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Controversial diplomático demócrata regresa al ruedo

William Neuman / New York Times News Service

2016-02-06

Washington— No todos los ejecutivos de capital privado tienen rifles AK 47, con marcas de batallas, colgados en la pared de su oficina.
Sin embargo, Bernard Aronson sí los tiene, recordatorios de una azarosa carrera como destacado diplomático y negociador en América Latina.
Un rifle fue el regalo de un comandante de las fuerzas guerrilleras de izquierda en El Salvador, el otro, de un dirigente del ejército derechista de la Contra en Nicaragua; dos países donde ayudó a terminar con años de matanzas.
Ahora, Aronson, quien opera una empresa de capital privado con sede en Washington, llamada ACON Investments, ha retornado, una vez más, al campo diplomático para fungir como el enviado especial del presidente Barack Obama a las conversaciones de paz entre el gobierno de Colombia y la fuerza rebelde más grande y más antigua del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, o FARC.
Las negociaciones para terminar un conflicto guerrillero que ahora ya tiene más de 50 años, se han estado realizando en forma irregular desde por lo menos el 2012. Ahora están entrando en una etapa crucial, con dos lados que se enfrentan a una fecha límite en marzo, autoimpuesta, para llegar a un acuerdo final.
Aronson, de 69 años, ha tenido un papel discreto, pero crucial al integrarse a las pláticas a principios del año pasado, en un momento en el que parecían en peligro de estancarse.
Se ha reunido en muchas ocasiones con negociadores de las FARC en La Habana, donde se han estado llevando a cabo las conversaciones, así como con los del gobierno colombiano. También se ha reunido con el presidente Juan Manuel Santos de Colombia y con Alvaro Uribe, un expresidente que es uno de los oponentes más francos de las conversaciones de paz.
“Bernie Aronson tiene conocimiento sin paralelo de cómo ser firme cuando se necesita serlo y, al mismo tiempo, cómo desarrollar la empatía que construye confianza”, dijo en un correo electrónico Sergio Jaramillo, uno de los principales negociadores de Colombia.
En tanto demócrata que fungió como secretario adjunto de Estado para asuntos interamericanos durante la presidencia del primer George Bush, Aronson ha hecho tanto la guerra como la paz.
Estuvo involucrado en la invasión de Bush a Panamá en 1989, y fue firme partidario de la lucha de los contras en Nicaragua, los que combatían al gobierno sandinista de izquierda. Si bien nunca tuvo algún cargo en el gobierno de Reagan, sí ayudó a elaborar un discurso importante en el que Ronald Reagan elogiaba a los contras como luchadores por la libertad en una batalla mundial en contra de la expansión soviética.
Sin embargo, Aronson también ayudó a lograr la desmovilización de los contras después de que los sandinistas perdieron las elecciones en 1990. Y tuvo un papel importante en la negociación de la paz en 1992, con la que terminó la guerra civil en El Salvador.
En una entrevista reciente en su oficina en Washington, a unas cuantas cuadras de la Casa Blanca, Aronson dijo que en las conversaciones en La Habana ha aplicado las lecciones que aprendió en esos incidentes anteriores. Su contribución más importante ha sido, simplemente, tratar con respeto las negociaciones con las FARC, dijo, quizá rompiendo el estereotipo del imperialista arrogante. El cambio en la posición del gobierno de Obama respecto a Cuba, un importante partidario de las FARC, también ha tenido un impacto.
“Quizá”, dijo, “ven que el enemigo no es el enemigo en el que pensaron alguna vez”.
Aronson jugó un papel similar en las pláticas de El Salvador, en las que se ganó la confianza de los comandantes guerrilleros. Fue el más prominente de esos comandantes, Joaquín Villalobos, quien le regaló a Aronson uno de los rifles que tiene en la pared de su oficina.
El arma está montada sobre una placa de madera en la que Villalobos escribió con un plumón: “Para Bernard, con el respeto y la amistad que nos ha dado la paz”.
El otro rifle está enmarcado, montado sobre terciopelo rojo. En 1990, los pacificadores de Naciones Unidas deshabilitaron el mecanismo para dispararlo, cuando se desmovilizó el ejército de la Contra.
