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Los múltiples factores tras el ascenso del Estado Islámico

Ian Fisher / New York Times News Service

2015-11-21

Nueva York— Para el momento en que Estados Unidos se retiró de su largo y sangriento encuentro con Irak en 2011, creyó que había acabado con la amenaza de lo que solía ser un temible enemigo: el Estado Islámico, que tuvo muchos nombres y encarnaciones pero, en esa época, no era temible ni un estado.
Obligado a retroceder a golpes del repunte de las tropas estadounidenses y combatientes tribales de suníes, se consideraba que era una amenaza tan disminuida que la recompensa ofrecida por Estados Unidos por uno de sus líderes había bajado, de 5 millones de dólares a 100,000 dólares. El nuevo jefe del grupo tenía apenas 38 años, clérigo miope, ni siquiera combatiente, con escasa de la fuerza de su predecesor: Abu Mudsab al-Zarqawi, el padrino de la insurgencia de Irak, muerto por los militares de Estados Unidos cuatro años antes tras una implacable cacería.
“¿Dónde está el Estado Islámico de Irak del que están hablando?” exigió la esposa yemení de un líder, con base en testimonio de la policía iraquí. “¡Estamos viviendo en el desierto!”
Sin embargo ahora, cinco años más tarde, Estado Islámico está siguiendo una trayectoria muy diferente. Ha pelado hasta el hueso una frontera colonial de 100 años en Oriente Medio, controlando a millones de personas en Irak y Siria. Ha superado a su ex socio y rival más adelante, Al Qaeda, primero en batalla y después como el grupo preeminente del yihadismo en alcance y reclutamiento.
Ubica sus orígenes tanto en los campos de entrenamiento terrorista del Afganistán de bin Laden como en la invasión estadounidense de Irak en 2003, alcanzando su resurgimiento a través de dos medios enfocados: control de territorio y, por diseño, crueldad indecible.
Sus emblemas son la bandera negra y la cabeza cortada.
Desde la primavera pasada el grupo, también conocido como ISIS o ISIL, se ha estado expandiendo más allá de su lucha local hasta el terrorismo internacional. En las últimas dos semanas, hizo eso de manera espectacular, primero adjudicándose la responsabilidad por el derribo de un avión ruso con 224 pasajeros, después enviando escuadrones de asesinos que acabaron con las vidas de 43 personas en Beirut y 129 en París. A medida que el mundo lucha por responder, las preguntas se acumulan como los muertos: ¿Quiénes son ellos? ¿Qué quieren? ¿Hubo señales perdidas que pudieran haber detenido a Estado Islámico antes de que se volviera tan letal?
Y efectivamente hubo más señales de los planes y potencial del grupo. Un informe de la Dependencia de Inteligencia de la Defensa de EU de 2012 fue directo: El caos creciente en la guerra civil de Siria le estaba dando a milicianos islámicos allá y en Irak el espacio para extenderse y florecer.
Ningún informe o suceso puede, en retrospectiva, sostenerse como la única clave perdida del acertijo ahora aterradoramente complejo del Estado Islámico. Además, asignar culpas ha formado parte del discurso político en Estados Unidos y más allá: la decisión del Presidente George W. Bush y aliados de marginar a la élite política y militar de Irak enfureció y privó de derechos a algunos de los que formaban el corazón de Estado Islámico. En fechas más recientes, el Presidente Barack Obama y sus aliados han sido criticados por no tomarse con la seriedad suficiente el ascenso de Estado Islámico.
“Prevalecía una firme creencia en el sentido que las insurgencias brutales fracasan”, dijo William McCants de la Brookings Institution y prominente experto en Estado Islámico, explicando la aparente indiferencia de oficiales estadounidenses hacia el ascenso del grupo. “El concepto era que si solamente dejas a Estado Islámico solo, se destruiría a sí mismo, y por tanto no se necesitaba hacer gran cosa”.
