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EU amplía lucha contra yihadistas con ataques en Afganistán

Michael S. Schmidt y Eric Schmitt / New York Times News Service

2016-02-05

Washington— Estados Unidos ha realizado al menos una docena de operativos –incluidas redadas de comandos y ataques aéreos– en las últimas tres semanas en contra de extremistas alineados con el Estado Islámico en Afganistán, con lo cual se extendió la campaña militar del gobierno de Obama en contra de la organización terrorista más allá de Irak y Siria.
Las operaciones siguieron a la decisión del presidente Barack Obama del mes pasado de extender la autoridad de los comandantes estadounidenses para atacar a una nueva rama del Estado Islámico en Afganistán. El gobierno –al que los republicanos acusan de no tener una estrategia para derrotar a la organización– está poniendo al día los planes para cómo combatir a la organización terrorista en zonas donde ha desarrollado afiliadas por todo Oriente Próximo y Africa.
Muchos de estos ataques y redadas recientes en Afganistán han ocurrido en la región de Tora Bora, en la provincia de Nangarhar –un área montañosa e inhóspita en la parte oriental del país, cerca de la frontera con Pakistán. Fue en Tora Bora que Osama bin Laden y otros extremistas de alta jerarquía de Al Qaeda, se refugiaron durante la invasión liderada por Estados Unidos en el 2001 y, al final, evadieron la captura ingresando subrepticiamente a Pakistán.
Comandantes estadounidenses en Afganistán dijeron que creen que habían matado a entre 90 y 100 extremistas del Estado Islámico en los operativos recientes. Funcionarios de inteligencia estiman que hay aproximadamente mil combatientes del Estado Islámico en la provincia de Nangarhar y, quizá, varios miles más en otras partes del país. Sin embargo, hasta los generales que dirigen las misiones reconocen que una organización extremista resistente puede reclutar a nuevos combatientes para remplazar a los que mueren en los ataques estadounidenses.
“Ahora tenemos reglas de combate en las que se reflexionó muchísimo”, dijo Ashton B. Carter, el secretario de la defensa de Estados Unidos, la semana pasada, y añadió que “nos permiten hacer lo que pensamos que se necesita hacer”.
Aun cuando Obama había declarado el fin de las misiones de combate en Irak y Afganistán, los operativos son parte de una huella militar estadounidense que continúa y, potencialmente, se expande en Oriente Próximo y Africa para combatir en contra del Estado Islámico, también conocido como EIIL o por sus siglas en inglés, ISIS e ISIL.
En Irak, Estados Unidos tiene alrededor de 3,700 tropas, incluidos instructores, asesores y comandos. En Siria, hay varias docenas de fuerzas de operaciones especiales en tierra. Carter ha dicho que Estados Unidos y sus aliados están buscando hacer más, y les ha pedido a otros países –incluidos varios árabes– que contribuyan más a la campaña militar a medida que se mueve para reclamar Mosul en Irak y Raqa en Siria, las dos ciudades importantes que controla el Estado Islámico.
Funcionarios gubernamentales sopesan un nuevo plan para una campaña en Libia, con la que se profundizaría la participación militar y diplomática de Estados Unidos en otro frente más contra el Estado Islámico. Estados Unidos y sus aliados están incrementando los vuelos de reconocimiento y la recopilación de inteligencia allá –y hasta está preparando para posibles ataques aéreos y redadas de comandos, según altos funcionarios estadounidenses. Las fuerzas de operaciones especiales se han reunido con varias organizaciones libias en los últimos meses para aprobarlas para posibles acciones en contra del Estado Islámico.
En Afganistán, comandantes estadounidense y aliados temen que la combinación de extremistas leales al Talibán, la red Haqani y el Estado Islámico esté resultando ser demasiado formidable como para que las fuerzas de seguridad afganas, todavía en apuros, puedan combatirlas por sí solas.
