Steven Erlanger / New York Times News Service
2015-11-29
París—Dos semanas después de los atentados del 13 de noviembre aquí, muchos de los homenajes alrededor de la Plaza de la República están escurridos, los letreros dibujados a mano empapados por la lluvia, las velas agotadas, las flores dejando caer sus pétalos.
En el pedestal, que soporta una estatua de bronce de poco más de 9 metros de altura de Mariana, la encarnación de la República Francesa, hay incluso más afiches hechos jirones que leen; “Je suis Charlie”, remanentes de la solidaridad posterior a los atentados de enero, en los cuales extremistas islamistas atacaron el semanario satírico Charlie Hebdo y un supermercado kosher.
Sin embargo, los ataques de hace dos semanas fueron diferentes: asesinatos al azar de 130 personas en un concierto, afuera de un partido de futbol y en las terrazas de cafés y centros nocturnos. Si bien las autoridades al principio inundaron las calles con oficiales de policía y soldados para tranquilizar a la población, ahora son menos visibles, con patrullas menos frecuentes en puntos turísticos y centros de transporte. Guardias de seguridad en algunas tiendas siguen inspeccionando las bolsas de clientes y pidiéndoles a que abran sus abrigos, pero todo parece indicar que buena parte de ese escrutinio también se está desvaneciendo.
Pero, a medida que París honraba a los muertos este viernes en una solemne ceremonia, seguía como una ciudad en estado de choque; tétanisée, como dicen los franceses. Los Campos Elíseos, con sus magnificas iluminaciones navideñas, y la tienda Cartier con su apariencia de presente masivo con un brillante listón rojo de luces, están inusualmente vacíos. Turistas han cancelado sus viajes y habitantes locales se han apresurado a volver a casa, lejos de otro objetivo potencial.
París apenas está aceptando lentamente la idea de que este ataque de partidarios de Estado Islámico, muchos de ellos nacidos franceses, muy probablemente no sea el último.
Bouchra Wagner, de 45 años de edad, es dueña de dos puestos del mercado con su marido en el Marché des Enfants Rouges, cerca del salón de conciertos de Bataclan que fue uno de los objetivos de los atacantes. Nacida en Casa Blanca, ella ha estado en Francia durante más de 20 años. “Todos estamos de duelo”, dijo. “Se ha vuelto parte de nuestra vida cotidiana, ahora vivimos con eso”.
Podría ocurrir otro ataque, dijo, “cuando sea, donde sea”.
Bruno de Frias, de 30 años de edad, estaba en el bar Le Carillon con su novia y dos amigos cuando los terroristas empezaron a disparar y escapó a través de la cocina. “Todos me están diciendo que vea un psicólogo, pero sencillamente no tengo tiempo”, dijo. “Pero, está profundamente aquí”, agregó, apuntando a su parte media, y los recuerdos vuelven “como destellos”.
“La gente tiene miedo”, dijo de Frias. “Me hace sentir preocupado por la ciudad”.
Como florista, dijo que él ha estado vendiendo “toneladas de rosa blanca” para quienes desean recordar a los muertos de la matanza de Bataclan, colocando tributos al pie de Mariana. Ahora, dijo, “hemos empezado a ver cada vez más gente comprando flores para regalos”.
“Es bueno, significa que los parisinos están saliendo de nuevo”, agregó. “Creo que todos queremos seguir adelante”.
Existe también otro París, el París de los banlieues, los suburbios pobres y de amplia población inmigrante, muchos de ellos musulmanes y negros en su mayoría. Clichy-sous-Bois, donde las muertes de adolescentes huyendo de la policía desataron disturbios en todo el país hace 10 años, sigue siendo uno de los poblados más pobres de Francia, con una tasa de desempleo rondando por 40 por ciento y la mitad de la población menor de 25 años.
A solo 16 kilómetros del centro de París, aún no hay una sola vía de importancia o estación de tránsito masivo a pesar de una década de promesas, y por lo general el desplazamiento en cada sentido lleva 90 minutos. En los 10 meses transcurridos desde los ataques a Charlie Hebdo, cuando el Primer Ministro del país, Manuel Valls, dijo que la situación en lugares como Clichy era “apartheid territorial, social y étnico”, se ha dado un poco de nueva inversión.
