Cinthya Ávila/
El Diario
En las inmediaciones del Río Bravo, Paula fue bautizada con el agua que divide la frontera. Cubierta casi hasta los hombros, recibió un sermón y después fue sumergida por unos segundos. Con ello concluyó el acto.
Después, Claudia se introdujo para recibir el mismo sacramento. Ambas forman parte de la Iglesia Bautista, que usa el agua del Bravo para enmarcar la entrada a su seno de sus adeptos. Ayer varios miembros se bautizaron ahí.
A unos metros, pero en el mismo cauce que separa a México de Estados Unidos, Humberto Guillén aprovecha para pescar cangrejos.
Lejos de las compuertas y a varios metros de distancia una familia se daba un baño en el Bravo.
Se trata de Aracely López, su esposo y sus hijos, quienes se metieron para refrescarse.
Para quienes residen en colonias cercanas, el Río Bravo se ha convertido en más que el límite fronterizo.
Cada día llegan al caudal desde aquellos que sólo quieren mitigar el calor, hasta los que realizan actos simbólicos. Ayer, Humberto acompañado de su hijo Santiago y un niño más, se dedicó a buscar crustáceos entre las aguas.
Para hacerlo metía una red por unos segundos y la sacaba. Verificaba si cayó alguna presa y si no, repetía la técnica.
“Bien lavados y bien cocidos saben bien ricos”, aseguró Humberto, sin despegar la mirada del riachuelo.
Ya con el recipiente lleno de mariscos, decidió retirarse un momento. “Vamos a darles espacio y a respetar los bautizos”, indicó a los infantes, sobre el evento que se realizaba cerca de ellos.
Pero la agrupación poco se percató de su presencia. Estaban inmersos en usar la corriente como sello de sus creencias. (Cinthya Ávila / El Diario)
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