Opinion

En la mira de Obrador por cojear de la misma pata

LA COLUMNA
de El Diario

2018-06-16

Fueron unos segundos de mala fama los de Javier Corral en cadena internacional durante el tercer y último debate de presidenciables en Mérida. Fue suficiente ese tiempo para dejar claro que se ha ganado la animadversión de quien se perfila hasta el momento como nuevo jefe en Los Pinos, Andrés Manuel López Obrador.
No siempre puede mantener oculta el gobernador su incurable simulación. Durante la intercampaña aventó unos besitos políticos al tabasqueño. Estaría contento con AMLO si no gana Anaya, dijo a principios de año. Hace unos días lo quiso perjudicar con un insulto. López Obrador, “un ambicioso vulgar”, le soltó.
Cambió de opinión Corral cuando el candidato de Morena rechazó la zanahoria de la mentira y la eventual traición.
Ahora como aliado de Anaya sin más opción, Corral debió tragar saliva cuando levantó AMLO su fotografía evidenciando que si algún pacto hubo con el presidente Peña Nieto fue el de Anaya, denunciado por el propio gobernador chihuahuense en aquel debate por la presidencia del PAN cuando acusó a su hoy candidato a la Presidencia de aplaudir hasta hinchar sus manos al titular del Poder Ejecutivo.
Por eso el tercer debate transcurrió como se esperaba. Andrés Manuel en su posición de puntero contestó sólo lo mínimo. Ni cartera llevó. No tuvo siquiera necesidad de despeinarse. Con golpecitos como el dado a Corral tenía para mantener a su oponente a raya. Si no hubo las grandes revelaciones en los dos primeros encuentros, menos las habría en el tercero, a solo unos días de la jornada electoral.
El golpe central del panista, con el contratista a modo, apenas causó rasguños que el tabasqueño reviró magistral con esa foto de Corral Jurado.
Solo dos chihuahuenses sacan de su quicio al tabasqueño; uno es precisamente el gobernador del estado, cuyo nombre le provoca urticaria nomás de escucharlo; y el secretario de Desarrollo Social, Víctor Quintana, al que directamente señala como traidor desde que saltó del lopezobradorismo para integrarse de lleno a la nómina corralista.
En el consciente del puntero en la carrera presidencial se encuentra muy clara la incongruencia del mandatario estatal. Los intentos de manipulación, de engaño abierto.
Aparte de lo dicho, sabe también el tabasqueño que Corral trató de conformar un amplio frente de izquierda-derecha para desbancarlo; que hizo una caravana para promocionar a Anaya cuando él mismo no pudo ser el candidato presidencial; y que ha cooptado a la izquierda, la poca izquierda afín a él, mediante la nómina. Al propio Quintana, a los Gómez, los Castro, los Borunda, los curas de la teología de la liberación.

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En esta historia de desencuentros hay un antes y un después. El coqueteo de Corral en enero ahora se transformó en confrontación directa. Ni la cercanía con Emilio Álvarez Icaza o del exfiscal electoral Santiago Nieto, pueden hacer algo por él. No mordió AMLO ningún anzuelo. No ha caído con mensajes directos ni indirectos.
El candidato presidencial de Morena se radicalizó con el arranque de la campaña presidencial sin piedad. No ha perdido oportunidad para golpear al Prianismo corralista (muy acendrado hoy con sectores del tricolor chihuahuense con los que juega alegremente bajo la mesa).
El pleito López Obrador-Corral ha escalado a un punto sin reversa. Todo ello subyace, sin duda, tras la cartulina con la foto. Fueron unos cuantos segundos, pero fue un golpe contundente para el de Chihuahua.

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Para Andrés Manuel ha quedado claro el perfil del estrafalario gobernador. Se refiere a él como alguien que engaña con un supuesto tufo progresista.
Probablemente alude a sus poses de intelectual de izquierda. Sus discursos aderezados de pensamientos progresistas que ha pepenado aquí y allá en las tertulias correspondientes.
El candidato morenista lo ha calibrado y ubicado en la farsa de los pleitos de la mafia del poder y su incongruencia: su pelea con Ricardo Anaya durante la confrontación hacia la presidencia del PAN y la famosa frase.
Tiene muy clara López Obrador la estatura del gobernador chihuahuense. Ha viajado a la entidad una y otra vez para espetarle en el rostro su fracaso al frente de la administración estatal.
López Obrador, ante todo eso, no tiene empacho en recriminar el abandono a los chihuahuenses. Están peor que cuando Duarte gobernaba, ha dicho, y seguramente lo va a volver a decir estos días que cierre campaña allá en Chihuahua capital, donde ayer cerró campaña justamente Ricardo Anaya, en un intento de demostración de fuerza que se quedó en pretensión. El panismo ha sido dividido como pocas veces en su historia.

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Anaya y Corral cojean de la misma pata. Sus pecados –no pecadillos– se acumulan paso a paso. Critican la amnistía anunciada por el de Macuspana, pero en corto le rezan al mismo santo. Buscan en secreto un perdón que no obtendrán.
El candidato presidencial del PAN se puso los guantes en el debate. Buscó infructuosamente sacar una ventaja considerable como ganador en retórica, pero no alcanzó ni un punto. Se erigió como el ganador de la justa pugilista, pero irónicamente, el otro se mantuvo en la cúspide de las encuestas sin mayor estrés.
La vorágine electoral antisistema blinda a López Obrador, que en el encuentro realizado en el Gran Museo del Mundo Maya, se dedicó a contestar, en monosílabo, asumiendo una posición de ganador.
No sufre ni se acongoja. ¡Que ya tiene contratista favorito! ¡Que Venezuela! ¡Que la aministía...! Nada le duele. Todo se diluye frente a la tendencia electoral.
Pero Anaya sí sufre. En su interior se agolpan las ideas acerca de un futuro no muy lejano. Rota la relación con el sistema, sabe que las condiciones no son muy favorables para su propia amnistía. Vienen grandes retos para su oscura riqueza.
Le va todo en la contienda. El negocio con los Barreiro tiene poca defensa, como también la tiene el uso de prestanombres para el manejo millonario de bienes inmuebles.
El PRI-Gobierno sólo lo amenaza hasta ahora. Sabe que el sistema busca la gobernabilidad, pero ¿Andrés Manuel respetará ese pacto de impunidad no escrito?
Por ello tras la estridencia del debate, arrancar de López Obrador una posible amnistía personal es algo impensable. El pleito está cantado.
Para Anaya y para Corral no habrá justicia y gracia. Sólo habrá justicia, parece el mensaje.
Vendida su alma a Anaya y confrontado con Peña Nieto y Andrés Manuel de manera irreversible, la suerte de Corral parece echada. Sus pecados lo persiguen.
El abuso de poder en el Ichitaip, en la Auditoría Superior, en el Tribunal Superior de Justicia. La contratación de deuda a corto plazo. Los manejos en salud, la millonaria manipulación de contrataciones. Los pantallones de cuatro millones.
El abandono a la seguridad pública, un crimen terrible, donde con descaro se ordena ocultarse a los policías en Ignacio Zaragoza, mientras la población es acribillada.
Todo ello tiene y probablemente tendrá sus consecuencias, más cuando Corral se encuentra entre ceja y ceja del tabasqueño, como nos aseguran gentes muy cercanas al candidato de Morena.
Las veladoras que tiene el gobernador encendidas se le están apagando; su gallo salió de poca pluma aunque de mucha cola, quizá su más grande debilidad.
Ni el sol, que derrite las calles, lo calienta.

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