Opinion

Abrirse al mundo

Sergio Sarmiento
Periodista

2018-09-13

Ciudad de México.- Después de un período en el que los gobernantes globalizadores tuvieron un éxito muy importante, en que estadistas de la talla de Bill Clinton, Tony Blair o Felipe González afirmaban que la mejor forma de construir prosperidad era integrar las economías de sus naciones al mundo, hemos visto en los últimos tiempos un renacimiento de las posiciones nacionalistas. Los políticos se han dado cuenta nuevamente que el odio y el temor a los extranjeros ofrecen una enorme rentabilidad política.  ​
En las elecciones de Suecia del pasado 9 de septiembre Demócratas de Suecia, un partido opuesto a la inmigración y a la permanencia de su país en la Unión Europea, tuvo avances significativos. En Francia el Frente Nacional ha logrado un porcentaje importante del voto desde hace décadas. Los nacionalistas catalanes han llegado al poder gracias a sus promesas de independencia de España. Donald Trump llegó al poder en Estados Unidos con una propuesta resumida en la frase "America First". Andrés Manuel López Obrador ha prometido políticas nacionalistas para lograr la autosuficiencia en algunos productos agrícolas y en gasolina.  ​
El nacionalismo se asienta sobre uno de los instintos más fuertes del género humano. Somos animales gregarios, necesitamos de otros para sobrevivir, pero desde los primeros tiempos constituimos grupos que luchaban contra otros para tener acceso a recursos escasos. Los grupos muy pequeños, como clanes y tribus, fueron reemplazados con el tiempo por ciudades y posteriormente por naciones y países, pero el instinto de rechazo al extraño se mantuvo siempre.  ​
El nacionalismo de los otros nos resulta odioso, pero el nuestro nos parece natural. Los mexicanos cuestionamos el rechazo de Trump a los mexicanos, que fue uno de los factores más importantes en su triunfo electoral de 2016, pero al mismo tiempo rechazamos a los gringos, argentinos, colombianos o guatemaltecos que han llegado a nuestro país.  ​
En Estados Unidos los ciudadanos pueden argumentar que el número de personas nacidas en el exterior es muy alto. La cifra llegó a 13.7 por ciento de la población en 2017, lo cual equivale a 44.5 millones de personas. En México, sin embargo, la situación es muy distinta. Si bien se calcula que 12 millones de mexicanos viven en el exterior, en México residen menos de un millón de extranjeros. Esto se debe en buena medida a que nuestro país tiene reglas migratorias mucho más restrictivas que las estadounidenses, a pesar de lo mucho que nos quejamos del trato a los mexicanos en Estados Unidos.  ​
El nacionalismo consigue votos, pero empobrece. La migración ha sido en buena medida responsable del desarrollo de la Unión Americana. En México los grupos de inmigrantes del siglo XX, como los españoles, los judíos y los libaneses, han fortalecido la vida intelectual y económica de nuestro país. Los guatemaltecos han ayudado a recoger cosechas y hacer trabajos importantes en Chiapas. Aun así, los ánimos de rechazo a los extranjeros se fortalecen. El prejuicio puede más que el beneficio a la sociedad.  ​
López Obrador, como Trump, se ha preciado siempre de ser nacionalista. Quizá por eso Trump ha dicho que le cae mejor, al contrario del "capitalista" Peña Nieto. Pero si Andrés Manuel quiere construir un país más próspero, y no sólo agradarle a Trump, deberá entender que las naciones que más se han desarrollado son las que han hecho a un lado el nacionalismo y se han abierto al mundo. 

Para deportar
Trump ha pedido al Congreso de Estados Unidos que apruebe un monto de 20 millones de dólares de ayuda exterior al gobierno de México para financiar las deportaciones de centroamericanos de nuestro país. No hay indicación de si estos recursos fueron acordados previamente con el gobierno mexicano.  

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