Opinion

A la élite empresarial: ¿Otra vez? No

Luis Javier Valero Flores
Analista

2018-06-03

Las acusaciones son variadas, múltiples, diversas, otras mal intencionadas, otras peyorativas, todas, con el objetivo de “bajarle” la ventaja alcanzada por el tabasqueño. Nada pasa.
Bueno, sí, crecen los números a su favor.
Las imágenes son las mismas, en cualquier lugar del país visitado por López Obrador, las multitudes, también las mismas, con idéntico entusiasmo, pero también el “ritual” de los actos de su campaña.
Se repite incesantemente.
Uno de los errores estratégicos de las campañas de José Antonio Meade y de Ricardo Anaya consiste en que los ataques al morenista no se reflejan en los hechos que decenas de miles de mexicanos, a diario, observan directamente. Uno de ellos, el de la acusación de que AMLO se ve cansado en las entrevistas, o en los debates, que habla lentamente, lo que denota su elevada edad. Le exigen, casi a gritos, revele su verdadero estado de salud.
Están muy preocupados, pero verdaderamente preocupados.
Sin embargo, difícilmente la mayoría de las personas podrían seguirle el ritmo al candidato de izquierda.
Diariamente, por lo general, programa tres mítines, a veces a cientos de kilómetros de distancia uno del otro.
La dinámica es la misma. A su llegada a las cercanías del acto, de inmediato, es rodeado por cientos de personas y en ocasiones, mucho antes, de tal manera que su vehículo es prácticamente “remolcado” por los simpatizantes hasta el inicio de la valla metálica, que en todos los actos disponen para que acceda por ella hasta el templete, recorrido que la mayor parte de las veces le toma no menos de media hora entre apretones, besos, saludos de mano, “selfies”, vítores, abrazos, o que, simplemente, los vea.
Luego de ese recorrido, permanece de pie para escuchar los discursos de los candidatos locales y enseguida su discurso, cuyo contenido es casi el mismo en todos lados, pero que la concurrencia le celebra como si fuera la primera ocasión que lo escuchara.
Los actos duran alrededor de hora y media. A continuación, en las escaleras del templete atiende a la prensa y luego inicia el recorrido al vehículo, lo que le llevará, por lo menos, casi otra hora, bajo la misma “parafernalia” que a su llegada.
Y al siguiente acto, con la misma mecánica, la misma duración y, además, el mismo entusiasmo de la gente que, en la mayoría de las ocasiones, “prende” al orador.
Tres veces al día, en promedio, lo que le lleva a permanecer de pie más de cuatro horas diarias, además del increíble esfuerzo físico para soportar tal tren de actividades.
Y luego vienen las acusaciones de que “está mal de salud”, que “ya no aguanta”.
Tales señalamientos no encuentran sustento, para quienes asisten a sus actos, pues lo que observan es a un hombre canoso, mayor de edad, enérgico, que fustiga severamente a la clase política y a los empresarios, haciéndose eco de lo que piensan millones de mexicanos.
De ahí su éxito político-electoral, porque ha logrado llevar ese mensaje a toda la población, la que sí encuentra correlación, en su diario quehacer, entre lo que le dice “El Peje” y sus vivencias diarias.
Eso no lo entienden los hombres del poder en México.
¡Cuídense! ¡Si votan por él, el populismo nos caerá encima, y será como si nos cayeran las plagas bíblicas!
No tienen medida de las cosas, no están enterados de lo que le ocurre a la mayoría de la población.
No voten por AMLO, clama un hombre que se queja, en un escrito dirigido, no a los ciudadanos, sino a sus empleados, de que su familia perdió, porque un gobierno populista que ellos apoyaban así lo ordenó, cerca de 600 mil hectáreas, repletas de árboles en la Sierra de Chihuahua, y que hoy mismo es propietario de un terreno, con una superficie semejante a la de toda la mancha urbana de Juárez, a la que los sucesivos gobiernos municipales y estatales le han proveído de servicios públicos, sin tener obligación alguna de hacerlo.
¿Se imaginará don Eloy lo que piensa un trabajador promedio de la maquila al escucharlo quejarse que a la familia Vallina “le quitaron” esa cantidad de tierra, y que, luego, otro gobierno “populista” les quitó su banco y que ahora, usando esos argumentos, se le llama a no votar por quien fustiga diariamente a quienes se enriquecieron increíblemente, a costa de las riquezas públicas, que son las de todos?
Orquestados, varios de los propietarios o altos directivos de algunas de las empresas más importantes del país, entre ellas algunas multinacionales (o con la franquicia de alguna de ellas, como es el caso de Coca-Cola) alertaron a sus trabajadores acerca del peligro del triunfo de un candidato “populista”, lo que podría derivar en que perdieran su trabajo, en lo que constituye, a todas luces, una seria amenaza a sus trabajadores y en un condicionante a que voten por el candidato de las preferencias… del patrón.
