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‘Sólo queremos recuperarnos y seguir adelante’

Jim Dwyer
The New York Times

2014-04-19

Nueva York— Según autoridades de Ciudad Juárez, la ecuatoriana Noemi Álvarez Quillay fue descubierta colgada del tubo de la cortina en un baño de un albergue para infantes y su muerte es considerada como suicidio.
Desde el barrio neoyorkino del Bronx, donde viven como indocumentados, los padres de Noemi, quien tenía 12 años al morir, han manifestado poco públicamente. Su madre, Martha V. Quillay, trabajadora de un salón de belleza, habló por un momento con un reportero antes de parar en seco la conversación.
Su padre, José Segundo Álvarez Yupa, un albañil, dijo que es muy difícil hablar al respecto. “Son asuntos privados”, comentó. “Se trata de algo muy doloroso. Ya terminó. Queremos recuperarnos, seguir adelante”.
Así cortan de tajo una historia que comenzó al anochecer del martes 4 de febrero, cuando la menor Álvarez Quillay dio los primeros pasos de su travesía de 6 mil 500 millas (10 mil 400 kilómetros) desde la sierra sur de Ecuador hacia la ciudad de Nueva York.
Niña tímida y estudiosa, Noemí recorrió 10 minutos a pie a través de caminos de terracería que cruzaban campos de maíz y papa hasta alcanzar la carretera con destino a Quito. Llevaba una maleta pequeña. Su abuelo Cipriano Quillay hizo señal a un autobús y la vio abordarlo.
A partir de ese momento, y durante las restantes cinco semanas de su vida, la niña estuvo en compañía de desconocidos, incluyendo “polleros”: los traficantes humanos a los cuales su padre y su madre habían contratado en Nueva York para llevarla con ellos. Sus papás habían llegado sin documentos a Estados Unidos y se habían establecido en Nueva York cuando Noemí era pequeña.
La menor formaba parte de la ola humana que ha crecido desde el 2011: la instancia estadounidense de reubicación espera hacerse cargo en el 2014 de un número de menores inmigrantes solos nueve veces mayor que hace tres años.
Para estos niños que deambulan miles de kilómetros, se trata de una travesía agotadora, repleta de peligros. La vasta mayoría proceden de América Central. El viaje de Noemí fue aproximadamente el doble de largo. Ya lo había intentado una vez, cuando en mayo pasado partió de su hogar, pero fue detenida mucho antes de llegar siquiera a la mitad.
“Me fui con un pollero y pasé dos meses en Nicaragua y de ahí me regresé”, escribió en un texto escolar.
Este año llegó un poco más cerca.
Durante marzo, un mes después de haber salido de su casa, la Policía detuvo a Noemí y a un “pollero” en Ciudad Juárez, México. Las autoridades la trasladaron a un albergue infantil. Se dijo que la niña lloraba desconsoladamente tras haber sido interrogada por una fiscal. Días después, fue descubierta colgada del tubo de la cortina de la regadera en un baño del albergue. Una comisión de derechos humanos mexicana continúa investigando su muerte, considerada suicidio.
Se espera que el número de menores que ingresan sin compañía a Estados Unidos alcance los 60 mil en los 12 meses que concluyen el 30 de septiembre, informó Lisa Raffonelli, vocera de la Oficina de Reubicación de Refugiados, a comparación de los 6 mil 560 registrados en el 2011. En México, la cifra ha aumentado a más del doble.
Dichos incrementos no pueden explicarse con un factor único, pero en el pueblo de Noemí existen pistas sobre las variables que influyeron en la historia de la ella.
En el distrito El Tambo, situado en la provincia Cañar, sus abuelos maternos, el señor Quillay, de 57 años, y María Jesús Guamán, viven en una casa de adobe sin agua potable. Hace alrededor de 15 años, durante una crisis económica ecuatoriana, sus hijos adultos empezaron a emigrar sin visas hacia Estados Unidos.
“Mis cuatro hijos llegaron a encontrar vidas decorosas”, dijo Quillay. “Así que yo me encargué de cinco nietos cuando estaban chicos”.
Los menores comen lo producido en la granja de sus abuelos. “No tenemos los dulces que piden a veces”, explicó Quillay.
Noemí “acababa de nacer cuando su padre se fue, y cuando tenía 3 años mi hija también decidió irse”, agregó Guamán. “Yo crié a mi nieta como a los otros”.
Mientras los niños crecían, sus padres enviaban dinero destinado a pagar la construcción de una cercana vivienda de dos pisos de concreto donde vivían solos los cinco nietos, primos entre sí.
Leonela, quien solía juntarse con Noemí, recordó jugar a la cocinita con ella —imaginando una pequeña cocina donde fingían preparar comida. A menudo Noemí participaba en uno de los juegos universales: las escondidas.
Los menores se mudaron de un paisaje compuesto tanto por casas campesinas, como la de sus abuelos, como por viviendas más grandes y modernas que constituyen “símbolo del éxito del inmigrante ecuatoriano”, dijo Rafael Ortiz, el alcalde de El Tambo.     
Los hogares sin padres como el de los Quillay eran comunes. “Tenemos mil 040 estudiantes, y por lo menos el 60 por ciento son hijos de padres migrantes que han estado bajo el cuidado de sus abuelos, tíos o hermanos mayores”, señaló Magdalena Choglio Zambrano, asesora en la preparatoria regional.
