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Puestos de control aíslan a indocumentados en Texas

Manny Fernández / New York Times News Service

2015-11-29

Brownsville, Texas— Elizabeth Lopez nadó para cruzar el rio Bravo hace 19 años y llegar a Estados Unidos, donde empezó a limpiar casas y a criar a tres hijas en esta ciudad de palmeras que se mecen, en el extremo sur de Texas.
A ella no le importaba que su vida estuviera confinada a una estrecha franja del país; a una zona al norte de la frontera mexicana, pero al sur de los retenes de tránsito que opera la Patrulla Fronteriza dentro de Texas. Todo cambió en el 2010, cuando nació su cuarto hijo, Angel, con síndrome de Down y problemas de colon y corazón. Vivir en lo que algunos llaman la “jaula de oro” adquirió, de pronto, un significado totalmente nuevo.
Durante décadas, estos retenes internos, hasta a 100 millas al norte de la frontera, han dejado a miles de inmigrantes indocumentados y sus familias en el valle del río Bravo en una especie de dimensión desconocida. Su aislamiento solo se ha intensificado a medida que se ha reforzado la seguridad fronteriza. Y, aun cuando ninguna de las partes del debate sobre la inmigración, se ha centrado en el problema hasta ahora, eso podría estar cambiando.
Quienes están atorados aquí tienen pocas opciones además de esperar. No pueden ir al norte por temor a que los atrapen al tratar de pasar los retenes en coche o morir en las vastas extensiones de maleza tratando de rodearlos. Y no van al sur por las mismas razones por las que, para empezar, salieron de México.
Las oportunidades económicas aquí son mejores para los inmigrantes y sus hijos, muchos de ellos ciudadanos estadounidenses, y algunos huyeron por amenazas de violencia.
La imposibilidad de viajar al norte les complica la vida en miles de formas. A Lopez y Angel, les obstaculiza la atención médica. Los inmigrantes también han dejado de asistir al funeral de familiares, se han negado a evacuar al acercarse los huracanes, han reducido la búsqueda de empleo; todo porque temen aventurarse más allá de los retenes.
Lopez, quien pidió que se la identificara por nombre y apellido, quiere que especialistas de Corpus Christi operen a Angel, ahora con cinco años, más allá de los retenes. El puede pasar fácilmente –nació en Brownsville y es ciudadano estadounidense–, pero Lopez no porque es indocumentada y ya la deportaron una vez. Es madre soltera y no tiene parientes que pudieran llevar a Angel en su lugar.
“Si no estuviera ahí”, Lopez, de 41 años, dijo hace poco sobre la línea de retenes, “ya estaría mejor”. Angel no había ido a la escuela ese día a causa de uno de los ataques de diarrea que sufre cada tantas semanas.
Funcionarios de la Patrulla Fronteriza dicen que los retenes evitan que los inmigrantes y contrabandistas que cruzaron ilegalmente la frontera se adentren en Estados Unidos.
En cierta forma, los inmigrantes aquí encaran restricciones que debieron haber esperado. Llegaron al país en forma ilegal y ahora deben tratar de vivir sin que los detecten, en una región con una fuerte presencia de la Patrulla Fronteriza. Sin embargo, su aislamiento es extraordinario en comparación con el de otros inmigrantes que violaron las mismas leyes.
Los padres de Erasto Renteria no podrían asistir a su graduación de la Universidad de Texas, en Austin, en el 2017, aunque viven en San Benito, cerca de la frontera, a solo cinco horas en coche. Son indocumentados y tendrían que pasar por los retenes si se dirigieran al norte.
“A medida que se acerca cada vez más, me hace pensar en si, de verdad, quiero graduarme a tiempo porque es realmente difícil para mí decir que me graduaría sin mis padres”, dijo Renteria, de 20 años.
El mundo de Adela Menchaca se extiende solo dos condados. Desde que entró ilegalmente en Estados Unidos en 1999, Menchaca, de 44 años, quien vive en Edinburg, nunca ha viajado más de unas 25 millas al norte, 20 millas al oeste u 80 al este. Su hija Roxana se mudó a Austin después de egresar del bachillerato en mayo, pero Menchaca no la ha visitado. Su madre murió en México en el 2001, pero no pudo ir al funeral.
A primera vista, no hay nada sofocante sobre la vida de Menchaca en Edinburg. Los gallos cacaraquean bajo los papayos afuera del tráiler que su esposo y ella convirtieron en casa. Criaron a cuatro hijos: ella limpiando casas y vendiendo tamales y productos de Avon, y él trabajando en la construcción.