Estados Unidos tiene 9,800 fuerzas de combate en Afganistán. Aunque esa cifra está programada a bajar a 5,500 para cuando Obama deje el cargo en enero próximo, y funcionarios del gobierno y militares, en privado, están dando indicios de que el presidente podría volver a atrasar el retiro de tropas a finales de este año.
En una comparecencia la semana pasada, al teniente general John W. Nicholson, Jr., a quien Obama propuso para ser el próximo comandante en Afganistán, el senador John McCain, presidente del Comité de los Servicios Armados, le preguntó si creía que la situación general de la seguridad en Afganistán se estaba deteriorando en lugar de mejorar.
“Señor, estoy de acuerdo con su evaluación”, dijo Nicholson, un veterano de múltiples desplazamientos a Afganistán. Dijo que los talibanes habían combatido a las fuerzas de seguridad afganas “más intensamente de lo que quizá hayamos previsto” y que fue inesperado el ascenso del Estado Islámico allá.
Nicholson dijo que, si el Senado lo confirma, tomaría los primeros 90 días para revisar las dos primeras misiones en Afganistán –de contraterrorismo, y de asesoría y asistencia a las fuerzas afganas– antes de dar sus recomendaciones para los niveles de las tropas estadounidenses en ese país. El comandante saliente, el general John F. Campbell, deberá comparecer ante el Congreso esta semana y se espera que, de la misma forma, subraye la amenaza en aumento del Estado Islámico.
De conformidad con normativas recién distendidas, que la Casa Blanca envió al Pentágono el mes pasado, el ejército ahora solo debe mostrar que un blanco propuesto está relacionado con combatientes del Estado Islámico en Afganistán. Antes, solo se podía golpear a un blanco si tenía vínculos significativos con Al Qaeda.
El ejército también había podido golpear blancos del Estado Islámico en defensa propia, pero las nuevas normativas reducen el estándar para tales operativos defensivos en contra de la organización.
Son significativas las diferencias entre los combatientes del Estado Islámico en Afganistán y los de Irak y Siria.
En Afganistán, una mayoría de los extremistas eran parte evidente del Talibán local o de la red Haqani, y muchos de ellos ahora se han “renombrado” integrantes del Estado Islámico. Mientras que la mayoría de los dirigentes de la organización en Irak y Siria son originarios de esos países, muchos de sus combatientes son de otros países de Oriente Próximo y Europa.
Los extremistas del Estado Islámico en Afganistán reciben algo de dinero de los dirigentes en Irak y Siria, pero hay poca evidencia de que les den muchas directrices en cuanto a cuándo y dónde lanzar los ataques, según funcionarios militares. Ha habido pocos ejemplos de militantes del Estado Islámico en Afganistán que puedan comunicarse efectivamente unos con otros para llevar a cabo ataques complejos, como los que lanzan a menudo en Irak y Siria. No obstante, la organización se ha adjudicado la responsabilidad de varios bombazos mortales en Afganistán, en los meses recientes.
El presidente Ashraf Ghani de Afganistán ha agradecido a funcionarios estadounidenses por sus esfuerzos recientes en contra del Estado Islámico, mismo que, teme, está acumulando fuerza, según altos funcionarios estadounidenses.
A medida que se ha expandido el Estado Islámico en Afganistán, también ha combatido a los talibanes, ya que ambas organizaciones han competido por la influencia y el dinero.
“Están tratando de asumir el control en el ámbito local, en los retenes, sobre el narcotráfico, sobre la afluencia de bienes ilícitos”, dijo el general brigadier Wilson A. Shoffner, un portavoz del ejército estadounidense en Afganistán, en entrevista telefónica el domingo.
Si bien el Estado Islámico ha surgido en Afganistán, pareciera que está reapareciendo un viejo enemigo ahí.
En octubre, comandos estadounidenses y afganos, respaldados por veintenas de ataques aéreos estadounidenses, cayeron sobre un campo de entrenamiento de Al Qaeda en el sur del país, que, dijeron funcionarios militares, era uno de los más grandes que se hayan descubierto.

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