Opinion

Camposanto

Yuriria Sierra
Analista

2018-09-07

Ciudad de México.- ¿Cuántas vidas caben en 300 metros cuadrados? En Veracruz, 166, nos dijeron el jueves. México es ese país en donde las condiciones más terribles, las menos deseables, representan un halo de esperanza para algunas personas. Autoridades de aquel estado hicieron un llamado a quienes tienen un familiar desaparecido. Imaginemos: tras semanas, meses, años sin saber de un ser querido, aparece una oportunidad de dar con él, aunque sea de manera simbólica, porque ya no habrá posibilidad de un abrazo, acaso sólo de darle, de regalarse, un lugar en donde recordarlo, para así tener certeza de dónde está. Eso fue lo que sucedió el jueves, cuando el gobierno veracruzano informó de 32 fosas clandestinas encontradas; en ellas, 166 cráneos, 200 prendas de vestir, 114 identificaciones. Es el segundo hallazgo más grande de este tipo, tan sólo en ese estado. En 2017, en Colinas de Santa Fe, otra región de Veracruz convertida en cementerio, se encontraron 299 cuerpos, que para la autoridad son sólo cifras, pero para sus familias y un país entero son personas con nombre y apellido que buscan, al menos, recibir justicia, porque ya no tienen nada más a qué aspirar.
Durante 2017, en Veracruz fueron encontradas 343 fosas en 44 municipios. Más de 30 mil restos humanos en ellas que, al inicio de este año, sólo habían arrojado 111 nombres y apellidos. Sólo 111 familias a las que se les dio la oportunidad de despedirse de su ser querido y un lugar a donde llevar flores. ¿Qué puede ser más inhumano que quedarse sin el derecho a decir adiós?
Cifras del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas registraban hasta abril pasado 37 mil 435 casos de ciudadanos de quienes no se sabe su paradero. Además de Veracruz, Tamaulipas, Jalisco, Morelos, Baja California, Durango, Michoacán, Estado de México, Chihuahua, Oaxaca, Sonora, Coahuila, Hidalgo, Nuevo León, Aguascalientes, Chiapas, Zacatecas y la Ciudad de México son entidades del país en donde fosas y cuerpos han sido encontrados. ¿Cuántas vidas caben en esos pedazos de tierra clandestinos? Casi un pueblo entero, Allende, en Coahuila, desapareció sin dejar rastro. Nada pasó después, nada dio señales que resolviera el misterio.
A las desapariciones se les suman los asesinatos —15 mil 973 en los primeros seis meses de 2018, cifras oficiales—, las muertes confirmadas de civiles que han quedado como saldo de una guerra contra el crimen organizado que no parece tener fin. Ni siquiera ese gobierno que anuncia una cuarta transformación tiene clara la ruta. Primero anunció una Guardia Nacional que se esfumó, después prometieron la salida de las Fuerzas Armadas de las calles, pero luego nos dijeron que será cosa paulatina, cosa de medio sexenio. Pero a la fecha no hay camino claro, no sólo para dejar de sumarle a las cifras, sino para dar esa oportunidad de despedida a quienes buscan a un ser querido.
¿Cuántas fosas aún no han sido descubiertas? ¿Cuántas vidas hay en ellas? ¿A cuántas familias les esperan años de incertidumbre, de esa inhumana esperanza?
Lo más terrible es pensar que aún no tocamos fondo, como para de ahí iniciar la marcha cuesta arriba. ¿Qué nos falta? Acaso sólo podemos abrazarnos de la certeza de que, a pesar de las circunstancias, no nos hemos familiarizado con esta realidad; aún nos decimos que esto no es parte de nuestro cotidiano. Aún creemos que esto no puede ser, nunca, nuestro día a día. Sin embargo, lo es, y a la fecha, ninguna autoridad —entrante o saliente— ha atinado a esa declaración que nos diga que sí, que hay fecha para que esta violencia termine. Y mientras eso llega, si acaso llega, vemos a nuestro país convertido en camposanto.

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