Opinion

Tratado sobre el saltamontes

Santiago González
Analista

2018-06-15

Con frecuencia la humanidad le ha asignado -sin deberla ni temerla- características humanas a los animales, esto para ejemplificar sus propios vicios; así tenemos “El hombre es el lobo del hombre” (Hobbes, 1651), o “La civilización occidental esconde un cuadro de chacales” (Guevara “Che”, 1960). Cuando la verdad ya quisiéramos tener la unión y solidaridad que lobos, chacales o hienas tienen en sus grupos.
Pues en este ejercicio de repartir nuestros vicios, cuyo mejor exponente fuera Esopo (564 a.c.) y en América, Horacio Quiroga (1918), llegamos a nuestros tiempos con un singular insecto ortóptero, el chapulín. A este insecto hemos dado en usarlo para ejemplificar la incongruencia política o el cambio de bando a conveniencia, incluso lo hemos vuelto un verbo: yo chapulineo, tú chapulineas, todos chapulinean.
Esa característica que al insecto le sirve para salvar el pellejo o desplazarse con un desdoblamiento repentino de sus patas posteriores y dar un brinco para encontrarse al momento en otro lado a salvo, se compara con la acción de muchos políticos que con un acto repentino cambian de ideologías y lealtades, poniendo a salvo sus intereses o carrera, generalmente en tiempo de precampaña y de un partido en declive a uno en crecimiento. Pero seríamos injustos al decir que, el solo acto de cambiar de partido es un acto de incongruencia, pues dentro del acto de chapulinear existen varias categorías.
Primero debemos aclarar que no solo los candidatos chapulinean, también los militantes, burócratas, simpatizantes, comunicadores, empresas, partidos y hasta administraciones. En obvio de no generalizar, entraremos a describir algunas formas que puede tomar el acto de chapulinear. 
Los militantes: aquellas personas que, sin aspirar a un puesto de elección popular, se allegan a una formula distinta de la que apoyaban, por tener en esta una mayor posibilidad de obtener un beneficio como pueden ser puestos dentro del gobierno.
Los burócratas: cuando habiendo obtenido su puesto por el apoyo a un candidato o partido, cambian su apoyo para conservarlo.
Los simpatizantes: en este caso es más inocente, pues sin tener ningún interés específico, se cambia solo para estar del lado de los ganadores, es como cambiar de equipo de futbol. También se les llama “chaqueteros”.
En los comunicadores y empresas de comunicación: en estos existen diversos beneficios individuales o corporativos, pues mientras a una empresa se le puede beneficiar con contratos, por ejemplo, al comunicador le beneficia la aceptación y difusión que le genera hablar bien del candidato puntero; así como la consecuente legitimidad que le dan los seguidores del candidato en cuestión. Pues como ya sabemos el maniqueísmo de la política es que si hablas bien de mi candidato, eres objetivo; si hablas mal, eres vendido.
Empresas: evidentemente la obtención de contratos sin licitación o licitaciones a modo.
En partidos: en estos se observa en las alianzas, cuando un partido con una base ideológica se une a otro completamente distinto por los beneficios electorales y consecuentemente presupuestales, así como los espacios. Pero también los partidos que buscan a candidatos que históricamente han estado en contra de sus postulados y que aprovechan la falta de espacios de figuras políticas para ofrecerse como plataforma, pues sabemos que el éxito electoral se encuentra en la dupla de un buen candidato y buen partido.
En administraciones: aquellas que ante el inminente debacle de su partido de origen, veladamente impulsan las acciones de otro gobierno generalmente superior, es decir, municipal a estatal, estatal a federal, o del mismo nivel cuando es el sucesor.  
En todos los casos anteriores comparten pecado ambas partes.
La verdad es que no, no necesariamente un chapulín será un mal funcionario, es simplemente oportunista, será malo para el partido que lo recibe, que indudablemente abandonará cuando las cosas vayan mal, con sendos despotricamientos, así, igual como llegó. Pero ni un funcionario de una vida de militancia te asegura una correcta funcion pública, ni un avecinado es garantía de maldad. En la administracion pública se requiere más que inamovilidad, tambien astucia, versatilidad, inteligencia para lograr los objetivos, siempre que estos no vayan en detrimento de la hacienda pública.
Despues de una jornada donde se ofreció convertir a Juárez en el estado 33, cortar manos, subir todos los gastos y bajar todos los impuestos, un cambio de partido es peccata minuta.  La política no es la palestra de virtudes que proyectaron los griegos, es una arena sucia de traiciones y puñaladas, donde las personas totalmente honestas, limpias de corazón y pensamiento no pueden sobrevivir. Cada funcionario(a) de alto nivel tuvo que librar batallas, evadir traiciones, descubrir intrigas, romper lealtades y urdir planes casi golpistas, créanme, cambiarse de partido es de lo más inocente que les veremos hacer.  
El chapulineo, una práctica de México para el mundo.

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