Opinion

Contra la corrupción

Sergio Sarmiento
Periodista

2018-08-22

Ciudad de México.- El triunfo de Andrés Manuel López Obrador se debe en buena medida al hartazgo de la población mexicana ante un gobierno que percibe como corrupto y dispendioso. La creciente popularidad del mandatario electo es producto también de que algunas de las medidas que ha anunciado, como la reducción de sueldos de funcionarios públicos o la eliminación de las pensiones de los expresidentes, son vistas por muchos ciudadanos como pasos en la dirección correcta. 
López Obrador ha logrado mantener una reputación de honestidad personal a pesar de todas las acusaciones que se le han hecho.
El candidato presidencial del PRI, José Antonio Meade, afirmó que el morenista había mentido en su declaración 3 de 3 al declarar que no era dueño de ninguna propiedad, cuando unos apartamentos que había donado a sus hijos todavía eran legalmente suyos. Estos ataques, sobre unos apartamentos claramente modestos, no hicieron más que fortalecer la imagen personal del tabasqueño. 
Si bien Andrés Manuel ha tratado de proyectar una imagen de mayor austeridad personal que la real, lo que explica su insistencia de que no tiene propiedades o siquiera cuenta de cheques, no parece haber acumulado un patrimonio cuantioso en más de cuatro décadas dedicado al servicio público y a la actividad política. Ninguno de los políticos que he conocido a lo largo de estas mismas cuatro décadas tiene un patrimonio tan modesto como él. 
La honestidad personal, sin embargo, no es garantía de que se pueda reducir la corrupción y mucho menos de eliminarla completamente como ha prometido López Obrador. El presidente electo no ha presentado propuestas concretas de políticas públicas que puedan ayudar a disminuir la corrupción. Su propuesta fundamental es que su irreprochable honestidad personal es suficiente. "Va a haber otras acciones, desde luego, pero son complementos; lo principal es que el presidente sea honesto".
El argumento de López Obrador es: "En México se tiene un sistema presidencialista; entonces el presidente puede influir mucho, para bien o para mal".
Sí, es verdad, la conducta del presidente puede influir, pero la experiencia, no sólo en México sino en el mundo, sugiere que las regulaciones y la complejidad burocrática, así como la falta de transparencia en contrataciones y pagos, son factores mucho más importantes que la honestidad personal del gobernante. Un mandatario no puede estar al tanto de todo. 
López Obrador fue jefe de gobierno de la Ciudad de México del año 2000 al 2005. No hay ninguna indicación de que él haya modificado sus hábitos personales de honestidad, pero las quejas de empresarios que tenían que pagar dinero para construcciones, autorizaciones y trámites fueron constantes. René Bejarano y otros funcionarios, por otra parte, fueron exhibidos recibiendo dinero del empresario Carlos Ahumada.  Habrá que esperar a ver las acciones que tome el nuevo gobierno, sobre todo cuando empiece a controlar pagos y licitaciones.
La centralización de las oficialías mayores en una sola oficina controlada por él es una propuesta interesante, pero puede resultar sumamente ineficiente. Es muy probable, sin embargo, que López Obrador tenga que impulsar otras medidas de transparencia y simplificación administrativa para realmente reducir la corrupción. Tener un presidente honesto que sirva de ejemplo es siempre positivo, pero no hay razones para pensar que eso basta para acabar con la corrupción.  

Chequera de Andrés
Andrés Manuel se vanagloria de no tener cuenta de cheques, por lo que no se entiende cómo ha recibido ingresos. La gran pregunta ahora es si seguirá sin tener esa cuenta para recibir su sueldo como presidente. Sería mala señal porque la ley nos obliga a los demás a recibir pagos de forma electrónica.

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