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Un simple acto de decencia opaca mensajes de odio

The New York Times

2015-07-26

Columbia, Carolina del Sur— Lo que el agente estatal vio fue a un civil en apuros. Sí, este era un hombre anglosajón que había asistido a un mitin de supremacistas blancos frente al capitolio estatal de Carolina del Sur. Y sí, en verdad vestía una camiseta negra estampada con una suástica.

Pero el agente, a pesar de ser afroamericano, se concentró en una sola cosa: un civil de edad avanzada, abatido por agotamiento en los escalones de concreto. Abrumado, al parecer, por el imperdonable calor de julio y la reciente ceremonia para bajar del asta la bandera de combate de los confederados que solía ondear sobre el capitolio.

El agente le hizo señas al jefe de bomberos de Columbia, quien también es afroamericano, para que lo ayudara. Luego, sosteniendo al manifestante con firmeza, lo ayudaron a subir los escalones hacia el fresco interior del capitolio, donde hay aire acondicionado. Mientras subían los escalones, otro empleado estatal tomó una fotografía y la posteó en Twitter, donde continúa siendo compartida alrededor del mundo.

El significado de esta imagen —de un oficial afroamericano ayudando a un supremacista blanco, ambos en uniforme— queda a consideración del espectador. Quizás veamos un alentador final a la controversia en torno a la bandera de los confederados; un típico día de un profesional de la Policía; una simplificación de las continuas tensiones raciales. Pero ¿qué es lo que el agente ve?

Su nombre es Leroy Smith, y resulta que es el director del Departamento de Seguridad Pública de Carolina del Sur. Smith estaba presente en el mitin, trabajando para mantener el orden, debido a que le gusta hacerles saber a sus mil 300 subordinados que pueden contar con su apoyo.

Smith dijo que le sorprendió mucho la atención que la fotografía ha recibido a nivel mundial, pero espera que la imagen ayude a la sociedad a superar los más recientes espasmos de odio y violencia, incluyendo la masacre ocurrida el mes pasado de nueve personas afroamericanas en una iglesia en Charleston. Cuando se le preguntó cuál era la razón de que la foto haya tenido tanta resonancia, nos dio una simple respuesta: por amor.

“Creo que esa es la cosa más grandiosa en el mundo —el amor”, dijo el agente, quien está por cumplir 50 años. “Y esa fue la razón por la que la foto conmovió a tantas personas”.

Hace unas semanas, Smith vistió de traje para acompañar a la gobernadora Nikki R. Haley y a miles de personas, quienes presenciaron el momento en que una guardia de honor, conformada por siete de sus agentes, marchó estoicamente rumbo al asta de la bandera en los terrenos del capitolio estatal, luego a tan sólo unos pies de distancia del monumento a los confederados, los agentes con guantes blancos bajaron la bandera, lo cual les tomó unos 30 segundos, para ponerla en manos de un funcionario de un museo que recibe apoyo del estado.

Tan simple como eso, una bandera de combate, en colores rojo, azul y blanco —que para algunos representa el orgullo anglosajón del sur de Estados Unidos, mientras que para otros es un símbolo de opresión en contra de la población afroamericana— fue bajada del asta para que nunca más volviera a ondear sobre el cielo de Carolina del Sur.

Pero una fotografía muy distinta fue la que ayudó a que la bandera perdiera su estatus oficial. Después de que emergieran las imágenes del sospechoso en el tiroteo de Charleston, un hombre anglosajón llamado Dylann Roof, posando con la bandera de los confederados —y después de que las familias de las víctimas lo perdonaran públicamente— Haley decidió que era suficiente. Se elaboró una legislación con la mayor prontitud, se firmó una ley y esta bandera de orgullo pasó a ser una simple reliquia.

Mientras Smith veía cómo la bandera era enrollada, en ese momento histórico, sintió un escalofrío correr por su espalda. “Fue muy conmovedor” exclamó en un susurro que se le quedó atorado en los labios.

