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Israel libra batalla en frentes culturales

Steven Erlanger / New York Times News Service

2016-02-04

Jerusalén— Ha habido luchas por libros, música, obras de teatro, fondeo para las artes y premios académicos. Dado que se trata de Israel, han estado sustentadas en fieros intercambios retóricos sobre la democracia, el fascismo y el fanatismo; la identidad; el futuro del Estado, y el destino de los judíos.
Casi cada semana se abre un nuevo frente en la cultura, por las reacciones en cadena de los cambios en la demografía israelí, en las actitudes y la política que están ocurriendo en la sociedad.
El más reciente, que se dio el miércoles, fue un ataque de un grupo de extrema derecha contra queridos íconos literarios de la izquierda, que incluyeron a Amos Oz, A.B. Yehoshua y David Grossman, escritores a los que se ha considera la voz –y la conciencia– del Estado durante años. La organización, Im Tirtzu, inició una campaña de carteles en los que dice que los escritores son “infiltrados en la cultura”, lo cual provocó acusaciones de macartismo y cosas peores, incluso, de muchos de derecha.
El primer ministro Benjamín Netanyahu y varios miembros de la coalición conservadora se unieron al coro de condenas por el vilipendio de tales pilares culturales israelíes. Sin embargo, algunos de esos mismos ministros han estado detrás de muchas de las otras batallas. La anterior ronda fue idea de Miri Regev, la divisiva y conservadora ministra de la cultura y el deporte, quien quiere negarle dinero estatal a instituciones que no expresen “lealtad” al Estado, incluidas las que muestran irreverencia a la bandera, incitan al racismo o la violencia, o subvierten al Estado judío y democrático.
Regev dijo que el objetivo de esta iniciativa “Lealtad en la cultura”, propuesta como una enmienda a la ley presupuestaria, es “para, por primer vez, dar apoyo a un institución cultural en función de su lealtad al Estado de Israel”. Agregó: “No seré cajero automático; tengo una responsabilidad por el dinero público”.
Para Meir Wieselteir, un muy conocido poeta, la ley “nos acerca más al ascenso del fascismo y expone su verdadero rostro”. Sin embargo, Isi Leibler argumentó en The Jerusalem Post que el gobierno “no está obligado a subsidiar la satanización de la nación” y, más bien, debería apoyar “que se inculque el amor a Israel”.
La serie constante de tales conflictos respecto a qué obras culturales debería promover el Estado para que los niños en edad escolar lean o para que los ciudadanos vean y escuchen, es parte del drama político en el que los políticos de una generación nueva están compitiendo por una posición como dirigentes del campo nacionalista.
El elenco incluye a Regev, de 50 años, un poder en ascenso en el Partido Likud de Netanyahu; a Ayelet Shaked, de 39 años, franco, de línea dura, del conservador Partido del Hogar Judío, y Naftali Bennett, de 43 años, el ministro de educación y jefe de Hogar Judío.
El Israel al que representan es más religioso y está menos obligado hacia los valores y herencias de la antigua elite europeizada y su izquierda decreciente. No se excusan por su nacionalismo, son solidarios tanto con los judíos que tienen antecedentes sefaraditas –“mizrahi” o de Oriente Próximo–, más pobres, como de los colonos en la Cisjordania ocupada, y son impasibles ante las críticas de dirigentes internacionales y de activistas liberales.
“No es solo una guerra cultural, es política, demográfica y social al mismo tiempo”, comentó Nahúm Barnea, uno de los columnistas más influyentes de Israel. “La esencia de la lucha es: ¿quién es la elite dedicada, quiénes son los legítimos herederos del movimiento sionista que construyó al Estado?”.
Yossi Klein Halevi, un investigador sénior en el Instituto Shalom Hartman, dijo que las guerras culturales reflejan “un creciente sentido de asedio” que los israelíes sienten viene de la región y el mundo.
“Esto ha desencadenado los temores más profundos en la psique judía, temores de los que el sionismo trató de liberarnos”, explicó. En lugar de sentir que son “una nación normal entre naciones”, dijo, muchos israelíes están regresando a una versión estatista del antiguo gueto judío y la respuesta israelí cada vez más es la de ver a aquellos de nuestros compatriotas a los que se percibe que se confabularon en este proceso de sitio o lo están fomentando como colaboradores”.
Sin embargo, Leibler, el columnista de The Jerusalem Post, defendió a Regev y Bennett porque están tratando de “restablecer un clima que nutre al amor por Israel y promueve el orgullo en la herencia judía”, después de años en los que “la extrema izquierda, los posmodernistas y hasta los postsionista se apoderaron del ministerio de educación”.