Sin embargo, en una ocasión trató de convencer a su esposo, quien a pie rodeaba un retén interno en los 1990, de que juntos deberían de tratar de hacer el viaje. El se quedó sin agua en los matorrales del sur de Texas y bebió de un abrevadero que usaban los animales y le dijo que no valía la pena el riesgo.
“Es tal impotencia por que no puedas irte”, dijo el esposo, quien forma parte de una campaña en medios sociales de United We Dream, una red nacional de jóvenes inmigrantes. Se compartió una fotografía de Menchaca y de su descripción de estar “atrapada en el valle del río Bravo” en Facebook y Twitter.
Según el Instituto de Política de Inmigración en Washington, alrededor de 130,000 inmigrantes indocumentados viven en dos de los cuatro condados del valle del río Bravo. Y expertos dijeron que ellos, y miles en los otros dos condados, han limitado sus movimientos debido a los retenes. Algunos pasan exitosamente, pero otros no, y otros más nunca se arriesgan.
La situación no es exclusiva del valle del río Bravo. La Patrulla Fronteriza opera más de 30 retenes permanentes en Texas, Nuevo México, Arizona y California. Los defensores de los derechos de los inmigrantes dijeron que los indocumentados que viven al sur de los retenes en otros estados también están aislados en forma parecida.
“Es bastante común en toda la zona de la frontera”, dijo Vicki B. Gaubeca, la directora de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles del Centro Regional para los Derechos Fronterizos de Nuevo México en Las Cruces.
Uno de los retenes en el sector del valle del río Bravo queda a 70 millas al norte de la frontera, cerca del pueblo de Falfurrias y es donde se aprehende a la mayor cantidad de personas que han entrado en el país ilegalmente: 14,243 de octubre del 2014 a agosto.
Funcionarios de la dependencia no se disculpan por las penurias que experimentan los inmigrantes indocumentados que viven entre la frontera y los retenes, pero dicen que familias con graves necesidades médicas pueden usar visas de corto plazo o la llamada libertad humanitaria bajo palabra para viajar más allá de ellos. Funcionarios dijeron que la dependencia se aseguró de que la gente tuviera acceso a la atención médica de urgencia.
“Sin los retenes, entonces tienes narcóticos y gente que solo llega directo de las carreteras”, dijo Raul L. Ortiz, el jefe en funciones del sector del valle del río Bravo de la Patrulla Fronteriza. “Creo que, como organismo, nosotros removemos cielo y tierra para ayudar a las personas necesitadas”.
En esta parte del sur de Texas, solo hay dos carreteras principales que llevan al norte desde la frontera, y cada una tiene un retén, en Falfurrias y en Sarita. Estos retenes están rodeados de ranchos, sensores de detección de movimiento y terreno escabroso. Funcionarios en el condado de Brooks, donde está el retén de Falfurrias, dijo que se han encontrado 459 cadáveres de personas desde el 2009. Los activistas piensan que eran inmigrantes que murieron por el calor y el agotamiento cuando trataban de rodear el retén.
George Rodriguez, un activista conservador en San Antonio, puso en duda la idea de que estén atrapados los inmigrantes indocumentados. “La ley dice que si entras ilegalmente en el país, hay consecuencias”, dijo. “La forma de resolver este problema es simple. Entras legalmente y luego ya no encaras complicaciones”.
La doctora Carmen Rocco, la pediatra que atiende a Angel, dijo que no se sabe con claridad cuántas operaciones lo ayudarían para estar bien. Sin embargo, anotó que si Lopez tuviera acceso fácil a una ciudad con un centro médico infantil, Angel tendría mejor salud.
Lopez dijo que solo ha salido del valle una vez desde 1996 a causa de los retenes, fue cuando hizo un viaje horroroso hace cinco años. Angel tenía cuatro meses de edad y necesitaba una operación del corazón con urgencia. Lopez contó que pasó volando sobre los retenes en un helicóptero médico con Angel, hasta un hospital en San Antonio, y que estaba aterrada no solo porque Angel podría morir, sino por que la pudieran volver a deportar.
El helicóptero aterrizó en San Antonio y ella vio a unas personas que se acercaban caminando hacia ella, dijo. Llevaban uniformes verdes –el mismo color que usan los agentes de la Patrulla Fronteriza– y pensó que la habían atrapado.
Sin embargo, fue una especie de espejismo provocado por los años de temer a los retenes. Esas personas no eran de la Patrulla Fronteriza. Eran paramédicos uniformados.

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