Estado

De campesino a empresario en Washington

Lourdes Díaz/
Enviada El Diario

2016-07-24

Seattle, Washington— Un campesino chihuahuense que vivía en la pobreza en Santa Anna, una pequeña comunidad del municipio de Villa López en Chihuahua, comparte su historia de cómo se convirtió en un empresario en Washington, a pesar de que su estatus actual, sigue siendo el de indocumentado.
Santos, de 42 años, –de quien se omiten apellidos por el riesgo de deportación–, llegó al estado de Washington hace 18 años, junto con su esposa Cinthia y sus tres niñas, familia que creció en unos meses al llegar una nueva pequeña.
Actualmente, es un microempresario de servicios de jardinería, tiene un restaurante de comida mexicana, acaba de estrenar una cafería también con un concepto mexicano y además se dedica a la compra, reparación y venta de autos usados, en tanto que su esposa, tiene un negocio de servicios de limpieza doméstica.
Su primer empleo fue de jardinero donde en dos años aprendió a hacer de todo y en contra de la voluntad de su esposa, usó 6 mil dólares que habían ahorrado y compró herramienta para independizarse.
“Me llevaba a mis niñas a repartir tarjetas casa por casa, cuando yo todavía ni sabía inglés, me las llevaba para que me tradujeran”, recuerda.
Cuenta que siempre trató de hacer los mejores jardines, para que los vecinos de cada casa que atendía le contrataran y así fue. Ahora cuenta con 150 clientes permanentes.
“No atiendo más casas porque ya no tengo capacidad, tengo que rechazar muchas, ya no es fácil conseguir trabajadores, pero sí tuve rachas donde muchos mexicanos llegaban a pedirme trabajo y en ese tiempo llegué a atender hasta 178 casas”, comentó.
Pero no todo es tan sencillo como parece, detrás de este éxito hay demasiado esfuerzo. Los trabajos que realizan los mexicanos en este lugar, son los más rudos e inseguros. Sin las prestaciones de ley como un servicio médico ni un seguro de vida, mucho menos algo que garantice su retiro.
Cortar un pino en una zona residencial es lo que hasta ahora mejor le pagan, pero debe ascender hasta 30 metros de altura solo amarrado con una cuerda, el equivalente a unos siete pisos de un edificio. Los debe cortar de arriba hacia abajo para garantizar la integridad de las viviendas.
Por este servicio cobra mil 400 dólares, el equivalente a unos 25 mil pesos. Para cortar un pino, tarda de tres horas a tres días, dependiendo de la cantidad de ramas que éste tenga y su altura.
“Yo corto los pinos que ninguna compañía quiere cortar por lo peligroso del lugar y lo alto que están, o los que son muy caros y los gringos no están dispuestos a pagar tanto… aunque dicen que los gringos son los más honestos, por ahorrarse 500 dólares mejor me contratan a mí, les digo que si me piden factura les cobro una cantidad y sin factura es más barato y claro que prefieren sin factura”.
En 16 años, solo ha tenido un accidente mientras cortó un árbol que ante el mal clima se le fue encima de una casa, “tenía 15 años pagando un seguro contra accidentes, pero con un solo accidente la compañía pagó más de lo que me había costado todos estos años”, expresó.
Con su personal nunca ha tenido un accidente porque lo más difícil prefiere hacerlo él mismo, lo que le ha costado un problema grave de columna, dice, pues lleva 16 años escalando árboles cargando una motosierra de 50 kilos.
Cuenta que a todos sus trabajadores les da la opción de darlos de alta con seguro pero les cuesta igual que el IMSS en México, una parte la paga el patrón y otra el trabajador y la mayoría prefiere ganar más que pagar impuestos.
La vida ordinaria de este migrante mexicano en Washington, es de jornadas de hasta 15 horas diarias. Apenas son las seis de mañana y su día laboral ya empezó. Con el apoyo de 10 empleados mexicanos, entre ellos uno de sus hermanos, debe atender 25 casas diarias.
Los servicios que presta van desde el mantenimiento de un jardín ya diseñado, hasta la construcción de un área nueva que incluye plantas, tierra, pisos, fuentes, bardas, sistemas de riego automatizado, instalación y poda de pasto así como la siembra de todo tipo flores y ornamentales.
Después de una jornada de unas nueve horas en este empleo, su día laboral continúa en un restaurante de comida mexicana que hace dos años abrió.