Ahora, en la calurosa tarde del sábado, ocho días después de la emotiva ceremonia, Smith estaba de vuelta en el capitolio, sólo que ésta vez en su uniforme de color gris y su sombrero de capitán. Un grupo llamado Educadores Afroamericanos a Favor de la Justicia llevaría a cabo un mitin durante las primeras horas de la tarde en la parte norte del capitolio. Y en la parte sur, un par de horas después, los Leales Caballeros Blancos del Ku Klux Klan, se reunirían en una manifestación.

Prometía ser un día muy atareado.

Smith observaba desde lo alto de los escalones de concreto en el lado norte a los manifestantes afroamericanos descargar sus frustraciones. Luego atravesó el interior del edificio hacia el lado sur, el cual da la cara a la parte trasera de la estatua de Strom Thurmond, el longevo senador y segregacionista.

Se habían instalado barricadas para separar a los supremacistas blancos de la creciente multitud de personas, algunas cuyos ánimos aún vibraban por el mitin de empoderamiento afroamericano en el lado norte. “Se podía sentir la tensión en el aire”, según Smith recordó.

El calor amenazaba con tensar aún más la situación: alguien lanzó una botella, hubo algunos empujones en las barricadas. Smith llamó a sus comandantes para que se apostaran en unos de los niveles de abajo debido a que, según dijo, “nos estábamos preparando para entrar en acción”.

Luego un manifestante llamó su atención hacia un hombre de edad avanzada que estaba a punto de desmayarse en la parte baja de los escalones. “Se veía fatigado, letárgico —débil”, dijo Smith. “Supe de inmediato que no se encontraba bien”.

Le hizo señas al jefe de bomberos de Columbia, Aubrey Jenkins, quien se encontraba en la cima de los escalones, para que lo ayudara. Luego, con su brazo izquierdo alrededor de la espalda del señor y su mano derecha sobre el brazo derecho de éste, ayudó al manifestante, que vestía una camiseta con una suástica estampada, a subir los cerca de cuarenta escalones del capitolio, animándolo durante todo el trayecto: “Lo vamos a lograr. Sólo siga caminando”.

Una mujer que estaba en la manifestación subió tras ellos. En la parte trasera de su camiseta negra llevaba un conocido slogan de los supremacistas blancos que decía “Porque la belleza de la mujer anglosajona no debe desaparecer de la tierra”. La mujer le preguntaba a Smith si el hombre iba a estar bien —como si su seguridad, al igual que su salud, podría estar en peligro.

Así, los dos subieron los escalones. No hablaron mucho, aunque el manifestante llegó a decir que no vivía en la localidad. Un portavoz del Movimiento Nacional Socialista se rehusó a identificarlo, mas sólo dijo que era un adulto mayor que no le gustaba que nadie tocara a la puerta de su casa.

Cuando llegaron al último escalón, alguien llamó la atención de Rob Godfrey, un subjefe del personal de Haley, de 34 años, quien es conocido por su diligente manera de tomar nota de lo que acontece durante el día. Fue él quien tomó la foto con su iPhone, y quien tuvo la sensibilidad precisa para captar el momento, siendo partícipe de la gracia con la que Carolina del Sur ha respondido a estos días de tragedia y lucha.

“En ese momento, Leroy Smith se convirtió en un ícono”, dijo Godfrey. El momento captado en esa fotografía pronto recorrió el mundo entero —a beneficio de, y hay que decirlo, de la jefa de Smith, Haley, quien intenta de encaminar a su estado lejos de su turbulento pasado, el cual está inmerso en la problemática racial.

Smith no estaba enterado de la fotografía. Él sólo estaba haciendo su trabajo. Llevó al hombre hacia el interior del capitolio, donde hay aire acondicionado, y lo condujo a sentarse en un sofá para que se refrescara.

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