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Huye con su hijo de la pobreza en Guatemala

Verónica Domínguez
El Diario de Juárez

2018-11-11

Ciudad Juárez— Isabel López, de 47, años estaba sentada bajo un árbol y visiblemente triste su mirada permanecía entre los niños que ahí jugaban. Como otros guatemaltecos, dejó a sus hijos en aquel país porque sólo reunió dinero para traerse a un menor de 17 años, con el propósito de que él estudie en Estados Unidos.
Algunos migrantes se reunían para platicar y compartir, otros reían o simplemente se acercaban a recibir ayuda de algunos donadores que llegaban a Casa del Migrante, mientras López se perdía entre sus recuerdos.
“Estoy a gusto aquí, pero estoy muy triste porque mis chiquitos se quedaron en mi casa”, lamentó Isabel entre llanto.
Ella contó que con uno de sus hijos que estudie, por lo menos su familia ya no tendrá hambre, como la que han sentido durante ocho años, desde que su marido ya no está.
La hija mayor tiene 18 años y es la que se quedó a cargo de los otros cinco menores de edad, sin embargo, allá no hay trabajo, la única esperanza que tiene es pedir asilo político y empezar a trabajar para enviar dinero a su familia para que ya no tengan hambre, enfatizó Isabel.
Con los pies descubiertos y tocándose los tobillos, Isabel dijo que cuando entró a la frontera sur caminó mucho y pidió “ride” y hasta dinero para avanzar hasta esta ciudad.
Comentó que no existe la posibilidad de quedarse en Ciudad Juárez y desistir, aunque la incertidumbre por lo que sucederá en la entrevista no la deja dormir.
“Primero Dios yo voy a entrar… he orado mucho toda la noche para llegar allá, sólo Él sabe cómo me siento”, agregó la entrevistada.
Isabel sollozaba sólo de pensar que los 10 días de viaje serán en vano y la regresen a Guatemala, en donde no tiene nada.
Su hijo era quien en algunas ocasiones iba a pescar, y de lo que obtenía por lo menos ese día podían comer algo.
Para las mujeres es más difícil conseguir un trabajo y cuando lo logran no alcanza con los salarios para cubrir las necesidades básicas como comer o estudiar, menos tener acceso a una propiedad, añadió Isabel.
“Comíamos fríjoles, arroz o agua; allá el día que trabajas comes, hay veces que sí, hay veces que no, por eso me vine para acá, porque no aguanto ver que mis hijos tengan tanta hambre”, comentó.
Isabel es de los 195 extranjeros que decidieron pasar la noche en la Casa del Migrante, ella tiene marcado el número 146 en la mano, que la Cruz Roja Mexicana le dio para cuando la llamen a la entrevista.
Luego de un rato llorando se levanta para tender la ropa que lavó en una barda que delimita la casa.

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