Nyt

Ritual de secta hindú suscita conflicto constitucional

Ellen Barry y Mansi Choksi / New York Times News Service

2015-08-26

PUNE, India— Toda la semana, la gente entraba y salía del bonito búngalo donde vive la familia Lodha, impacientes por presenciar personalmente el asombroso suceso que estaba ocurriendo ahí.
Sobre una cama en un rincón de una gran sala, rodeado por una multitud de reverentes visitantes, el patriarca nonagenario de la familia, Manikchand Lodha, estaba ayunando hasta morir. Era la culminación de un acto de santhara, un ritual voluntario y sistemático de morirse de hambre emprendido cada año por varios cientos de miembros de la austera y antigua religión del jainismo.
Lodha había empezado el proceso aproximadamente tres años antes, después de una caída que lo confinara a la cama. Primero, él renunció a placeres como el té y el tabaco. Después cosas que amaba, como la televisión. Renunció a la medicina, rechazando incluso un colchón de aire para aligerar sus llagas por estar en la cama. El 10 de agosto, hizo el juramento antiguo y renunció a la comida y al agua.
Cuando murió el 16 de agosto, la casa estaba adornada con moños anaranjados y blanco. A los visitantes les ofrecieron tazones de dulces bañados en jarabe.
“Mírennos, ¿parece que estamos de duelo?”, dijo Sunita, la nuera de Lodha. “Estamos celebrando, porque uno de nuestros familiares ha alcanzado algo grande. Fuimos capaces de conocerlo. Ésa fue nuestra buena fortuna”.
El ayuno de Lodha fue significativo por otra razón: él hizo el voto el mismo día que un juez de una alta corte en el estado de Rajastán declarara que el ayuno a muerte es una forma de suicidio, lo cual es ilegal bajo la ley india. Cuando el caso sea apelado ante la Suprema Corte, como se prevé, calificará entre un puñado de decisiones que definen cuándo el estado debería interferir con la práctica religiosa; más memorablemente, la ley de 1987 que prohibió la glorificación del suttee, ritual prohibido en el cual viudas trepaban a las piras funerarias de sus maridos y morían quemadas.
Este es una espinosa cuestión para India, que consagra tanto el derecho a la vida como a la práctica religiosa. Rituales religiosos se entretejen con la vida cotidiana en India, donde en ciertas temporadas el tráfico del centro se detiene tras convoyes de camiones de cama plana cargados de diosas de papel maché con rumbo a festivales hindúes. Líderes indios, de Mahatma Gandhi a Narendra Modi, han observado estrictos ayunos, en tanto el gobierno indio subsidia una variedad de peregrinajes espirituales.
No hay práctica más exigente que el santhara, que fue mencionado por primera vez en textos escritos hace más de 1,500 años y se deriva de una palabra en el antiguo lenguaje prácrito que significa “cama de pasto”. Con base en la doctrina del jainismo, la ordalía, que generalmente debe ser aprobada por un gurú y los miembros individuales de la familia, quema la película de karma que congestiona al alma, permitiendo que el espíritu logre salir libre del ciclo de reencarnación y muerte.
En 2006, un activista con base en Rajastán, de nombre Nikhil Soni, entabló una petición ante una corte argumentando que esa práctica violaba la prohibición india del suicidio. Arguyó que la gente estaba siendo motivada a hacer votos cuando ya no podía dar consentimiento de manera apropiada y que la práctica, como el suttee, se empleaba para liberar a familias del lastre económico de cuidar a los ancianos.
Lideres jainistas, quienes argumentan que la práctica está protegida por la constitución, se están movilizando para apelar al fallo de la Suprema Corte, encabezando marchas en protesta al comienzo de esta semana. En el ínterin, las familias ya no están publicitando los ayunos de sus parientes como solían hacerlo, con anuncios en periódicos y afiches conduciendo a los peregrinos hasta sus hogares.
Babulal Jain Ujjwal, quien publica un boletín informativo cada año sobre asuntos del jainismo desde Mumbai, ha contado en promedio 450 santharas al año durante los últimos seis años, pero dijo que los informes habían caído marcadamente esta primavera, quizá debido a que las familias lo estaban manteniendo en secreto.
“Las santharas están ocurriendo, no hay duda de eso, pero se están dando discretamente”, dijo.
Nacido en una prominente familia que administra un grupo de empresas de electrónica y tecnología, Lodha difícilmente había vivido como asceta. Amaba el té dulce y melodramas familiares en hindi, y mientras se aproximaba su cumpleaños 90, le pidió a la nueva esposa de su nieto, Disha, que pintara su retrato. Por esa misma época, un hueso fracturado lo mandó a la cama, y él le escribió una letra a su familia con instrucciones sobre la manera de disponer de su cuerpo.
Con eso, lentamente, a intervalos de dos a tres meses, él fue dejando una cosa tras otra: té, periódicos, conversaciones telefónicas, después grabaciones religiosas, dijo su hijo, Sumitlal Manikchand Lodha. En otro tiempo impaciente por relatar sus males físicos, ahora él parecía no notar su cuerpo ni en lo más mínimo. Después, dijo su hijo, “llegó un momento en que se desvinculó de sus relaciones”, y sus comunicaciones, incluso con aquellos más queridos por él, se redujeron a una titilante sonrisa.
“Él se estaba yendo”, dijo su hijo. “Yo lo estaba observando a cada minuto porque lo cuidaba, cómo iba reduciendo su círculo cada vez más y más”.
Para comienzos de agosto, ya no podía tragar comida y la familia, que lo había desalentado de emprender el santhara cuando él lo había sugerido antes, llamó a un hombre santo. Disha, quien en semanas recientes había estado vertiendo gotas de agua en su boca con una cuchara, tenía el corazón roto.
“Había cierta diferencia de opiniones”, dijo su hijo. “Había un apego básico, justamente como un médico no puede operar a su propia familia”.
Al día siguiente, la casa estaba llena de gente, primero un flujo de parientes, que corrieron la voz, y después multitudes de extraños, todos invitados a sentarse a comer un banquete. Una invitación había circulado por WhatsApp.
“Su cara brillaba como el sol”, dijo Bikramchand Solanki, pariente lejano de la esposa de Lodha, quien dijo que este era el 40° santhara que él presenciaba.
Tras la muerte de Lodha, la casa se vació repentinamente, con la excepción de unos cuantos vecinos y gente que le deseaba bien que permaneció, comparando notas sobre lo ocurrido. Lo más extraño, dijo su hijo, fue que hacia el final, cuando tocó a su padre, sintió un pequeño choque – no pudo explicarlo – como si el cuerpo de su padre contuviera una carga eléctrica.
“Santhara es algo que le llegó”, dijo Sunita, su nuera. “No les llega a todos. Él debe haber hecho algo bueno para tener esa muerte”.

X