Opinion

¿Dónde jugarán los niños?

Lourdes Almada Mireles
Analista

2018-08-30

En días pasados, después de la desaparición y muerte de Rafita, un niño de seis años que fue a la tienda y no regresó a su casa, la Dirección General de Tránsito Municipal impulsó una campaña para promover “seguridad para los niños”, que planteaba concientizar a los padres sobre la seguridad de sus hijos y les invitaba, en términos generales, a que niñas y niños no jueguen en la calle, a que estén siempre acompañados por algún adulto y, a que el uso de patines, patinetas y bicicletas se realice en parques y banquetas.
El periódico diocesano Presencia dedicó un espacio para publicar opiniones al respecto. Me pareció un tema de gran relevancia, por lo que decidí retomarlo, con la aclaración de que algunas ideas de este texto fueron publicadas en dicho medio el domingo pasado. Al momento de recibir la solicitud del Presencia, había hecho algunas reflexiones sobre las situaciones concretas que viven la mayoría de las familias de nuestra ciudad y sobre las condiciones reales para que las personas adultas acompañen a los niños en el espacio público; no pude evitar recordar que en nuestra época las mamás y los papás raramente estaban en la calle con nosotros. También pensé en las condiciones reales de nuestras banquetas y parques.
Aunque detrás de la campaña una preocupación legítima de proteger a las y los más pequeños, me sentí molesta. Cruzaron varios pensamientos. Pensé en los miles de niños y niñas que pasan varias horas del día solos, ¿qué sería lo mejor para ellos (as)? ¿Y si la calle fuera un lugar seguro para que jugaran e interactuaran con los otros de la cuadra? ¿Y si existiera la mirada “vigilante” de algún vecino que les observe y les cuide mientras juegan? ¿Alguna señora de aquellas que salían a regañar cuando el balón pegaba en la reja o en algún auto (quienes son de mi generación saben de lo que hablo)?
Luego pensé en las banquetas y no pude evitar preguntarme en qué pensaba quien diseñó esa campaña. Yo no pude sino imaginarme a niños y adultos sorteando obstáculos para mantenerse en pie sobre la banqueta (sin patines y cuando eso es posible). Pensé en las subidas, bajadas, escalones y desniveles que se han construido para adaptar las cocheras, en las rejas para proteger vehículos que literalmente se comieron la banqueta, en los tramos sin pavimentar porque el frente del fraccionamiento quedó para el otro lado o tramos en avenidas principales como el que bordea el exgalgódromo, que a pesar de haber sido ícono de pujanza económica durante décadas, a la fecha sigue sin banquetas.
Sin embargo, para responder a Presencia, lo primero que se me ocurrió fue preguntar su opinión a nuestros hijos (as), de 16, 14 y 12 años. Las respuestas fueron contundentes (así son casi siempre las respuestas de las personas más jóvenes, creo que por eso nos da miedo escucharles más). En orden de aparición, estas fueron las respuestas: “Ni siquiera deberíamos estar en esos extremos de que los niños no puedan salir”. “Muy drástico, en vez de investigar a quienes dañan a los niños, los restringen en lo que más les gusta”. “Esa es una decisión que castiga a los niños, no a quienes les han hecho daño”.
No pude sino estar de acuerdo. ¿Por qué las acciones se dirigen contra la niñez y la juventud? ¿Por qué la responsabilidad se deposita –otra vez– en las familias, en lugar de que la autoridad promueva las acciones necesarias para garantizar la seguridad pública? ¿El problema es que niñas y niños jueguen en la calle o el problema es que las condiciones de inseguridad no lo permitan?
“Por otra parte, se trata de una medida clasista, pues los niños de clases medias y altas, que viven en fraccionamientos cerrados, seguirán teniendo acceso a la calle como espacio para socializar, patinar y andar en bicicleta, mientras quienes no tienen esa posibilidad se verían privados de poder hacerlo”.
Si bien es cierto, hay una responsabilidad fundamental de las autoridades por garantizar las condiciones de seguridad pública y por generar las acciones y presupuestos necesarios para construir una ciudad digna para peatones, patinadores y ciclistas, como comunidad hay muchas cosas que podemos hacer. Además de seguir insistiendo en que la autoridad cumpla con su responsabilidad, podríamos empezar por recuperar nuestras calles para el juego comunitario. Si cada uno de nosotros (as) nos proponemos dedicar un par de horas a la semana para promover que niñas y niños jueguen seguros en nuestra cuadra, algo empezará a cambiar.

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