Víctor Guzmán
Académico
La alimentación balanceada, nos dicen los nutriólogos, es la base para una vida saludable y alejada de las enfermedades.
México ocupa el segundo lugar en obesidad, después de Estados Unidos, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), datos que son preocupantes y no tomados en cuenta por la mayoría de los afectados; sin necesidad de estadísticas, basta con salir a las calles, al trabajo, escuelas y ver a la población con ese problema de salud.
Hay un paso entre el sobrepeso y la obesidad y uno más pequeño para llegar a la diabetes, que es una de las primeras causas de muerte en México, y que provoca ceguera, insuficiencia renal y múltiples padecimientos más. Se estiman 80 mil muertes por año por esta enfermedad, según el Instituto Nacional de Salud Pública.
México ocupa el deshonroso primer lugar a nivel mundial de obesidad infantil, considerada por las instancias federales de gobierno como “un problema de salud grave y urgente de atender”. El sobrepeso en niños va en aumento, al igual que la diabetes mellitus tipo 2; el 20.2 por ciento de los niños entre cinco y 11 años desarrollan obesidad y uno de cada tres adolescentes, de entre 12 y 19 años, presenta sobrepeso.
Un ejemplo de inicio de esta pandémica enfermedad son los alimentos que cotidianamente ofrecen las escuelas primarias y secundarias a la hora del recreo; cantidades generosas de harina, golosinas irritantes con salsas ácidas, papas grasosas, y bebidas muy endulzantes, ya sean gaseosas o pseudojugos, a diario son consumidas por niños a lo largo y ancho de la nación.
Ese es uno de los lugares donde comienza la gravedad del problema. No todos los padres tienen la oportunidad de preparar los alimentos a sus hijos, optando por darles efectivo para que desayunen o coman, y así sacien su apetito, debiendo consumir lo que se ofrece en las cafeterías escolares. Es difícil ver una cafetería escolar con una barra de alimentos nutritivos necesarios para el desarrollo físico y mental de niños y adolescentes.
Las marcas poderosas que distribuyen esos productos harineros, gaseosos y de frituras, no cesan en las escuelas y tienen más poder que las mismas disposiciones de gobierno. Mientras se sigan consumiendo, se continúa ofreciendo a los infantes sin reparar el gran daño que están causando, por ello la importancia del adoctrinamiento de los padres y el cuidado necesario para evitar que lleven una vida sedentaria.
¿Qué se está haciendo para combatir este problema de salud nacional? La difusión de propaganda para concientizar a la población es limitada y no basta, debe llegar hasta los espacios donde nace este proceso pernicioso. Los programas que llevan los hospitales debe ser con aquellos que no tienen el padecimiento, comenzando con los niños y previniendo la enfermedad.
El costo por la atención de una persona con diabetes es muy alto, se requiere de muchos cuidados y atenciones especiales: inyectar insulina, estudios de laboratorio, hemodiálisis, revisión periódica de glucosa, cuidados al pie de la letra que son necesarios para mantener una vida digna.
Quien paga financieramente por este deterioro de salud nacional es el gobierno, pasándolo directamente a los servicios que ofrecen por medio de los hospitales de sanidad pública, dando un mal servicio por falta de recursos y de ahí al paciente que sufre las consecuencias.
Son necesarias la generación de políticas públicas que impacten de manera frontal este deterioro de salud, desde sus raíces, lugares educativos, programas de movilidad física y regulación de comida chatarra que tanto daño sigue causando.