No hay evidencia alguna de que las dos figuras centrales en el ascenso de Estado Islámico se hayan conocido alguna vez, pero una fe en la brutalidad –como estrategia en sí– era una creencia compartida. Ambos venían de Irak, al parecer una clave para la alta dirigencia en Estado Islámico. Por lo demás, no podrían ser más diferentes.
El primero, al-Zarqawi, ladrón en otra época, era un jordano tatuado y bebedor reformado de violencia personal extrema, cuya propia madre había proclamado que él no era muy listo. Los detalles plenos del segundo, un iraquí conocido como Abu Bakr al-Bagdadí, el presente y aislado líder del grupo, están incompletos, pero es más conocido como un tranquilo clérigo suní, con probabilidades de tener un diploma avanzado en estudios islámicos, cuya tribu remonta su linaje hasta el mismo Profeta Mahoma.
Atizando ambos ataques en contra de soldados estadounidense y tensiones con chiíes, al-Zarqawi construyó una insurgencia responsable de momentos clave en las primeras etapas de la guerra: ataques sobre los cuarteles generales de Naciones Unidas en Bagdad, la mezquita del Imán Ali y otros, grandes y pequeños.
Estados Unidos elevó la recompensa por él a 25 millones de dólares, equivalente a la de bin Laden. Sin embargo, las decapitaciones grabadas y destrucción de asesinatos sectarios de civiles musulmanes –a la par de su deseo de proclamar un estado islámico– también provocaron una inusual respuesta en 2005 del segundo al mando de
bin Laden, Ayman al-Zawahri (actualmente el máximo líder de Al Qaeda).
Un ataque aéreo mató a al-Zarqawi en junio de 2006. Cuatro meses más tarde, sus sucesores declararon la fundación del Estado Islámico de Irak. Las versiones varían con respecto a cuán efectivo o distinto era. De cualquier forma, Rod Coffey, en marzo de 2008 teniente coronel de Estados Unidos, recuerda haber encontrado la bandera negra de Estado Islámico más o menos a 80 kilómetros al norte de Bagdad.
“Estas eran personas que, a diferencia de bin Laden, dijeron: ‘Nosotros vamos a controlar terreno ahora, crear un gobierno, crear una sociedad, manejar este lugar sobre un trampolín para crear un califato”, recordó Coffey, actualmente de 54 años de edad y retirado.
Cerca de la bandera, encontró una tumba colectiva de 30 cuerpos ejecutados.
Los militares de Estados Unidos y miembros de tribus suníes, unidos en lo que llegó a conocerse como el Despertar, dejaron en desorden a Al Qaeda, Estado Islámico y otros yihadistas suníes para 2010. En junio de ese año, el General Ray Odierno, líder de las tropas estadounidenses en Irak, dijo que “a lo largo de los últimos 90 días, aproximadamente, hemos ya sea detenido o matado a 34 de los 42 líderes principales de Al Qaeda en Irak”, usando un nombre anterior de Estado Islámico.
Los estadounidenses querían creer que la guerra de Irak había terminado en triunfo, y las tropas fueron retiradas al poco tiempo. Sin embargo, las tensiones empezaron a subir casi de inmediato entre los suníes y el gobierno dominado por chiíes del Primer Ministro Nouri al-Maliki… apoyado por Estados Unidos e Irán, el gigante chií al oriente. Los salarios y empleos prometidos a tribus que cooperaran no fueron pagados. Todo parecía indicar que había poco espacio para suníes en el nuevo Irak. Los viejos insurgentes suníes empezaron a verse atractivos de nuevo.
“Los suníes solo estaban intentando sobrevivir”, recordó el Coronel Kurt Pinkerton, quien fue uno de los comandantes de batallón de EU en Irak en esa época. “Tenía más que ver con la supervivencia y la asimilación”.
