Andrew Jacobs / New York Times News Service
2016-02-06
Wuzhong, China— Mientras el llamado a la oración resonaba fuera de los altos muros de la madrasa hasta llegar a la aldea que la rodea, docenas de chicos, vestidos de morado con casquillos del mismo color, salían de los dormitorios y se dirigían a la mezquita.
El ritual de la oración esa tarde, que poco ha cambiado desde que los comerciantes de Oriente Próximo que recorrían la Ruta de la Seda llegaron por primera vez al oeste de China hace más de mil años, era a la vez cotidiano y asombroso.
Ello se debe a que en muchas partes del país, oficialmente ateo, las restricciones religiosas hacen que sea un delito operar escuelas islámicas y se prohíbe que personas menores de 18 años entren en las mezquitas.
Al preguntársele sobre la flexibilidad del gobierno chino aquí, Liu Jun, de 37 años, principal imán en la escuela islámica Banqiao Daotang, sonrió con cierta complicidad.
“Los musulmanes de otras partes de China que vienen, en especial de Xinjiang, no pueden creer cuán libres somos y no quieren irse”, dijo cuando se refirió a las tierras muy al oeste, donde habita la acosada minoría étnica de los uigures. “La vida para los huis es muy buena”.
Con una población musulmana de unas 23 millones de personas, China tiene más seguidores del islam que muchos países árabes. Cerca de la mitad de ellos viven en Xinjiang, una extensión en Asia central, rica en petróleo, donde un ciclo de violencia y represión por parte del gobierno ha alarmado a los defensores de los derechos humanos y ha puesto nervioso a Pekín por las inquietudes relativas a la propagación del extremismo islámico.
Sin embargo, aquí en la Región Autónoma de Ningxia Hui, una creación administrativa relativamente reciente, que es el núcleo oficial de la comunidad musulmana hui de China, ese tipo de conflicto es casi inexistente, como lo son las limitaciones a la religión que los críticos dicen que son las que están impulsando el descontento de los uigures.
Por toda Ningxia y la adyacente provincia de Gansu, se levantan nuevas mezquitas de filigrana hasta en las aldeas más pequeñas, los adolescentes, chicos y chicas, pasan los días estudiando el Corán en las escuelas religiosas y los almuédanos llaman a los fieles a través de altavoces; un marcado contraste con las mezquitas de Xinjiang, donde las autoridades locales prohíben los llamados a la oración de esa forma.
En los bastiones de los huis, como Linxia, una ciudad en Gansu, conocida como la “Pequeña Meca” de China, hay mezquitas cada dos manzanas y, en ocasiones, es posible ver a las mujeres con velos, una decisión relativa al vestido que puede llevar a una detención en Xinjiang.
“Aquí es fácil vivir una vida intensamente musulmana”, comentó Ma Habibu, de 67 años, un chofer de camiones ya retirado, cuyo apellido, Ma, es común entre los huis y tiene un parecido fonético con el nombre de Mahoma. “Hasta funcionarios del gobierno en esta población son muy devotos y estudian el Corán todos los días”.
Descendientes de comerciantes persas y árabes que se asentaron a lo largo de la Ruta de la Seda y tomaron esposas chinas, los 10 millones de huis del país son una minoría principalmente definida por su fe y, a veces, en forma exclusiva por sus hábitos culinarios. Comparados con los uigures, ellos también han demostrado una habilidad asombrosa para coexistir con el Partido Comunista, una organización programada mentalmente para desconfiar de aquellos cuya principal fidelidad le pertenece a un poder supremo.
A diferencia de los uigures, quienes hablan un dialecto turco y cuyas facciones euroasiáticas los distinguen de la mayoría china han del país, los huis hablan chino y es frecuente que no se diferencien de sus vecinos no musulmanes. En gran parte de China, los casquillos blancos que usan los hombres y los pañuelos que las mujeres se ponen en la cabeza son todo lo que los delata. En muchos lugares, los huis también se han asimilado tan completamente que su única conexión con el islam es los vestigios de una aversión a la carne de puerco.
La mayoría practica un tipo moderado de islam, aunque la tradición no ve con buenos ojos los matrimonios mixtos. Es frecuente que los hombres que rompen con la convención y se casan fuera de la fe exijan que sus esposas se conviertan al islam.
“Los huis son un gran ejemplo de un grupo de personas muy diversas que, de alguna forma, se las han arreglado, a pesar de la enorme cantidad de opresión, para sobrevivir; y lo han hecho con bastante dinamismo”, explicó Dru C. Gladney, un profesor de antropología en el Colegio Pomona, quien estudia a los huis. “Han tenido 1,200 años para resolver cómo vivir con los hans, y tienen cuidado de no cruzar las líneas políticas”.
En entrevistas, muchos huis dijeron que su devoción a la higiene y la integridad personal, inspirada en la religión –así como, a evitar los cigarrillos, los licores y los juegos de azar–, los distingue de sus hermanos hans.
“Los huis solían vivir en barrios separados, pero, hoy día, los no musulmanes se están mudando a los barrios musulmanes porque los atrae nuestra comida limpia y nuestro sistema de ética”, explicó Ma Youming, de 35 años, un gerente de producción en una fábrica de sombreros en Wuzhong, la cual exporta casquillos religiosos a Indonesia, Malaysia y otros países musulmanes.
El Partido Comunista ha buscado cada vez más hacer uso de esta buena voluntad al posicionar a los huis como emisarios mercantiles ante el mundo musulmán, un papel que el presidente Xi Jinping ha reforzado con una iniciativa nacional para construir una nueva Ruta de la Seda, conocida como Un cinturón, un camino, con la que se busca revivir las antiguas rutas comerciales de China con Asia, Europa y Oriente Próximo.
En sitios como Wuzhong y Linxia, los funcionarios han creado parques industriales especiales para “productos musulmanes”, en los que se ofrecen terrenos baratos e impuestos bajos. La compañía de Ma, Yijia Ethnic Clothing, se encuentra entre las que se han beneficiado de las políticas gubernamentales favorables.
Parado en medio del matraqueo de las máquinas para bordar guiadas por computadoras, Ma dijo que ahora las tres plantas de Yijia Ethnic Clothing hacen 50 millones de sombreros al año y son los proveedores de más de dos terceras partes de los casquillos islámicos de bajo precio que hay en el mundo.
Ese éxito está impulsando una nueva operación para la compañía: una operación inmobiliaria con tema musulmán en Linxia que incluirá 6,000 departamentos, dos mezquitas, museos y un centro de exhibición de comida “halal”; todo ello extendido en una superficie de 190 acres.
Durante una visita reciente a las oficinas de la compañía, Ma Chunbo, un ejecutivo sénior, dijo que lo que se busca capitalizar con el proyecto es la creciente riqueza de los emprendedores huis, pero que también espera atraer a los no musulmanes.
“Nosotros queremos mostrarle al mundo que el islam es una religión tolerante, amante de la paz, no la religión de los burkas y el lanzamiento de bombas que la gente ve en las noticias”, dijo.
Estaba parado frente a un modelo a escala del proyecto, el cual incluye réplicas reducidas de las mezquitas más icónicas del mundo. “También queremos mostrar que en Linxia gozamos a cabalidad de las indulgentes políticas étnicas del gobierno”, notó.