Opinion

El nuevo orden y el Mundial

Pascal Beltrán del Río
Analista

2018-06-12

Ciudad de México.- Está por verse si un nuevo orden mundial, construido en torno a “hombres fuertes”, sustituye la cuidadosa búsqueda de consensos entre naciones que ha caracterizado las relaciones internaciones desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Quienes apuestan que esto ocurrirá en un mediano plazo se habrán sentido reivindicados en sus pronósticos el pasado fin de semana, cuando el presidente estadunidense Donald Trump se peleó públicamente con sus aliados del G7 mientras volaba hacia Singapur, al otro lado del mundo, para reunirse con el beligerante dictador de Corea del Norte.
Lo seguro es que, como esa, hay múltiples señales de que vivimos un cambio de época (más que una época de cambios).
Una de ellas es, desde luego, la aparente disposición de Trump de romper con la forma de convivencia entre países que Estados Unidos tanto se esforzó en establecer, regulada por la vigencia de la ley, la democracia y el libre comercio.
Otra más es la Copa Mundial de Futbol, que se inaugurará mañana en el estadio Luzhniki de Moscú con el partido entre Rusia y Arabia Saudita.
Por primera vez en 32 años, el Mundial lo organiza un país que no es percibido por buena parte de la comunidad internacional como una democracia.
La ocasión anterior que esto sucedió fue en 1986, en México, que en aquel momento aún no había elegido a su primer gobernador de oposición.
Ocho años antes, la Copa del Mundo había ocurrido en plena dictadura militar en Argentina. Pero el país sudamericano había ganado la sede en 1966, antes del golpe de Estado; y México, en el 86, había entrado de relevo por Colombia.
Cuando Rusia recibió el encargo de la FIFA de organizar el Mundial de 2018 –dejando fuera las aspiraciones de Inglaterra, España-Portugal y Bélgica-Países Bajos–, Vladimir Putin ya había sido Presidente de su país durante ocho años (2000-2008) y era claro que se encontraba ejerciendo la posición de primer ministro mientras preparaba una nueva postulación para el Kremlin, cosa que sucedió en 2012 y que se repitió este año.
A diferencia de la gran mayoría de las ediciones de esta competencia –la máxima justa del deporte más popular del mundo–, en Rusia 2018 la organización no quedó a cargo de un ministerio del deporte o un comité de notables.
La Copa del Mundo que arranca el jueves ha sido de principio a fin el proyecto del presidente Putin, que la convirtió en una causa personal e invirtió en ella buena parte de su tiempo y su capital político.
El miércoles de la semana pasada, al hablar sobre sus expectativas para el Mundial, Putin prácticamente descartó que la selección rusa vaya a quedarse con la Copa y que él solo aspiraba a que el equipo dirigido por Stanislav Cherchesov tuviera una actuación digna.
Pero Putin no necesita que su equipo gane en la cancha porque él ya lo hizo en la esfera política. Ante los ojos de sus compatriotas y del mundo, es el Presidente que logró organizar el Mundial. Eso es algo que ni siquiera consiguió la poderosa Unión Soviética, que hizo los Juegos Olímpicos de 1980.
A diferencia de Estados Unidos –la otra superpotencia de la Guerra Fría–, el futbol sí era importante para los entonces jerarcas de Moscú.
El deporte fue importado de Reino Unido a finales del siglo XIX. Por orden del zar Nicolás II, Rusia se afilió a la FIFA en 1912 y participó con equipo propio en los Juegos Olímpicos de ese año en Estocolmo, donde perdió con Finlandia en la ronda de cuartos de final.
Después de la Revolución, el Partido Comunista convirtió al futbol en uno de los puntales de la cultura física, en la búsqueda de un homo sovieticus sano y resistente, según relata el periodista e historiador del deporte Aksel Vartanyan.
Entre 1958 y 1990, la URSS asistió a siete de nueve ediciones de la Copa del Mundo. En 1966 tuvo su mejor actuación, quedando en cuarto lugar, pero también terminó una vez en quinto sitio, dos veces en sexto y una vez en séptimo.
Esas actuaciones nunca han podido ser imitadas por la selección rusa, cuyo mejor papel ha sido un lugar 17 en el Mundial de 1994, celebrado en Estados Unidos, el antiguo némesis de Moscú.
Pero, como le digo, el éxito ruso de este Mundial no reside en la cancha, sino en la organización.
Durante un mes, el país estará en el escaparate mundial y su líder gozará de una atención incluso mayor a la que le otorgó Donald Trump, la semana pasada, cuando dijo que las reuniones del grupo de las naciones más poderosas del mundo no eran lo mismo sin él.

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