Este mes, el periódico de inclinación izquierdista, Haaretz, resaltó las discusiones internas en el ministerio sobre qué obras artísticas podrán considerarse “políticamente indeseables” para los alumnos de secundaria. Entre los criterios, dijo el diario, estaba si los artistas se presentarían en los asentamientos en Cisjordania y declararían su lealtad al Estado y al himno nacional, algo que es particularmente problemático para los ciudadanos árabes de Israel.
Las discusiones internas no son la norma, pero, hasta ese artículo atrajo respuestas mordaces, como la de Oded Kotler, un destacado actor y directo israelí, quien comparó a Israel con la Unión Soviética y dijo en Radio Israel: “Se está haciendo una verdadera guerra cultural, pero la guerra de ese lado del mapa político es un indicador de fanatismo, oscurantismo y coerción”.
Kotler hizo enfurecer al gobierno y a la derecha política en el verano, cuando comparó a los partidarios con “ganado rumiante”. Eso fue como respuesta al esfuerzo de Regev por congelar el fondeo estatal de un teatro árabe en Haifa debido a una obra de teatro sobre un prisionero palestino que asesina a un soldado israelí. La obra, “Tiempo paralelo”, había encolerizado a la derecha y Bennett prohibió las excursiones escolares para verla.
Regev, quien declinó una entrevista para este artículo, también pidió al ministro de la justicia que examinara si el teatro Al Midan tenía vínculos con actividades terroristas.
La izquierda se mofa con regularidad de la ministra de la cultura porque le dijo al periódico Hayom de Israel que nunca había leído a Chejov y casi nunca fue al teatro cuando era niña”, pero dijo que escuchaba “canciones sefaraditas”.
“Alguien que nunca ha estado en un teatro o un cine, y que nunca leyó a Chaim Nachman Bialik”, dijo Regev, hija de inmigrantes de Marruecos, refiriéndose a un poeta famoso, de ascendencia europea, “también puede ser culta”.
Regev, quien fuera generala y portavoz militar, también dijo que quería indagar cuál es la lista discográfica de Galgalatz, la popular estación de música del ejército, para asegurar que se toquen más obras israelíes y “mizrahi”. Eso provocó un enojado rechazo de Moshe Yaalon, el ministro de la Defensa, que controla a la estación.
Regev y Bennet también han tenido choques que incluyen la decisión de éste de otorgar un premio nuevo a los artistas que “promuevan la cultura judía”, porque ella dijo que los premios culturales son su dominio –su ministerio da su propio premio “que refleja los valores sionistas y la historia”– y amenazó con llevar a Bennett ante el fiscal general, si no le transfiere el presupuesto para el premio.
Sin embargo, desde hace poco que esos premios han quedado atrapados en la política como nunca antes. Haim Gouri, un destacado poeta, se negó a aceptar este mes un premio “por obras de arte sionistas” que le otorgó el ministerio de la cultura por su libro más reciente: “Though I Wished for More of More” (Aunque deseaba más de más).
Gouri, de 92 años, dijo que su libro es demasiado personal para un premio y que debería utilizarse para darle un empujón a la carrera de algún artista más joven. También cuestionó el propósito de tal premio, al que la derecha creó como un gesto político hace varios años, en respuesta a un boicot cultural contra los asentamientos.
“¿Cuál es el precio del arte sionista?”, preguntó en una entrevista para un periódico. “Todo lo que se crea en Israel es un premio para el arte sionista”.
Regev también quería recortar el financiamiento del teatro infantil árabe-judío Almina en Jaffa porque su director, Norman Issa, un actor cristiano, se negaba a presentarse con otro grupo teatral en un asentamiento en Cisjordania. Al final, él cedió.
Bennett, por su parte, decidió, en contra de expertos del ministro, prohibir que en las listas de las lecturas de enseñanza media apareciera una novela sobre un romance entre una israelí y un palestino, al parecer, por temor a que se promoviera la asimilación. El romance ocurre en el extranjero; la pareja se separa cuando regresan a Israel y a Cisjordania. Bennett dijo que la novela “Borderlife”, (Vida fronteriza) por Dorit Rainyan, denigra al Ejército israelí, y el jefe de su comité ministerial dijo que “podría incitar al odio y causar tormentas emocionales” en los salones de clase.
De hecho, el debate sobre el libro incrementó las ventas del libro, algo que, en una entrevista, Rainyan atribuyó a “la fortaleza de la democracia israelí”.
La novel empieza cuando la israelí, que es sefaradita, está bajo sospecha de ser terrorista en Nueva York debido a su aspecto “árabe” y porque escribe de derecha a izquierda. “Este es el vínculo que la conecta con el palestino”. Explicó Rabinyan. “Yo no considero que mi israelicidad sea hegemónica”.
“No estoy lista para renunciar a mi humanidad ni a mi patriotismo, aun si el señor Bennett exige que renuncie a una o a la otra”, añadió. “Yo llevo la ambivalencia dentro de mí y en mi literatura, y la gente quiere declaraciones sin ambages, y yo no soy así”.
Posteriormente, el ministerio dijo que no se había “inhabilitado” al libro del plan de estudios, que, simplemente, “no se había incluido”.

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