Denise Grady / New York Times News Service
2015-08-31
Nueva York— Chiapas, el estado situado en el extremo sur de México, es una combinación de maravilla y tristeza. Es sede de bosques tropicales, ruinas mayas, cascadas, sierras escarpadas –y algunos de los índices más altos de muertes de mujeres al dar a luz.
El embarazo y el parto no son enfermedades, pero en los países en desarrollo constituyen una causa considerable de decesos de mujeres jóvenes. A nivel mundial, en 2013 las complicaciones del embarazo o el parto costaron la vida de 289 mil mujeres, casi todas en países pobres. La cifra fue mucho mayor en 1990, cuando fallecieron más de 500 mil mujeres.
Pero la mejoría de años recientes no cumple las metas fijadas por la ONU, la cual hizo un llamado para reducir la mortandad materna en un 75 por ciento para 2015. La tasa de muertes permanece “inaceptablemente alta”, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud.
Los números resultan imperdonables, dicen expertos. Con una apropiada atención básica de salud, pueden prevenirse casi todos los decesos registrados durante el embarazo y el parto.
La historia que tiene lugar en Chiapas se parece mucho a la de otras regiones pobres del mundo entero. Siempre que las muertes maternas son altas, la principal razón es la misma: una cantidad insuficiente de médicos, enfermeras y parteras equipadas y con capacitación médica que ayuden a traer a un bebé al mundo.
Cuando algo sale mal durante el parto, puede ocurrir de repente, sin dejar tiempo que perder. No hace falta mucho tiempo para que una mujer se desangre hasta morir después de dar a luz, especialmente si no cuenta con asistencia experta. La hemorragia es la causa líder de la mortandad materna a nivel mundial.
En Chiapas existen varios factores que ponen en peligro a las mujeres. La región es pobre, mientras que mucha gente vive sin automóvil junto a caminos alejados de los hospitales. A menudo las mujeres dan a luz en casa y, si tienen problemas, podría resultar imposible llegar a tiempo a un hospital. O, siguiendo las tradiciones o preocupados por el gasto, el esposo o los parientes políticos de la mujer se rehúsan a permitirle ir al hospital.
Por generaciones, las parteras tradicionales han atendido en los hogares los partos en los grupos indígenas originarios de Chiapas. Estas mujeres manejan fácilmente los partos normales, pero la mayoría carecen del entrenamiento, las medicinas y el equipo necesarios a fin de responder a emergencias obstétricas como hemorragias, alta presión sanguínea e infecciones.
Sin embargo, las parteras son respetadas y queridas por sus hábiles manos y su sabiduría, así como por la calidez, el cariño y la comodidad que aportan a las mujeres en trabajo de parto. Al menos la mitad de las mujeres radicadas en las comunidades indígenas de Chiapas aún dependen de comadronas tradicionales.
Muchas de estas madres embarazadas temen y tienen aversión a los hospitales, los cuales consideran sitios fríos e inaccesibles donde probablemente el personal médico no hable su idioma y las discrimine y las trate con poco respeto a ellas y a sus parteras tradicionales. Numerosas mujeres indígenas temen que se les exhorte a acostarse durante el trabajo de parto en vez de sentirse con la libertad de ponerse en cuclillas o asumir alguna otra postura vertical que le parezca más cómoda para dar a luz. Algunas tienen miedo de que el personal hospitalario las obligue a hacerse la cesárea.
Pero las estadísticas chiapanecas no pueden ignorarse: investigadores calculan que por cada 100 mil mujeres que dan a luz, pierden la vida 55 o más, índice significativamente más alto que en el resto de México.
Los grupos de asistencia y el Gobierno mexicano están intentando auxiliar a Chiapas. El otoño y el invierno pasados la fotógrafa Janet Jarman viajó ampliamente en la región, documentando las costumbres antiguas y las nuevas, así como los lugares donde ambas concurren.
Como parte de un programa se llevaron parteras con capacitación médica a un hospital gubernamental con la esperanza de que su presencia atraiga a las mujeres. En otro se ofreció entrenamiento a las comadronas tradicionales. En un pueblo se abrió un centro para partos, teniendo como personal a parteras profesionales e instalado para crear una experiencia lo más cercana posible al hogar, proporcionando incluso un cordón que cuelga del techo para que la mujer lo sujete y jale durante las contracciones.
Los nuevos programas no son perfectos. Las comadronas tradicionales se han quejado de no haber suficiente instrucción y de que nunca apareció el equipo que se les prometió.
Aun así, los funcionarios se dicen cautelosamente optimistas, mientras que en Chiapas ha empezado a disminuir la tasa de decesos maternos.