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Sobrevivientes de Estado Islámico narran horror de cautiverio

Michael R. Gordon / New York Times News Service

2015-10-30

Salahaddin, Irak— Muhammad Hassan Abdulá al-Yibouri había perdido las esperanzas largo tiempo atrás de que algún día lograría salir vivo de la cárcel de Estado Islámico, y ni siquiera había visto la luz del sol en más de un mes. Entonces, temprano por la mañana del jueves pasado, oyó a los helicópteros sobrevolando el área.
El oficial de policía de 35 años de edad oyó estallidos de disparos y gritos en kurdo y en inglés. Repentinamente, la puerta para entrar a su celda fue abierta a golpes.
¿Quién anda ahí? ¿Quién anda ahí?” gritó un soldado, primero en kurdo y después en árabe.
“¡Somos prisioneros!” gritaron en respuesta compañeros de celda de al-Yibouri.
Ali Yibouri era uno de 69 prisioneros árabes de Estado Islámico que fueron liberados en una redada militar cerca del poblado iraquí de Huwiya la semana pasada, la primera en que se confirma que fuerzas de Operaciones Especiales de EU acompañaron a las fuerzas kurdas hasta el campo de batalla.
Este martes, en sus primeras entrevistas desde que fueron llevados a la región autónoma de los kurdos por helicópteros Chinook de Estados Unidos, cuatro de los ex prisioneros describieron la vida bajo el yugo del grupo Estado Islámico.
Como miembros de la policía, o presuntos nexos con el gobierno iraquí o Estados Unidos, los hombres fueron golpeados y torturados por milicianos durante su cautiverio. Todo quedó anulado repentinamente por una misión militar que los encontró por error en su camino; originalmente, la redada tenía el objetivo de liberar a combatientes peshmerga que habían sido capturados.
Informado por sus custodios de Estado Islámico que estaba a tan solo unas horas de ser ejecutado, Saad Jalif Ali Faraj, oficial de policía de 32 años de edad, dijo que había pasado su última noche en cautiverio escribiéndole una carta a un sobrino, exhortándolo a que no arriesgara su seguridad yendo en su búsqueda.
Tras la llegada de milicianos el año pasado, fueron de casa en casa, decomisando armas y dinero, recordó Muhammad Abd Ahmed, de 35 años de edad, Quien dijo que estaba de licencia del ejército iraquí cuando Estado Islámico lanzó el embate. Más tarde, a hombres suníes desarmados y empobrecidos en el poblado les ofrecieron 50 dólares si se unían a los milicianos.
Los hombres describieron una diversidad de estrictas restricciones impuestas por los milicianos. A residentes locales se les ordenaba hasta el último detalle lo debían vestir – los extremos de los pantalones de los varones tenían que ser enrollados sobre el tobillo – por ejemplo – y la posición precisa de las manos y dedos que debían observar cuando rezaran. La desobediencia o descuido para seguir las reglas provocaba sospecha, o incluso golpizas.
Intentar salir del “área de control” de Estado Islámico era otra ofensa que podía conducir a severo castigo, dijo Ahmed Mahmud Mustafá Mohammed, de 31 años de edad.
Los milicianos recelaban de cualquiera que hubiera servido en la policía o ejército de Irak, o de quien creyeran que pudiera haber tenido contacto con estadounidenses o kurdos.
Los combatientes también tenían una necesidad creciente de una red de detención para albergar a aquellos que habían caído en sospecha. Los hombres liberados recordaron que los milicianos simplemente se referían al complejo de Huwiya en el que los tenían como la “Prisión Núm. 8”.
Dijeron que los nuevos prisioneros eran sometidos a un programa metódico de abuso – les aplicaban descargas eléctricas, eran golpeados con mangueras, sofocados con bolsas de plástico hasta que perdían la conciencia – incluso sin una sola pregunta de interrogatorio. La comida era escasa: pedazos de pan empujados a través de las puertas de celdas.