Al-Bagdadí fue nombrado jefe de Estado Islámico en 2010, y su grupo parecía particularmente adepto para explotar estos temores. McCants relata cómo ellos entraron a un periodo de “reflexión” concentrada, desarrollando un plan militar detallado y preciso para la resurrección en 2009.
Este documento, partes del cual son traducidas en el libro de McCants, es notable por su autocrítica, reconociendo que Estado Islámico había perdido una parte de su agresividad y no controlaba territorio. Aconsejó que se adoptara la táctica estadounidense de cooptar a las tribus suníes, concediendo que el reclutamiento “de las tribus para eliminar a los muyahidines era una idea astuta y audaz”.
El documento también deja en claro la necesidad de una estrategia de medios; recomendación que el grupo siguió más tarde con gran éxito, explotando medios sociales para difundir su mensaje y para atraer reclutas, muchos en Occidente, tecnológicamente más diestro.
Entonces, estalló una guerra civil en Siria… un nuevo y prometedor frente para las ambiciones del Estado Islámico.
En 2011 estallaron protestas en contra del presidente del gobierno de Siria, Bashar Assad, en medio de la mayor Primavera árabe en Túnez, Egipto, Libia y otras partes. El mundo luchaba con formas de ayudar y tras una brutal represión de fuerzas gubernamentales, grupos sirios de protesta se metamorfosearon en combatientes. Al principio, muchos eran desertores del ejército y locales, concentrado en defender sus comunidades y derrocar a Assad. Pero, debido a combatientes extranjeros, algunos inmersos en ideologías extremistas, a menudo terminaban siendo los mejor organizados y financiados, cobraron impulso en el campo de batalla.
A medida que Estado Islámico se fue estableciendo –al principio, no solo en Raqqa y la provincia oriental de Alepo y buena parte de Deir al-Zour, sino también en comunidades y puestos de avanzada diseminados en Idlib y el oeste de Alepo– sus combatientes generaban curiosidad, atención y, a veces, ridículo por su presunción. Colocaron letreros en caminos al comienzo de territorio que controlaban, los cuales leían: Bienvenidos al Estado Islámico”.
De hecho, Estado Islámico sí tuvo éxito en la construcción de una semblanza de estado, suministrando servicios así como imponiendo las reglas más severas. Trabajó para financiarse solo, a través de petróleo, comercio en antigüedades invaluables y, aseguran muchos, simples empresas criminales como secuestro y extorsión.
Además, como siempre prometió, Estado Islámico era brutal, aterrando a otros grupos y al mundo en general con prácticas como esclavitud sexual, inmolaciones, crucifixiones y decapitaciones. Estos incluían asesinatos bien producidos en video, y se extendieron a través de medios sociales.
El clímax del acenso de Estado Islámico llegó en junio de 2014, cuando derrotó de manera contundente a la policía iraquí y capturó Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, borrando la frontera de un siglo de existencia entre Irak y Siria establecida tras la I Guerra Mundial. El califato había sido declarado el mes previo, pero al poco tiempo después de la captura de Mosul, al-Bagdadí llegó a la mezquita Nuri en Mosul para formalizar ese estado.
Con un turbante negro que significa su descenso de Mahoma, dijo: “Dios, bendito y exaltado, ha conferido la victoria y conquista sobre sus hermanos muyahidín”.
Hubo otra victoria, que se había desarrollado tras bambalinas en amargas misivas entre la central de Al Qaeda, Estado Islámico y su afiliado patrocinado por Al Qaeda, el Frente Nusra. Al-Bagdadí rechazó las demandas de al-Zawahiri, líder de Al Qaeda tras la muerte de bin Laden, en el sentido que él se ponga en línea bajo su dominio.
No, dijo al-Bagdadí: El Estado Islámico era supremo y estaba aparte. La central de Al Qaeda se había convertido, de alguna forma, en el tío cauteloso y cada vez más irrelevante. París fue la prueba de eso.

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