Desde el extranjero los padres “a veces mandan una camisita, zapatos, 100 dólares, pero no es lo mismo que ser papá o mamá”, comentó el abuelo de Noemí. 
Ya empezó a partir una generación de menores que crecieron solos en El Tambo, ayudados por sus padres radicados en el extranjero, pero aun así deben hacer sombrías travesías. “Ahora estamos viendo que los migrantes son niños pequeños o adolescentes cuyos padres están mandando por ellos, corriendo el riesgo de ponerlos en manos de los polleros a quienes pagan 15, 20 o 25 mil dólares”, dijo Choglio, la asesora.
El precio del viaje depende de si el traficante recurre a vuelos en avión para reducir el traslado por tierra, explicó el alcalde Ortiz.
“Nosotros no sabemos nada, ni cómo se van ni a dónde van”, señaló Guamán. Los padres “hicieron directamente los arreglos desde allá y a nosotros nos llamaron para avisarnos cuándo teníamos que mandar a la niña”. 
Los dos abuelos indicaron que ellos y Noemí se mostraron reacios a que partiera. Guamán dijo haber discutido con su hija, la madre de la menor.
“Le dije, ¿por qué llevársela? Está estudiando aquí, le va bien”, agregó. “Pero mi hija dice que en Ecuador la educación no es buena y que para ella es mejor que estudie allá. Y se llevó a mi Noemí, sólo para que pasara esto”.
Sus padres tuvieron que persuadir a Noemí. “Estaba llorando, dijo que no quería ir”, recordó Sara Yupa, una de sus primos. “Luego se calmó”.
Casi no se sabe en torno a los viajes de Noemí, hasta poco más de un mes después de que se fue de su casa.
El viernes 7 de marzo, en Ciudad Juárez, la Policía vio a Domingo Fermas Uves, de 52 años, orinando fuera de su camioneta tipo ‘pickup’, de acuerdo con Alejandro Maldonado, portavoz policial. Noemí se encontraba en el interior del vehículo. Según el parte oficial, Fermas dijo a los agentes ser parte de una red de traficantes contratados por la familia de la menor para trasladarla a Estados Unidos. El hombre dio información falsa sobre la niña, diciendo que tenía 8 años y era de una entidad mexicana. La Policía la identificó como Noemí Álvarez Astorga.
Noemí fue llevada a Casa de la Esperanza, un albergue para menores mexicanos. En el transcurso de ese fin de semana, la interrogó una agente del Ministerio Público. Después de eso, una doctora describió como “aterrorizada” a la menor, de acuerdo con una nota de El Diario de Juárez.
El 11 de marzo, cuando le hablaron para comer, Noemí entró al baño. Otra niña no pudo entrar. La doctora, Alicia Soria Espino, y varias personas más abrieron la puerta a golpes y encontraron a Noemí colgada de la cortina de la regadera.
Al día siguiente, una mujer llamó a Nueva York a sus padres diciéndoles que Noemí había cruzado a salvo la frontera. Ese mismo día, recibieron una segunda llamada informándoles que había muerto, de acuerdo con funcionarios consulares ecuatorianos.
Las autoridades determinaron que la menor quien al principio se creyó era mexicana de 8 años probablemente era la ecuatoriana de 12. En parte debido a que sus padres, quienes no son inmigrantes legales, decidieron no ir a México, hicieron falta exámenes de ADN para confirmar la identidad, dijo Jorge W. López, el cónsul general de Ecuador en Nueva York. En la autopsia no se encontraron indicios de ataques sexuales, delito común contra migrantes.
El hombre identificado como traficante, Fermas, fue arrestado pero un juez que dijo no haber encontrado suficiente evidencia para fincarle cargos lo liberó, según Ángel Torres, funcionario de la Procuraduría General de la República (PGR) en Ciudad Juárez. “Sigue en curso la investigación del señor Fermas por tráfico de inmigrantes”, señaló Torres. En entrevistas publicadas, Fermas ha manifestado que la historia sobre la camioneta no era cierta y que la Policía había entrado a su casa y se llevó a la niña pretendiendo rescatarla.
Durante la semana cuando falleció Noemí, en México se detuvo a 370 migrantes extranjeros menores de edad, de acuerdo con el Instituto Nacional de Migración. Casi la mitad viajaban solos.
Los menores procedentes de América Central y México son “empujados por la violencia, la inseguridad y el maltrato”, indicó el alto comisionado de la ONU para refugiados en reporte emitido al día siguiente de que Noemí murió. También resulta tentadora la posibilidad de la reforma inmigratoria en Estados Unidos, señaló López, debido a la creencia de que se permitirá quedarse a cualquier persona que ya se encuentre sin documentos en el país.
La semana pasada, el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien se hallaba en Nueva York, visitó a la familia de Noemí en su domicilio en el Bronx para darles las condolencias. La señora Quillay subió a su página de Facebook fotografías de la visita presidencial.
El sacerdote James Kelly, párroco en Brooklyn de la iglesia católica Santa Brígida, la cual cuenta con gran número de feligreses ecuatorianos, recientemente señaló enterarse a diario sobre menores que viajan solos.
“Ayer vinieron unos papás cuyo hijo venía al Norte”, dijo Kelly. “Querían que se realizara una misa para pedir que la travesía fuera segura”. (Jim Dwyer/ The New York Times)

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