Los prisioneros eran mantenidos en sus celdas día y noche, y las salas estaban atestadas: la celda de al-Yibouri contenía a 39 detenidos, dijo. Además, los mensajes de Estado Islámico eran incesantes. Había un televisor en la celda que era usado para reproducir videos de Estado Islámico que presentaban decapitaciones, y los cautivos eran obligados a verlos.
Los problemas de al-Yibouri empezaron cuando su hermano mayor, quien había enseñado inglés en Hawiya, terminó siendo objeto de sospecha, fue encarcelado y le informaron que lo matarían. Escapó, pero Estado Islámico cobró venganza deteniendo a al-Yibouri, tres de sus otros hermanos y su padre octogenario.
Tras una semana, todos menos uno fueron liberados. La excepción fue un hermano menor que fue asesinado como advertencia a la familia.
“Ellos ejecutaron a mi hermano Mouf a sangre fría”, dijo al-Yibouri mientras se cubría la cara y sollozaba.
A la familia se le advirtió que nunca mencionara el asesinato, pero los milicianos llegaron al poco tiempo buscando de nuevo a al-Yibouri y sus hermanos restantes. Tras confiscar el teléfono celular de al-Yibouri, los milicianos descubrieron dos números de contacto de sendos soldados estadounidenses que habían trabajado con la policía iraquí de Huwiya, en 2008.
Al-Yibouri negó que siguiera teniendo nexo alguno con el ejército estadounidense, pero eso meramente condujo a más golpizas y tortura.
“Si digo ‘sí’, me ejecutarán. Si digo ‘no’, ellos me golpearán para que diga ‘sí’ y me ejecuten”, explicó.
Muhammad había trabajado como contratista para un programa de ayuda del gobierno de Estados Unidos en Diyala. Sin embargo, dice que terminó siendo objeto de sospechas debido a un altercado por dinero con otro residentes de Huwiya que intentó desquitarse denunciándolo con un primo que se había unido a Estado Islámico.
Las golpizas que él soportó tras haber sido encarcelado al parecer no iban enfocadas a extraer información, “Esto fue algo similar a un proceso”, dijo Muhammad.
Ahmed dijo que lo torturaron tan incansablemente y creyó que su situación era tan desesperada que había decidido ponerle fin al abuso firmando una confesión con su huella digital, aun cuando esto solo aseguraría su muerte.
Faraj dijo que había terminado como sospechoso porque una de sus dos esposas era kurda. Su propio hermano ya había llamado la atención de los milicianos y había sido decapitado. “Ellos me dieron su cabeza, no su cuerpo”, recordó.
Acusado de suministrarle información a los peshmerga, fue encarcelado por Estado Islámico, que también insistió en que se divorciara de su esposa kurda y madre de cinco de sus hijos. Él se negó.
Cuando los soldados kurdos y estadounidenses irrumpieron en el complejo carcelario, al-Yibouri dijo haber sentido que sus oraciones habían sido respondidas. “Fuimos muy afortunados”, destacó.
Él y los otros compañeros de celda fueron transportados por los peshmerga a la ciudad de Erbil, donde se reunieron este martes con Massoud Barzani, el presidente de la región autónoma de los kurdos.
Seis milicianos de Estado Islámico que también habían sido encarcelados por diversos delitos y que también fueron sacados de Hawiya por los soldados kurdos y de EU tuvieron una bienvenida diferente: tras haber sido identificados por los compañeros de prisión, los kurdos se los llevaron para interrogarlos.
A medida que la entrevista se acercaba a su final, al-Yibouri preguntó si podía enviar un mensaje a un público estadounidense: dijo sentirse agradecido con Estados Unidos y con el Sargento mayor Joshua L. Wheeler, el miembro de la Fuerza Delta del ejército que fue muerto en el rescate. “Que Dios lo guarde en el cielo”, dijo.
Sin embargo, la libertad de que goza al-Yibouri actualmente está envuelta en la tristeza de que su familia sigue en Huwiya, que está bajo el férreo control de Estado Islámico, el cual también es conocido peyorativamente como Daesh, en árabe.
“Mi esposa y mi hijo, no puedo verlos. No puedo volverlos a ver”, dijo en inglés entrecortado, estallando en lágrimas. “Nuestra gran esperanza, nuestro deseo, es tan solo que Daesh esté fuera de Irak”.

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