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Ex reo de Guantánamo, al frente de guerra contra Talibán y EI

Joseph Goldstein / New York Times News Service

2015-11-29

Kabul, Afganistán— Hajji Ghalib hizo justo lo que el Ejército de Estados Unidos temía que hiciera tras ser liberado de la prisión de la Bahía de Guantánamo: regresar al campo de batalla afgano.
Pero en vez de preocuparse por Ghalib, los estadounidenses pudieron haber considerado animarlo. Delgado y azotado por el clima, ahora está al frente de la batalla contra el Talibán y el Estado Islámico en un tramo del este de Afganistán.
Su eficacia le ha merecido cargos como el principal representante del gobierno afgano en algunos de los distritos más afectados por la guerra en el país. Funcionarios afganos y estadounidenses lo describen como un feroz y eficaz combatiente contra la insurgencia, y en ocasiones el Ejército de Estados Unidos apoya a sus hombres con ataques aéreos –pese a que Ghalib se queje de que hay muy pocos bombarderos y drones para su gusto.
Los relatos de antiguos detenidos de Guantánamo que terminaron peleando junto al Talibán o al Estado Islámico se han vuelto comunes. Al igual que los de inocentes capturados por Estados Unidos y arrojados en el campamento cubano sin un solo recurso o medio de apelación. Pero ésta es la historia de un hombre que fue confundido con un combatiente enemigo y encarcelado en Guantánamo por cuatro años, para terminar como un firme aliado de Estados Unidos en el campo de batalla.
A sus 54 años, el rostro de Ghalib luce arrugado, y sus ojos se muestran exhaustos y vigilantes al a vez, como si lo único que esperaran ver fuera la próxima mala jugada en su vida. De ellas ha habido muchas, incluyendo la muerte de sus dos esposas, de sus hijas, de una hermana y de un nieto a manos del Talibán.
“Para ser honesto, no tengo buenos recuerdos de la vida”, dijo Ghalib.
En una entrevista reciente en Kabul, catalogó a los enemigos contra los que ha combatido en una vida de lucha –primero los soviéticos, durante la yihad de la década de 1980; luego el Talibán en las tres décadas siguientes, y ahora el Estado Islámico.
Con mayor lentitud, recordó la larga lista de parientes que perdió durante esas décadas de calamidades, desde un hermano que murió en la guerra contra los soviéticos en los 80 hasta su cuñado de 70 años, quien fue decapitado este mes. En total, el Talibán le arrebató a más de 19 parientes.
“Todo ha sido luchar y matar”, se lamentó.
Ahora, su lucha más reciente incluso lo ha enfrentado contra un hombre al que alguna vez consideró un amigo cercano: un poeta llamado Abdul Rahim Muslim Dost, con quien vivió en Guantánamo.
Mientras que Ghalib decidió rechazar la amargura y pelear a favor del gobierno respaldado por Estados Unidos, su ex amigo ahora encabeza a los combatientes del Estado Islámico a quienes las fuerzas de Ghalib tratan de sacar del este de Afganistán.
Pero hace años, encerrados en el mismo campamento en Guantánamo, los dos pasaban los días debatiendo sobre política y religión.
Dost, hombre severo pero sagaz que se dio a conocer por la poesía que grababa en las tazas de café a falta de mejores materiales para escribir, estaba seguro de que tras su liberación había una sola cosa por hacer: ir a Pakistán y empezar a hacer la yihad. Solía hablar incluso sobre unir a todo el mundo musulmán.
Ghalib tenía otros planes. “Discutía con ellos y les decía que somos afganos y que debemos apoyar a Afganistán”, dijo, refiriéndose al actual gobierno respaldado por Estados Unidos que reemplazó al Talibán. La suya era la opinión de la minoría, pero no le importaba compartirla con Dost o con cualquiera de los encarcelados. “Éramos amigos a pesar de nuestras opiniones”, dijo.
La historia de cómo Ghalib terminó tras las rejas tiene su complejidad. Luego de hacerse de una reputación como un eficaz comandante contra los soviéticos y el Talibán, se convirtió en jefe de Policía del nuevo gobierno afgano tras la destitución del Talibán en 2001. Pero en 2003, fue arrestado luego de que soldados estadounidenses encontraran dispositivos explosivos junto a la propiedad gubernamental en la que él trabajaba. Al parecer la cercanía fue suficiente. También surgieron varias cartas que lo vinculaban con personajes del Talibán, pese a que funcionarios estadounidenses reconocieron que las cartas pudieron haber sido falsificadas.
Uno de los funcionarios militares que valoró la evidencia en su contra explicó no haber “dado demasiada credibilidad a ninguna de las cartas”, de acuerdo con una transcripción del tribunal.
Eso dejó a Ghalib más que perplejo. “¿Entonces por qué me detiene?”.
En Guantánamo, Ghalib explicó varias veces a sus captores que durante años combatió al Talibán y que incluso había ayudado a fuerzas estadounidenses en Tora Bora contra al-Qaeda. Mencionaba los nombres de los comandantes anti-Talibán que podrían dar fe de su identidad.
Con el tiempo, investigadores estadounidenses concluyeron que el detenido no podía ser considerado miembro de al-Qaeda o del Talibán”, de acuerdo con un documento militar donde se detallaba la evidencia. Sin embargo, el Ejército describió a Ghalib como “un riesgo medio”, señalando que podría convertirse en un enemigo formidable tomando en cuenta sus años de experiencia como comandante de combate –si bien del lado del gobierno antes de su detención.
Finalmente, en 2007, Ghalib fue puesto en libertad.
Salió de Guantánamo no sólo enfurecido por la “tortura psicológica” que sufrió a manos del Ejército estadounidense, sino también contra el gobierno de Afganistán por no haber hecho lo suficiente por su liberación, recordó. Sin embargo, estaba decidido a no dejar que las dificultades de los últimos cuatro años alteraran el curso de su vida.
Ghalib decidió que se dejaría guiar por “el dolor general por el que mi gente y mi país están pasando… eso es lo más importante”.

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