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Lo que dejó el Mundial: el triunfo de lo útil sobre lo bello

The New York Times

2018-07-24

“Solo la belleza salvará al mundo”, es una frase de Fiódor Dostoyevski que no le interesa al fútbol. Porque, al parecer, una de las principales conclusiones de Rusia 2018 es que marcó el triunfo de lo útil sobre lo bello. San Petersburgo, justamente la más bella de todas las sedes del Mundial, fue el escenario elegido para la victoria de lo útil.
Sucedió en la semifinal que Francia, campeón pragmático, le ganó 1-0 a Bélgica, acaso el equipo más bello pero que terminó tercero en el Mundial. En esa San Petersburgo de canales venecianos, jardines de Versalles, mármoles italianos, palacios de zares y flores de Persia que Hitler quiso borrar de la faz de la tierra, con bombas y hambreándola, la Francia de Kylian Mbappé, Paul Pogba y Antoine Griezmann, joyas de la pelota, privilegió el pragmatismo puro para ganarle con lo justo y con justicia a la Bélgica que, en cambio, quiso hablarle de estética.
El personaje de Dostoyevski que nos plantea que solo la belleza puede salvar al mundo es el príncipe Myshkin, protagonista central de El idiota, obra cumbre del escritor ruso. Un hombre de pura inocencia, infantil. ¿Solo un idiota puede pretender hoy que el fútbol sea bello? Y más aún: ¿tiene el fútbol la obligación de ser bello?
La vara la impuso el hermoso Brasil tricampeón mundial en la Copa Mundial de México 1970. La selección imposible que no temió en alinear en una misma formación a cinco números diez (Jairzinho, Gerson, Tostão, Pelé y Rivellino). Ese fútbol-arte, paradójicamente, sucedió en un Brasil que estaba bajo una dictadura que llenó de militares el cuerpo técnico de la selección.

Pelé, al centro, es cargado por sus compañeros de equipo luego de que Brasil ganara la final de la Copa del Mundo contra Italia, 4-1, en el Estadio Azteca de México, el 21 de junio de 1970. Credit Associated Press
Impusieron como asistente al capitán del Ejército Cláudio Coutinho (que fue DT de Brasil en la Copa de 1978), al teniente Raúl Carleso como preparador de arqueros y al capitán José Bonetti de supervisor. El DT João Saldanha, que lideró una formidable campaña clasificatoria (seis triunfos, 23 goles a favor, 2 en contra), periodista y miembro del entonces proscripto Partido Comunista Brasileño (PCB), fue despedido a solo tres meses del inicio del Mundial y remplazado por Mário Lobo Zagallo.
Los jugadores, me lo confesó una vez el capitán Carlos Alberto, fueron claves con Zagallo para armar un bloque compacto, de gran disciplina colectiva. El pernambucano Nelson Rodrigues fue cronista dorado de la conquista de México 1970, “el día en el que todos fuimos reyes”, según escribió. “Hay ciertos momentos de genialidad en el fútbol —dijo también Rodrigues— que ningún arte produce”.
Eran tiempos en los que el escritor y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini describía al fútbol europeo como prosa y al sudamericano como poesía. Los estilos, es cierto, se mezclaron en los últimos años, como se vio con el 7-1 de Alemania a Brasil en el Mundial 2014. Como fuere, en Rusia 2018 la prosa le ganó a la poesía. Hace tiempo que el fútbol dejó de ser un asunto romántico patrocinado por familias tradicionales, como sucedía especialmente con los clubes más fuertes de Italia.
La belleza parece ser un lujo innecesario para los gerentes que se adueñaron de la pelota.
Hoy compiten millonarios de Estados Unidos, China, Rusia y Medio Oriente. En su libro Prepárense para perder, el periodista Diego Torres cuenta el momento de 2010 en el que el todopoderoso presidente de Real Madrid, Florentino Pérez, despidió primero al DT chileno Manuel Pellegrini y luego a su sostén, el director deportivo argentino Jorge Valdano.
Pérez entendió que el fútbol era “un negocio demasiado importante como para dejarlo en manos” de los futboleros y decidió que el poder pasara a manos del vicepresidente José Ángel Sánchez, exdirector de Mercadotecnia. La belleza parece ser un lujo innecesario para los gerentes que se adueñaron de la pelota.
Valdano, justamente, describió a Rusia 2018 como el triunfo del “fútbol claustrofóbico”. Sin espacio para el arte. Eliminados los favoritos Alemania, España y Brasil, la defensa del fútbol creativo estaba en manos de Bélgica, que defendió el dribbling a través de Eden Hazard y también con cierta espontaneidad en el ataque. Pero Francia le ganó bien en aquel partido de San Petersburgo, que fue una final anticipada.
Francia, campeón con su fútbol de espacios, hizo honor a una frase de Steve Jobs: “La simplicidad es la máxima sofisticación”. La frase inicia The Tactical Room, una gran revista digital en la que Martín Perarnau, acaso el máximo estudioso del fútbol estético y efectivo de Pep Guardiola, abre su último número recordando que firmeza, utilidad y belleza, los tres pilares usados por el romano Vitruvio para describir a un buen edificio, son los mismos que se le exigen hoy a un gran equipo. 

Aunque el último de ellos, admite Perarnau, sea hoy el “menos apreciado” de los tres. Perarnau pide “reivindicar la belleza en el fútbol, no como mero adorno, sino como reflejo de la verdad, porque nada es cierto sin belleza”. Difícil mantenerlo tras un Mundial en el que las anunciadas líneas defensivas de tres eran en rigor líneas de cinco jugadores. Y la línea de tres en ataque se reducían a uno. El Mundial en el que Islandia, pura roca, asfixió una tarde a Lionel Messi.
¿Trincheras defensivas y jugar al espacio serán características del fútbol pos-Rusia 2018? A no engañarse. Las ligas que recomienzan en España, Inglaterra y Alemania coronaron en sus últimas ediciones a equipos de posesión y el Nápoles, exponente de un juego elaborado, fue segundo en Italia. Los Mundiales, con todo su ruido, coronan a un campeón tras apenas siete partidos en un mes. Pueden ser un engaño. Como el fútbol mismo.

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