimonio. Era un ambiente sencillo, y después el cielo se vino abajo. Ella seguía pensando, ¿por qué hiciste esto? ¿Por qué me dejaste la pesada carga a mí?”
La carta ayudó a que la madre perdonara, pero llegó solo al final de su vida, cuando su mente ya estaba fallando.
En algunos casos, las cartas han reabierto emotivos debates. Algunos académicos argumentan que personas como el padre de Guo no fueron enjuiciados injustamente, en su caso porque se unió a un grupo comunista en una época en que el Kuomintang estaba saliendo de una guerra de varias décadas en contra del Partido Comunista de China.
Guo dice que su comunismo no tenía relación alguna con China, y que era una reacción a la represión del Kuomintang. De cualquier forma, dice, el aspecto de mayor importancia es que los registros sean catalogados y divulgados.
“La gente guardó silencio durante largo tiempo con respecto a este tema”, destacó. “¿Cuánto hemos retrocedido como sociedad? Mucha gente fue asesinada y encarcelada, ¿qué efecto tiene esto? Se debería discutir todo esto”.
Para algunas familias, ese tipo de discusiones son imposibles. La abuela de Chang murió antes de que ella pudiera ver la carta de su marido, en la cual él le pedía que casaran de nuevo. En un libro sobre las cartas, la madre de Chang contempla la inescrutable pérdida de un mensaje nunca entregado:
“Casada durante seis años y viuda durante 56. Durante toda su vida, mi madre nunca vio la carta y ella nunca volvió a casar. La historia no tiene “que tal sí”, pero si la carta hubiera llegado a mi madre el año en que fue enviada, ¿habría ella tenido la misma vida?”

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