Steven Erlanger / New York Times News Service
2015-09-03
Londres— Cuando esta semana las autoridades de Hungría impidieron que cientos de migrantes que habían saturado la estación central Keleti de Budapest abordaran trenes con destino a Alemania, casi se desató un disturbio. En el exterior de la estación, los migrantes coreaban: “¡Alemania! ¡Alemania!”
Es a donde muchos de ellos quisieran ir.
Durante la crisis migratoria del presente verano –lo mismo que con la inconclusa crisis de la deuda en Grecia y la confrontación con Rusia sobre Ucrania–, Alemania volvió a encontrarse a sí misma en el centro de un drama europeo, obligada o condenada a ir a la cabeza debido a su riqueza y magnitud y por la falta de liderazgo en Bruselas y otros estados pertenecientes a la Unión Europea.
Mientras Alemania lucha por encontrar un consenso en la crisis migratoria, está desarrollándose una dinámica familiar, al tiempo que Berlín presiona a sus socios a vivir según reglas que no todos están inclinados a acatar.
En cierto sentido, la tensión ha vuelto tanto a la crisis griega como a la migratoria dos caras del mismo problema. Los griegos vivieron básicamente a base de pedir euros prestados, los cuales Alemania respaldó con su crédito sólido, para luego cuestionar las exigencias alemanas de severa austeridad cuando surgieron los problemas financieros.
En forma similar, los habitantes de los confines orientales de Europa han disfrutado un acceso sin trabas al gran mercado alemán. Pero han protestado ante las exigencias alemanas en curso sobre cómo actuar ante los migrantes no europeos que cruzan sus territorios rumbo a pedir asilo o trabajar en el núcleo más rico de Europa.
“Ucrania, la cuestión griega y el tema migratorio muestran lo poderosa que se ha vuelto Alemania en Europa contra su propia voluntad, lo fundamental que el gobierno alemán es para resolver estas grandes cuestiones europeas”, dijo Christoph Schult de la revista alemana Der Spiegel. “Creo que la canciller no está precisamente contenta sobre dicho papel y preferiría que otros colaboraran o tomaran el liderazgo”.
Alemania, a menudo llamada el reacio país predominante en Europa, está teniendo dificultades para intentar poner fin al caos migratorio, realzado en semanas recientes por la llegada de decenas de miles de personas que huyen de guerras en Afganistán, Irak y Siria, así como para garantizar cierto grado de orden sistemático en la recepción, la revisión y la distribución de quienes solicitan asilo.
Los países sureños inundados con los recién llegados se inclinan por dejarlos pasar, lo cual significa que el 33 por ciento o más de los migrantes europeos terminan en Alemania. (Muchos otros se dirigen a Noruega o Suecia).
Así las cosas, Berlín se ha sentido forzado a dar un paso al frente e idear las respuestas de Europa a pesar de su propia ansiedad –inmersa en la historia del último siglo– en torno a dar la apariencia de ser arrogante, dictatorial e insensible.
Pero Alemania también tiene sus propios intereses, no todos los cuales se relacionan con la Unión Europea. Y tiene su propia política doméstica, con partidos de la actual “gran coalición” maniobrando cuidadosamente a fin de distinguirse y diferenciarse uno de otro con vistas a las elecciones de 2017.
“La crisis es otro episodio que vuelve a Alemania más fundamental que nunca en Europa”, dijo Daniela Schwarzer, directora de las oficinas berlinesas del Fondo Marshall Alemán. “Pero en Grecia y en la crisis de los refugiados, Alemania está trabajando con conjuntos distintos de países, así que también hay que formar coaliciones”.