Opinion

El presidente legítimo

Jesús Antonio Camarillo
Académico

2018-07-06

Un resultado electoral en el que a partir de sus primeros números empezó a construir cosas con palabras. Por momentos era difícil creer lo que estaba pasando en la elección del próximo presidente de México. Todo tan terso, casi rayando en lo sublime. José Antonio Meade como que al borde del llanto, reconociendo su derrota. Ricardo Anaya, con el mismo tono que anunciaba en los debates los paneles solares prometidos, haciendo una deferencia al próximo presidente de México. “El Bronco”, que por cierto nunca debió estar ahí, deseándole éxito a Andrés Manuel. Los tres dando la cara en pantalla antes que el mismo presidente del INE, Lorenzo Córdova.
Era como la imagen de otro México. Y en ese imaginario, el sueño de la civilidad mezclada con hipocresía, sigue vivo. Algunos de los empresarios más importantes del país, esos que atacaron hasta el cansancio a Andrés Manuel y que, en algunos casos, llegaron al extremo de reunir a sus empleados para aleccionarlos sobre los “peligros” de votar por él, ahora traslapan sus respectivas voces en videos para decir que “México votó por el cambio”. La paz y el respeto irrumpen de pronto en sus videos. Sobreactuados, patéticos, henchidos de comicidad involuntaria y nada fina, ajenos al menor atisbo de convicción en sus palabras. La verdad es que su influencia no les alcanzó esta vez para que no llegara el hombre al que le metieron el pie decenas de veces.
En otros, en cambio, fue posible ver la felicidad postelectoral encarnada. Tras la decepciones de 2006 y 2012 millones de mexicanos mantuvieron el ánimo, aunque muchos no sin mella. La cuña del escepticismo les había hecho callo, pero mantuvieron la esperanza. A muchos de ellos, el domingo les pareció un día irreal: López Obrador por fin ganaba la elección presidencial. Y aunque todas las encuestas serias lo avizoraban desde hace meses, necesitaron algo más que un pellizco para darse cuenta que estaban en estado de vigilia.
Miles de juarenses hicieron de ese domingo día de fiesta. La ciudad se la jugó con Andrés Manuel. 212 mil votos de aquí para la causa del candidato que eligió a Ciudad Juárez para el inicio de su campaña. Bien asienta El Diario, en una nota de Itzel Ramírez, que las visitas a la ciudad le rindieron frutos, logrando más votos aquí que en estados completos. Y a nivel nacional simplemente el candidato presidencial más votado de la historia, con más de 30 millones de votos. Ahora sí, ¿quién se atrevería a escamotearle el rótulo de “presidente legítimo”? El nivel de legitimidad con el que Andrés Manuel López Obrador llegará a la Presidencia es histórico y se asienta en el pulso mayoritario al que tanto alude él mismo.
Pero el propio Andrés Manuel y su gabinete “de ensueño” deberán tener presente que la democracia mayoritaria ya se pronunció, haciéndolo de una manera irrefutable. Ahora, la democracia mayoritaria debe ceder el paso a una democracia más sofisticada. Una en la que las instituciones realmente funcionen; los organismos autónomos sean eso: autónomos; los órganos jurisdiccionales federales y locales porten la dignidad y la libertad que siempre debieron tener; una, también, en la que los gobernadores de las entidades federativas dejen de ser los “virreyes” de nuestros tiempos; y una, sobre todo, en la que el desarrollo y el respeto a los derechos fundamentales nada tenga que ver con el pulso mayoritario.
Así, habría que comprender que la democracia mayoritaria ya habló. Lo hizo como quizá no se vuelva a repetir en muchos años. A esa democracia mayoritaria habría que agradecerle su fuerza, su contundencia y su claridad. Nos legó un resultado electoral diáfano y plausible. Que quizá deje dilemas de inexistencia de contrapesos efectivos es parte de las reglas del juego, pero hay mucho que agradecerle.
Entender su función, límites y ambivalencias no es tarea sencilla, pero paradójicamente los “gobiernos democráticos” son precisamente los que alcanzan a conocerlos.
El Gobierno de López Obrador tendrá gran parte del balón en su cancha para decidir las formas y los escenarios del uso democrático de la legitimidad con la que el pueblo lo revistió.
Todo, en efecto, parece un sueño.

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