Opinion

De política y cosas peores | Los que llegan tarde no alcanzan buen lugar

Armando Fuentes
Escritor

2018-07-01

Ciudad de México.— "Me da un méndigo condón". Así dijo un majadero tipo ante el mostrador de la Farmacia Cosme y Damián. La dependienta protestó enojada: "Oiga: aquí estoy yo". Replicó el individuo: "Ah, entonces deme dos". La vecina de doña Jodoncia le contó: "Mi marido es un ángel". "Qué suerte tienes -respondió Jodoncia-. El mío todavía vive". Lord Highrump era vehemente defensor de las costumbres de Inglaterra. Pensaba que eran creación de Dios, y miraba con desdén los usos de "la otra parte del mundo". Solía decir: "Si el Señor hubiera preferido el sistema decimal al duodecimal habría tenido 10 apóstoles, no 12". La madura enfermera, mujer poco agraciada, le dijo a su ayudante, linda chica escasa en años y abundosa en curvas: "En el cuarto 101 está un marinero canadiense que tiene un tatuaje en su atributo de varón". "¿De veras?" -se interesó la muchacha. "Sí -confirmó la otra-. Se hizo tatuar ahí la palabra 'swan', que significa 'cisne'". "Tengo que ver eso" - dijo la enfermera joven. Y así diciendo se apresuró a ir a la habitación donde el marino estaba. Regresó después de media hora con una sonrisa de satisfacción. Su jefa le preguntó, curiosa: "¿Viste el tatuaje del marinero?". "Sí -replicó la guapa chica-. Pero la palabra que tiene tatuada ahí no es swan. Es el nombre de su lugar de origen: Saskatchewan". (No le entendí). Soy hombre de poco dormir, lo he dicho antes. Con cinco horas de sueño tengo lo suficiente para funcionar bien todo el día sin necesidad de siesta. Y esto no es cosa de la edad: ya en la adolescencia dormía yo muy poco, aunque soñaba mucho. Tan pronto ponía la cabeza en la almohada me quedaba dormido -lo mismo me sucede ahora-, y despertaba antes del amanecer, cuando toda la casa estaba aún en silencio. Ese extrañísimo reloj biológico, que antes asombraba mucho a los doctores y ahora ya no tanto, me permitió leer todos los libros de la biblioteca familiar. Leía desordenadamente, que es la mejor manera de leer, pues no debe haber en los deleites orden. Leía, por ejemplo, "Flor de fango" -no sé quién llevaría ese libro a la casa- y en seguida la Imitación de Cristo -tampoco sé quién llevaría a la casa ese libro-. A lo que voy es a decir que ayer domingo me desperté más temprano que de costumbre. Era día de votar, o sea de participar en el diseño del futuro de mi país, y quería dejar escritas mis columnas antes de ir a depositar mi voto, a fin de concentrarme después en seguir el curso de los acontecimientos. Acudí a la casilla que me corresponde, y fui de los primeros en votar. Antes que yo votó un querido amigo, Raúl Weber, compañero mío de la primaria en el invicto y triunfante Colegio Ignacio Zaragoza, prestigiado plantel lasallista. Raúl se las ha arreglado para no tener panza, a diferencia mía, que la tengo de feliz canónigo. Pues bien: cuando mis cuatro lectores lean esta columneja ya se sabrá el resultado de votación, y se habrá cumplido una vez más el ordenamiento constitucional que conduce a la renovación de poderes. Ojalá ese ejercicio democrático se siga cumpliendo en el debido tiempo y la debida forma. "Sero venientes, male sedentes". Los que llegan tarde no alcanzan buen lugar. Eso le sucedió a doña Macalota, que llegó a la merienda de los jueves cuando los mejores sitios estaban ya ocupados, de modo que debió resignarse a quedar en un rincón. No oyó bien, por lo tanto, lo que doña Gules  relató. Fue a una isla del Caribe donde las frutas que se vendían en el mercado eran enormes. "Los plátanos eran de este tamaño -dijo la dinerosa dama señalando con las manos-, y las naranjas así". Doña Macalota se apresuró a acercarse y preguntó con ansiedad: "¿Quién? ¿Quién?". FIN.  

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