Una línea del tranvía que conecta a Clichy con la principal vía del tren suburbano en Aulnay-sous-Bois finalmente está en construcción, programada para ser inaugurada para el verano de 2018, con base en el alcalde, Olivier Klein, con una parada del tren subterráneo planeada para 2023. Se ha dado cierto desarrollo nuevo, con viejas viviendas siendo demolidas para construcciones más nuevas. “La seguridad también es mejor”, destacó un hombre nacido en Argelia que jugaba a los naipes, el cual se negó a dar su nombre. “Las policía es más visible y hace más rondas”.
En las últimas dos semanas se ha registrado intensa presencia de la policía en Clichy, con más patrullas y más detenciones al azar, o “controles”, para revisar documentos de identidad. “Ahora nos controlan por doquier”, dijo Madalin Silagyi, de 22 años de edad, nacida rumana pero en Francia desde hace una década. “En las estaciones, en las calles, particularmente a la juventud”.
Algunos musulmanes y negros dicen que se sienten más seguros aquí que en París. Es en la ciudad donde son objeto de miradas de escepticismo y detenciones policiales.
“París tiene más miedo”, destacó Silagy. “Ellos nunca nos atacarían aquí”, dijo sobre los terroristas. “Ellos quieren hacer impacto sobre la población gala. Aquí no hay muchos franceses, como en París. Aquí hay árabes y negros”.
Por supuesto, muchas de las personas aquí nacieron francesas, pero no se sienten “francesas” de la misma forma que imaginan que se siente un blanco católico apostólico. Ellos se sienten “écarté”, o rechazados. Osama Ouriemchi, de 37 años de edad, dijo: “es peor que después de Charlie Hebdo”, porque “estos ataques transmiten una imagen muy mala a la religión, una imagen muy falsa”, y “ahora en París nos ven a todos nosotros con recelo, en las tiendas, en el metro”.
Cabra Yakici, de 27 años de edad, quien trabaja en el café Les Bruyeres en el centro de Clichy, dijo que “a la gente joven le da miedo entrar a París”. Él nació aquí, pero su madre es marroquí. En Clichy, dijo, “nos sentimos en casa, nos sentimos más seguros aquí, porque si pasa algo, va a pasar allá”.
Los suburbios son pobres, dijo Yakici. “Sin embargo, lo que me gusta es el respeto con que la gente se trata mutuamente y la ayuda que se dan entre sí. Esto es algo que no vemos en París”.
Afuera del Café Béni Snassen Angad, nombrado en honor a una sierra montañosa en Marruecos, hombres jóvenes vestidos con ropa deportiva negra estaban fumando marihuana y pasando el rato. Cuando se les preguntó sobre los ataques en París, Mahdi, de 21 años de edad, nacido en Francia de padres marroquíes, dijo: “Es una conjura sionista”. ¿Por qué? “He visto algunos videoclips que lo prueban”, dijo, negándose a proporcionar su apellido. “Son los sionistas y todo gira en torno al dinero”.
Todos sus amigos coincidieron.
Otro video, aseguró, demostraba que Mohammed Merá, quien mató en 2012 a soldados franceses de fe musulmana y después a judíos en Toulouse en nombre de Al Qaeda, “realmente tenía ojos azules” y no era musulmán ni en lo más mínimo. “Pretenden que los musulmanes son los terroristas, pero la religión no es sobre eso”, dijo Mahdi. “Nosotros, como musulmanes, siempre somos humillados”.
Adi Camara, de 25 años de edad, cuyos padres son de Mali, asintió. Ha estado desempleado durante tres meses y está buscando, pero “me siento como un objetivo en París”, destacó. “Como musulmán, como negro, todo es lo mismo”.
Después, dejando salir un suspiro, dijo: “En Francia, es complicado”.
De vuelta en el área de París, Geoffrey Cromier, peinador de 44 años de edad, es el presidente de la asociación de tenderos de la Rue de Bretagne, en el Marais. Dijo que ha perdido la mitad de su clientela, los turistas, quienes cancelaron sus viajes a este lugar. “Los parisinos se recuperarán y volverán a sus hábitos cotidianos”, dijo. ¿Pero, los turistas? Temo que una sustancial parte de ellos desaparecerá, cuando menos durante Navidad y el Año Nuevo”.
Wagner, la propietaria marroquí de un puesto en el mercado, dijo que sus ventas han sido menoscabadas por la pérdida del turismo, que tardará en volver. “Pero, pongamos las cosas en perspectiva”, dijo. “Estamos vivos”.