Opinion

¿Cuál cambio?

Carlos Murillo
Abogado

2018-06-16

En época de elecciones muchos de los candidatos dicen representar el cambio, pero en realidad no son diferentes. Es un engaño. No existe el cambio, en realidad es un rampón discurso demagógico -no uso la palabra populismo porque es más amplio el término demagogia-, se trata de decir una mentira a sabiendas de que lo es para obtener un resultado y populismo es decir lo que la gente quiere escuchar, aunque sepa que es mentira, para ganar adeptos.
En general, la sociedad tiene una mala imagen de la política, principalmente porque, en casos como el de México, pertenecer a la clase política gobernante se ha convertido en el atajo para treparse a la cima de la pirámide social. Eso es lo que más molesta, que usen a la política como escalera.
Hoy, en términos de confianza, ser político de carrera es peor que ser policía. Si alguien desea aumentar prestigio social puede meterse al Heroico Cuerpo de Bomberos, pero si quiere acabar con su reputación, entonces puede meterse de político. Esa es la realidad.
Desde esta perspectiva, nadie en sus cabales desearía ser político, mucho menos candidato. Pero hay una paradoja en esto, a la gente le atrae el poder, si alguien conoce a alguien que anda "muy metido en la política" y "con el bueno", es una amistad que se debe cuidar mucho, porque esa misma persona que odia a la clase política gobernante, sabe que eventualmente necesitará un favor o podrá obtener un beneficio de lo que tanto desprecia y se convertirá en lo mismo que critica.
Es necesario aclarar que me refiero a la clase gobernante desde un sentido amplio, como una red articulada de forma compleja donde se comparte el poder. En esa lógica, no es solamente quien detenta el poder político quien pertenece a esta clase, sino también la oposición que cogobierna, las organizaciones de la sociedad civil y las personas que directa o indirectamente reciben un beneficio económico o simbólico con cierta frecuencia.
Un ejemplo, la señora que recibe despensas en una colonia popular y se encarga de repartirlas pertenece a la clase gobernante. Un empresario que se beneficia de contratos por su amistad con un funcionario público, también pertenece a la clase gobernante. Un estudiante que recibe una beca para realizar un posgrado en el extranjero gracias a los contactos de algún familiar, es parte de la clase gobernante. Un líder de un partido político pequeño que recibe dinero del Estado, por supuesto que es un miembro de la clase gobernante.
El sistema político mexicano así está diseñado, para abrir las posibilidades a que la clase gobernante tenga acceso a beneficios, ese es el secreto peor guardado.
Lo que llama AMLO “la mafia del poder”, no es otra cosa que la clase política gobernante, a la cual pertenecen todos los morenistas, muchos de ellos antes de siquiera soñar con ser morenistas.
Cuando se refieren al cambio en Morena, es más bien un "quítate tú para ponerme yo". Y lo peor, las únicas razones para que eso suceda es que el otro es más malo.
El sobrevalorado cambio usado como estrategia de marketing, es el anzuelo para la gente que está harta. Sigo sin saber de qué están tan cansados, pero lo dicen con una vehemencia que haría dudar hasta al más incrédulo.
La gente dice cosas como "está probado que el PRI han robado al país" y después amarran con "por eso votaré por AMLO, para un cambio". Lo mismo dijo mucha gente en el año 2000 con Fox, que ahora por cierto tiene su corazón con Meade un día y con Anaya otro. Así de profundo fue el cambio que proponía Fox.
Por eso mismo, ahora los demagogos se aferran a hablar de un cambio, pero le ponen apellido para distinguirse de otros demagogos, por eso unos hablan del "cambio verdadero" y otros del "cambio con responsabilidad".
Pero en realidad, el cambio es un slogan hueco. Todas las expresiones políticas, partidos e inclusive las supuestas independientes, representan en algún grado la continuidad, no el cambio.
El último cambio político en México fue en 1917, con la promulgación de una nueva Constitución, aunque hasta ese cambio tenía una fuerte dosis de continuidad y mientras el sistema político mexicano sea el mismo, el cambio es una oferta demagógica.
Cuando se hacen notar los errores para polarizar al país y dejar el aguijón del odio en la gente, el resultado es la rentable polarización que se usa como arma electoral, así lo hizo Javier Corral en Chihuahua en el 2016 y está sucediendo lo mismo con Anaya y AMLO, la apuesta es por rencor.
El veneno social hace que todo se vea oscuro, se ha borrado de la historia el pasado inmediato, la consolidación de las instituciones de seguridad social, el IMSS, Infonavit y decenas de oficinas de procuración de defensa de los derechos, se nos olvidó la valiosa estabilidad social, de la que no pueden presumir decenas de países en Latinoamérica, así como la participación de México en la diplomacia internacional. Todo eso y miles de logros se ocultaron debajo de la alfombra para continuar con el discurso de un país en ruinas que necesita un cambio.
En todo caso, estamos viendo una elección federal donde AMLO ha logrado sumar suficientes odios para adelantarse en las encuestas. Pero representa la continuidad (que para hacerlo más dramático llaman "continuismo"), pero la gran diferencia es que AMLO no sabe gobernar, así que el riesgo de perder estabilidad económica y política, tanto al interior como en el exterior, es potencialmente más posible que con los otros candidatos.
Anaya, por su parte en la bancarrota moral, no tiene posibilidades de competir. “El Bronco” está haciendo lo mismo que AMLO, comenzar ahora su carrera para dentro de 6 o 12 años, apostándole a que, si AMLO gana, en menos de un año la decepción de la gente se traducirá en que ningún partido cumple y por lo tanto le toca el turno a un independiente, en la misma lógica de elegir a un malo porque los demás son peores.
El único que garantiza un gobierno con estabilidad, crecimiento y desarrollo social es Meade, el mejor perfil, más preparado y honesto.

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