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Aprender en silencio

Fernando Aguilar/
El Diario

2016-04-28

Cuando por fin se cumplió la fecha, Samantha caminaba sola por el plantel, intentando familiarizarse con las instalaciones que iba a recorrer cada día durante los siguientes tres años de su vida. Iba preocupada, porque no encontraba el salón en el que tomaría su primera clase universitaria.
Asaltada por la incertidumbre que no le ayudaba a sentirse tranquila, una vez que halló el aula cruzó la puerta hacia el interior y vio a quienes serían sus compañeros, los futuros ingenieros en Tecnologías de la Información.
Sentada en su pupitre, esperó a que su maestra y su tutora les explicaran a todos que ella padecía hipoacusia. En otras palabras, que no iba a poder escucharlos, que la única manera en que podrían comunicarse con ella era a través de las señas y la escritura, y que si querían hablarle, debían hacerlo de frente y con claridad.
Samantha, de 21 años, llegó a ese momento después de que otras instituciones educativas de la ciudad la rechazaran porque no contaban con la capacitación para integrarla con el resto de los estudiantes, hasta que la Universidad Tecnológica Paso del Norte (UTPN) le abrió las puertas y hoy está a unos pocos meses de graduarse en la primera generación de su carrera.
En la oficina donde realiza sus prácticas profesionales todos la aprecian porque historias como la suya les demuestran que las discapacidades no son obstáculos para explotar las propias capacidades e inteligencias.
Una de las actividades que le han asignado es crear una base de datos especializada en la que pueden almacenarse cúmulos de información de diferente índole, para agilizar los procesos del despacho de consultoría.
A unos metros del lugar donde habitualmente se sienta a trabajar, en la habitación contigua, Samantha observa de frente a su intérprete, una mujer que, al conocer a profundidad la Lengua de Señas Mexicana, verbaliza cada uno de los pensamientos de ella y les imprime la misma emoción que tendría si los dijera por medio del habla.
Cual traducción entre dos lenguas distintas, la interpretación se lleva a cabo en tiempo real: la universitaria le indica algunas ideas con sus manos y la mujer las expresa de un modo en que los matices de su propia voz corresponden a las expresiones que aquella tiene en su rostro.
De ese modo, Samantha revela por ejemplo que en estos años le fue difícil comunicarse con sus compañeros de generación y que ello la obligó a mejorar sus habilidades en la lectura de labios.
También explica cómo cada cuatrimestre procuraba sentarse en las filas centrales para pedirles a sus nuevos maestros que recordaran su condición, que fueran pacientes y que intentaran vocalizar lo más que pudieran para descifrar lo que estaban diciendo.
“Tuve que hacer muchos cambios porque nadie quiere comunicarse”, dice la mujer a través de su intérprete. “No hay realmente quien lo haga. Aprender lengua de señas para los sordos es muy importante, pero nadie lo ve así. ¡Las escuelas están hechas para los oyentes!”.
Su última frase lleva implícita una cierta molestia, porque ha llegado a ella después de sentir que nadie la quería recibir, incluso desde que estudiaba la primaria y la secundaria, las etapas más duras porque fue ahí donde experimentó la mayor discriminación y la falta de oportunidades.
Pero ahora, a pocos días de concluir su proyecto, presentar su tesis y obtener su grado académico, Samantha cae en la cuenta de que ha superado todos aquellos obstáculos derivados de la incredulidad de algunos y afirma: “¡Los sordos no hablamos igual que los oyentes, somos diferentes!”
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en la ciudad, hacia 2010, vivían cerca de 3 mil 769 personas con alguna limitación para escuchar, algunas de las cuales expresan sus emociones en el código que utiliza la universitaria.
“La lengua de señas es muy rica en cuanto a comunicar lo que nosotros queramos, pero las palabras son limitadas. Es decir, que las palabras, acompañadas de gestos o de tonos musculares, quieren decir una u otra cosa”, explica la intérprete antes de concluir la charla.

faguilar@redaccion.diario.com.mx

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