Opinion

Escuela de la paz

Hesiquio Trevizo
Presbítero

2018-07-28

Las páginas 6 y 7A de El Diario del martes revelan, a la manera del proyecto de una tesis, el estado de salud que guarda nuestra ciudad: Investigan violación en el IMSS. Fallece en el Hospital Infantil tras 4 días de luchar por su vida; se refiere a la niña de cinco años alcanzada por las balas dirigidas a su padre. Retira DIF de hogares violentos a 100 niños. “Tomatito” sigue perdido. Suman 24 asesinatos de menores este año. El ultraje sexual a niños es diario. Busca Semefo despejar de cadáveres sus instalaciones; y las fotos que ilustran la nota muestran un tráiler de donde van bajando los cuerpos como quien baja granos en el mercado de abastos. Ni un cura que les rezara un responso. La misa de esta tarde la ofreceré por ellos.
En este contexto se planean las rondas de la “Consulta para la Sana Construcción de la Paz y la Reconstrucción Nacional”. ¿Y la familia, qué rol juega en este basto y rimbombante proyecto para crear la nueva sociedad reconciliada y pacífica? Fue como di con el tema de la Jornada Mundial de la Paz del 2008. Este texto de B.XVI puede servir mucho en dichas consultas.
“Familia Humana, Comunidad de Paz”. Tal el tema del mensaje papal del 2008.  “Este año dice el Papa he querido poner de relieve la estrecha relación que existe entre la familia y la construcción de la paz en el mundo”. Y se antoja, de entrada, que es objetivo desmesurado hacer depender “la paz” de la familia, en primer lugar, porque, como decía Bertrand Russell (1872-1970 filósofo inglés), la “familia es un problema muy complejo porque es un nido de resentimientos”, de esposos entre sí, de padres con los hijos y viceversa, de los hermanos, etc.; así, la familia es la primera escuela de la violencia del desencuentro, de los resentimientos. En segundo, porque pocas instituciones están sufriendo el embate de las transformaciones profundas, rápidas y aceleradas, de nuestro tiempo, como la familia. La familia, hoy, está bajo fuego, es objeto de un auténtico compló. Incluso, los ataques contra familia pueden venir de quienes harán la gran consulta para la sana construcción.
La familia natural, dice el Papa, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la «cuna de la vida y del amor» y «la primera e insustituible educadora de la paz». Precisamente por eso la familia es la «principal agencia de paz» y «la negación, lo mismo que la restricción de los derechos de la familia, obscurecen la verdad del hombre y amenazan los mismos fundamentos de la paz».  El núcleo argumentativo del Papa es más bien sencillo: “Dado que la humanidad es una «grande familia», si quiere vivir en paz no puede menos que inspirarse en aquellos valores sobre los cuales se funda y se rige la comunidad familiar”, tal es la tesis papal. Bástenos hacer una radiografía a los hechos citados en el primer párrafo (más los que aparecen el resto de la semana).
En efecto, y no obstante la razón que pueda tener Russell, la familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. El mismo Russell afirmaba que “cuando los padres se aman, la educación es un éxito”. Y la educación es la misión primaria y esencial de la familia. Una familia que no educa es un absurdo. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y estos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma. Por ello mismo, la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social.
¿Qué puede hacer la familia? Lo dicho, la primera función de la familia, la que se desprende más inmediatamente de su ser, o, más bien, la que se confunde con él, es la función educadora. La familia está orientada hacia el porvenir; prepara en cada generación a la humanidad del mañana. Para que el género humano según el orden que la naturaleza nos revela, es decir, para que el género humano no solamente subsista, sino que también se desarrolle; para que los hombres progresen, les es preciso un medio por el cual se transmitan las adquisiciones, de las generaciones anteriores y las tradiciones morales que han acumulado. Hoy hablamos de valores. No se trata de un simple relevo o de la conservación de un depósito. Lo que la familia transmite es ella misma. Fukuyama habla del “capital humano que hemos perdido”, refiriéndose al cúmulo de valores que ya no tenemos; que hemos perdido a la manera como se pierde una herencia. Los padres educan menos a sus hijos por sus órdenes y mandatos, por sus gritos y castigos que por el ambiente que crean, por las relaciones que mantienen y la mentalidad que desarrollan. No es de extrañar entonces, que los hijos lleven durante toda su vida una especie de marca, una señal, una misma huella que se marcó en la familia.
No nos extrañe, entonces, que el Papa hable de la familia como de esa primera forma de comunión entre las personas. “La familia natural, en cuanto comunión de vida íntima y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es el «lugar primero de humanización» de la persona y de la sociedad, es la cuna de la vida y del amor. Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, «una institución divina» fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social”. En efecto, la misma experiencia humana de relación, de apoyo, de cercanía, de responsabilidad compartida, de amor, de paciencia, de gratuidad, que debe caracterizar la vida diaria de la familia, representa la primera y fundamental aportación a la sociedad. La familia es por ello esa primerísima e insustituible escuela de humanidad. Lo menos que podemos preguntarnos ante los hechos que nos toca enfrentar es si no habrá fallado seriamente esta primerísima escuela. Nos quejamos de la deshumanización reflejada la forma patológica de la violencia; yo he retado a las ciencias humanas que desentrañen el psiquismo de quien puede desmembrar a las víctimas, dispersar los restos, disparar indistintamente contra niños y ancianos, robar y asesinar y extorsionar y secuestrar, y etc. Si falla esta escuela no habrá forma de revertir el deterioro progresivo de nuestra sociedad: ni policías, ni nuevos sistemas de procuración e impartición de justicia, ni más ceresos, ni más escuelas de mejoramiento social, serán suficientes.  Y menos con las puertas giratorias y los errores del Ministerio Público.
¿Por qué no recordamos los mensajes del papa Francisco en su visita pasada?  Ahí hay doctrina firme. Indiscutiblemente, la familia y la sociedad están íntima y orgánicamente ligadas. En efecto, continúa B.XVI, en una vida familiar «sana» se experimentan algunos elementos esenciales para la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible escuela de la paz.
De tal manera, pues, que cuando se habla de la familia como la célula primera y vital de la sociedad, se habla de algo esencial. La familia es también fundamento de la sociedad porque permite tener esas fundamentales experiencias determinantes de paz. Y es que la educación es no sólo la función sino el verdadero ser de la familia; una familia que no educa no es familia. En su ‘Emilio’, Rousseau dice: “al salir de mis manos –el hijo-, no será ni magistrado, ni soldado, ni sacerdote, será ante todo un hombre”. La familia está llamada a formar personas.
Si los síntomas de deshumanización, de graves trastornos en las relaciones personales, en la formación de personas, puede ser la característica de nuestra sociedad, si podemos acusar un profundo déficit de humanidad –innegable– quiere decir que necesitamos urgentemente restablecer, apoyar, con todos los medios a esa primerísima e insustituible escuela de sociabilidad.
«En la inflación de lenguajes, la sociedad no puede perder la referencia a esa gramática que todo niño aprende de los gestos y miradas de papá y mamá, antes incluso, que sus palabras», concluye el Papa. Creo que necesitamos «papás y mamás» que, con su mirada, con su gesto, con su vida toda, enseñen a las jóvenes generaciones la “gramática de la paz”.  De lo contrario, no hay forma de revertir lo que estamos viendo, viviendo y oyendo.

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