Opinion

Se va, se va, se fue...

Vianey Esquinca
Analista

2018-09-09

Ciudad de México.- El lunes 3 de septiembre, el presidente Enrique Peña Nieto dio un mensaje en Palacio Nacional con motivo de su sexto y último informe de gobierno. Ahora sí, ya cerró las cortinas a pesar de que en estricto sentido su gobierno acaba hasta el 1 de diciembre.
Los informes de gobierno siguen siendo la fiesta del Presidente, no importa que ya no sean frente al Congreso o que el formato haya cambiado. Es su día y el Ejecutivo dice y hace lo que quiere. Si quiere dibujar un mundo de caramelo en el que haya avances, desarrollo y estabilidad, lo va a hacer.
Debe, sin embargo, reconocerse el trabajo de los asesores que se encargan de hacer el documento. Eso de encontrar buenas noticias hasta por debajo de la tierra, buscar las palabras y frases adecuadas para convertir lo medianamente bueno en excelente o lo pésimo en algo no tan malo tiene su chiste.
Reconocer como un logro que no hubiera un año sin que el país enfrentara algún embate de la naturaleza, poniendo como ejemplos a los huracanes Ingrid y Manuel o los temblores de septiembre de 2017, muestran que este gobierno no tuvo o nunca quiso tener memoria, porque fue justamente en esos casos donde se demostró la incapacidad de respuesta rápida del gobierno y/o la incapacidad de darle seguimiento a la ayuda para las víctimas.
O hablar de la infraestructura social construida, dejando de lado temas como el Paso Exprés de Cuernavaca o la aún fallida obra del tren interurbano México-Toluca, deja claro un problema que siempre tuvo el actual gobierno: lo suyo, lo suyo, lo verdaderamente suyo fue cerrar los ojos ante las crisis, esperando que desaparecieran solas.
El informe de Peña Nieto describiendo un país que obligaba a los mexicanos a preguntarse ¿de qué lugar estará hablando?, no es exclusivo de él, lo han hecho todos los mandatarios y seguramente lo hará en su momento Andrés Manuel López Obrador.
Además, como siempre sucede, hizo acompañar este 6º informe con spots y entrevistas con distintos medios de comunicación. Al escucharlo decir que él no perdió las elecciones porque no era el candidato, que la candidatura de José Antonio Meade no funcionó, o que de lo que se arrepiente es de haber puesto a su esposa Angélica Rivera a defender el caso de la Casa Blanca (y no el hecho mismo que implicaba conflicto de intereses y corrupción), uno no puede si no pensar: “pobre, morirá sin saber que fue adoptado”.
Morirán sin saber las placas del camión que atropelló al PRI, pensando que la gente es ingrata y que no reconoció el enorme trabajo y esfuerzo que se hizo durante seis años. El Presidente y su partido seguirán pensando que fue el desencanto internacional en las instituciones, en el que México fatídicamente se vio envuelto, lo que los arrastró a la derrota.
Morirán creyendo que ya se perdieron los valores y por eso la gente no reconoció nunca el valor de la amistad y las diferencias de él con sus cercanos. El Ejecutivo pensará, realmente, hasta el último día de su vida que realmente en su gobierno combatió la corrupción como nunca nadie más lo había hecho. Ternuritas.
El presidente Peña Nieto claudicó desde la derrota del 1 de julio. Dejó de ser el centro de la atención, lo cual por cierto no debe molestarle en lo absoluto. No ser cuestionado o criticado debe darle un gran respiro. Ya le pasó la batuta de la presión a López Obrador, quien, por cierto, está en el proceso de entender que ya no es candidato, sino presidente electo. Que como contendiente podía “corazonear” a quien se le pegara la gana, pero como presidente ya no puede darse el lujo de decirle “corazoncitos” a las reporteras que cubren la fuente, minimizando o infantilizando su trabajo.

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