El sabor de Chihuahua
Alrededor de las tres de la tarde, después de una jornada de ocho horas o nueve en los jardines de las zonas residenciales más pudientes de Seattle, Santos hace una breve pausa para comer y darse un baño porque debe ir al restaurante de comida mexicana que hace dos años abrió sus puertas con éxito.
“El Sabor de Chihuahua”, le puso a su negocio que vende cientos de platillos diarios,  comida cocinada 100 por ciento por manos mexicanas, entre las que destaca Laura, responsable de la cocina, hermana de este chihuahuense.
Su labor va desde la cocina, proveer los insumos del restaurante, dar servicio al cliente, administrar con ayuda de una de sus hijas, limpiar mesas o cualquier cosa que se ofrezca.
Los platillos más vendidos, “los burritos americanizados”, pues sus principales clientes son americanos que les gusta la comida mexicana, así que además de los tradicionales moles, tacos y guisos mexicanos, entre el menú está el burrito más vendido, hecho con una tortilla gigante que lleva papas fritas, arroz, un guiso de carne y repollo.
Las bebidas más exitosas, la cerveza Corona, el refresco mexicano marca “Jarritos” y los famosos clamatos preparados.
La única meta de Santos ahora es que sus cuatro hijas puedan estudiar la universidad que en este país es muy cara. Por una ellas que estudia medicina paga más de 20 mil dólares por año a pesar de tener una beca. La universidad de otra de sus hijas que se convertirá en contadora, le cuesta 6 mil dólares y por la tercera que se prepara como maestra paga otros 6 mil.
Su cuarta hija de 15 años, estudiante de preparatoria, es su última meta antes de regresar a México, pues se dice cansado de vivir todo el tiempo trabajando, desde las seis de la mañana, hasta las nueve de la noche que cierran el restaurante.
Orgulloso de haber logrado vivir bien, pero sobre todo, dar a sus hijas una oportunidad que en México no tenía, resalta que generar 16 empleos, entre los 10 de la jardinería y seis en el restaurante, como un indocumentado en los Estados Unidos, ha sido a un precio muy alto.
Entre sus proyectos está abrir una guardería para su hija que estudia para maestra; la semana pasada, abrió una cafetería para su hija que estudia para contadora, a fin de que tenga sus propios ingresos y pueda independizarse económicamente, en tanto que para su hija mayor que estudia medicina, solo desea que se le conceda trabajar en un buen hospital.
Para Santos, no hay día 100 por ciento libre, puesto que los domingos, que son su aparente descanso, con frecuencia los ocupaba en asistir a subastas de autos chocados que hacen las compañías de seguros, los compra, los repara él mismo en la cochera de su casa y los vende.
“Así es como he podido darles buenos carros a mis hijas y comprar las camionetas que necesito para el trabajo”, señala.
La clave para que una familia tenga éxito como indocumentada en Estados Unidos, además de trabajar mucho dice, es que tanto la madre como el padre de familia trabajen, pues resalta que sin el empleo de su esposa, no habría salido de ser un empleado más que trabaja sólo para comer y pagar renta.
Cinthia, su esposa, llegó trabajando como empleada doméstica, pero también pronto se independizó, formó un grupo de señoras mexicanas para ofrecer este tipo de servicios. Ella genera cinco empleos más y ha sido el sustento del hogar cada vez que Santos ha emprendido un negocio que aseguran, el primer año es puro invertir, se empieza a ganar a partir del segundo año.
Para Santos, su última ambición es que su hija menor, quien nació aquí, termine la universidad y les apoye en legalizar su estancia en este país para poder entrar y salir de él, pues planea regresar a México a vivir su vejez tranquilo.

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