Aronson, de voz suave pero insistente, con cabello blanco al estilo de Bernie Sanders, reflexionó sobre estos primeros incidentes y en el largo camino de las pláticas de Colombia, y recordó una conversación con Villalobos después del acuerdo de El Salvador.
“Le pregunté a Joaquín: ‘¿Podríamos haber hecho la paz antes?’”, recordó Aronson. “Y él dijo: ‘No creo, porque nosotros tuvimos que cambiar de opinión’”, añadió Aronson, “Yo creo que lo mismo es cierto con las FARC”.
El cambio de opinión más fundamental, dijo Aronson, fue decidir que la paz era preferible a más combates. Sin embargo, hubo otros pasos en el camino.
Se produjo un avance importante en septiembre, cuando ambas partes acordaron un marco de referencia para cómo se castigaría a los combatientes rebeldes por los crímenes cometidos durante la guerra y luego establecieron la fecha límite en marzo para el acuerdo final.
Con esas piezas establecidas, Santos y Rodrigo Londoño, el alto comandante de las FARC, quien usa el nombre de batalla de Tomochenko, se reunieron en La Habana y se dieron la mano frente a las cámaras, en una exhibición de su compromiso de llegar a un acuerdo.
Las agencias de noticias colombianas reportaron que Aronson estaba en la histórica reunión y se colocó una tarjeta con su nombre en la mesa con los presidentes. Sin embargo, no estuvo ahí. Era Yom Kipur, es el sagrado Día de la Expiación en la fe judía, y Aronson, quien es judío, estaba ayunando en su casa. “Fue mi momento tipo Sandy Koufax”, bromeó, refiriéndose al pícher de los Dodgers de Los Angeles, quien está en el Salón de la Fama y se negó a jugar durante la festividad.
Si bien persisten obstáculos significativos, los dos lados nunca antes habían llegado a estar tan cerca de terminar la guerra en la que han muerto más de 220,000 personas y millones han salido de sus casas. Santos estuvo en Washington el martes, donde se reunió con Obama, quien elogió a Aronson por su "vital papel en el proceso de paz".
Aronson creció en Rye, Nueva York. Su padre, Arnold, fue un personaje clave en el movimiento por los derechos civiles y tuvo un papel crítico en la movilización de partidarios judíos y blancos. Arnold Aronson ayudó a organizar la marcha a Washington de 1963, en la que el reverendo, doctor Martin Luther King, Jr., pronunció su discurso, “Tengo un sueño”, y el Aronson más joven, a la sazón alumno de secundaria, estaba entre la multitud.
“Recuerdo que mi padre hablaba por teléfono, recibía informes de a cuáles de sus amigos habían golpeado en los Viajes por la Libertad”, contó Aronson.
La carrera de Aronson parecería imposible hoy debido a la sobreexcitada atmósfera partidista de Washington.
Después de la universidad fue voluntario de Vista en una región pobre de Kentucky, prosiguió a trabajar con un grupo insurgente dentro del sindicato minero United Mine Workers que destituyeron al que había sido su secretario general por mucho tiempo, Tony Boyle. Posteriormente, empezó a escribir discursos para el entonces vicepresidente Walter F. Mondale, y luego para el expresidente Jimmy Carter, y trabajó en la oficina del jefe de gabinete.
Después de que Reagan fue elegido presidente, Aronson se convirtió en el director de normativas del Comité Nacional Demócrata, y el tiempo que estuvo allí se involucró en la inflamada polémica sobre la intervención estadounidense en América Central. Aronson respaldó la ayuda militar a los contras, pero quería que se comprometieran a proteger los derechos humanos.
Cuando Bush llegó a la presidencia en 1989, a Aronson le dieron el trabajo de secretario adjunto de Estado, con el respaldo de miembros de ambos partidos en el Congreso.
Fue una época de mucha actividad, cuando América Latina aparecía con regularidad en los titulares de los periódicos. Estaban los sandinistas, los contras, El Salvador, Panamá, las masacres en Haití, los capos del narcotráfico que amenazaban la estabilidad de Colombia y la crisis de la deuda latinoamericana.
Aronson ayudó a forjar el consenso bipartidista que condujo a terminar la guerra de los contras y hubo respaldo bipartidista para el proceso de paz en El Salvador.
“Había una tradición de los demócratas que trabajaban en gobiernos republicanos y viceversa, especialmente en política exterior”, contó Aronson. “El bipartidismo no era solo una idea a la ligera”, añadió. “Fue una política efectiva que convirtió estos problemas divisorios en situaciones en las que todos ganaron”.

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