Es decir, quienes se quejan del populismo, en la práctica están recurriendo a las viejas prácticas del régimen… populista que controlaba a las organizaciones sindicales de las empresas de los que hoy protestan para que votaran por el viejo partido del régimen, que tanto los benefició y que ahora, en versión del periódico más influyente del planeta, The New York Times, está a punto del colapso:
“El PRI, que ha vivido de la corrupción, está cayendo con su ADN intacto. Las sospechas y acusaciones de robo, malversación o desfalco han hundido al partido. Con Meade como candidato ocurre un brutal signo de fin de época imperial: las huestes saquean las arcas mientras el emperador empuja a un candidato extraño a tomar el hierro caliente de la debacle… El viejo partido que mandó en México por 77 años –siete décadas de manera ininterrumpida– está por primera vez en su historia al borde de un colapso más real que metafórico”. (Diego Fonseca, The New York Times, 20/V/18).
En unas cuantas frases el columnista sintetizó la crisis política del actual Gobierno, “la impopularidad de Peña Nieto –tiene solo el 21 por ciento de aprobació–, el recrudecimiento de la violencia del crimen organizado y la corrupción han lastrado todo esfuerzo posible. Durante su gobierno, veintidós gobernadores del PRI han sido investigados por desvíos de fondos federales. Siete, entre ellos el obsceno Javier Duarte, están presos”.
En este escenario, los empresarios de la más elevada alcurnia salieron a enfrentar la popularidad de López Obrador, y produjo exactamente el efecto contrario.
La oleada de críticas, sobrevino masivamente, especialmente en contra de uno de ellos, Germán Larrea, propietario de Grupo México, Ferromex y Ferrosur, y de varias de las minas cuyos accidentes y escándalos concentran las críticas generalizadas y quien es el segundo mexicano más rico en la lista de millonarios Forbes 2018, pues en la carta que envió a sus trabajadores, defendió, en primer lugar, la legalidad de las concesiones mineras, ferroviarias y carreteras que posee:
“Les puedo afirmar y garantizar personalmente que no han sido producto, ni de compadrazgo ni de corrupción, como afirma injustamente el candidato de Morena en referencia al régimen concesionado” y que su “empresa es fruto del trabajo y la visión de tres generaciones y tiene un liderazgo en los mercados internacionales”, además de enfatizar que cree “en un modelo capitalista de libre mercado con un alto contenido de responsabilidad social como único modelo viable para generar bienestar y crecimiento”.
Tal cosa expresó quien, hasta la fecha, no se ha pronunciado acerca de la extendida corriente de opinión en favor de que se eleve el salario mínimo en el país.
Sin tener el menor sustento, Larrea asentó que escuchó “con preocupación” propuestas como “la estatización de empresas y la derogación de las reformas energética y educativa, y que éstas significarían un retroceso de décadas y el regreso a un modelo económico que no ha funcionado en países como Venezuela, Argentina, Cuba y la Unión Soviética”.
Pues puede tener razón en las reformas, pero más cauto en la campaña, López Obrador ya no insistió en la reversión de la energética y ha expresado que harán una exhaustiva revisión de los contratos celebrados entre el gobierno de Peña Nieto y las empresas de esta industria, lo que significaría, también, revisar las licitaciones efectuadas a la fecha.
Es posible, solo como hipótesis, que ahí encontraremos verdaderas sorpresas, pero de ahí a encontrar la decisión de recurrir a las “estatizaciones”, como asegura Larrea y sugiere Vallina, hay un mar de falsedades.
Sobre la reforma educativa no hay motivo para el equívoco, el candidato presidencial de Juntos Haremos Historia lo ha dicho sin ambages, intentará revertirla.
Sin embargo, frente a todo lo anterior queda en pie una sola cosa: su intimidación a los empleados de sus empresas, a quienes están coaccionando públicamente (solo debemos imaginarnos qué sucederá en el ámbito interno), lo que constituye un delito electoral.
De ninguna manera tienen coartado su derecho a expresar públicamente sus filias y sus fobias electorales, a lo que no tienen derecho es a presionar a sus trabajadores.
Como lo sostuvo Lorenzo Córdova, consejero presidente del INE: “Se vale que tengan posicionamiento, pero no coaccionar el voto… a nadie conviene el encono ni generar incertidumbre. En 2006 ocurrió y se violó la ley…”.
Eso no.
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