Opinion

Continuidad o ruptura

Luis Javier Valero Flores/
Analista

2018-05-26

Acasi un mes del cierre de las campañas electorales (27 de junio), la contienda presidencial acapara la atención pública.
Será muy difícil que las campañas locales puedan equipararla.
Es una elección referendista, en la que se trata de decidir si continúa o no el actual régimen. Hoy se percibe posible el triunfo del candidato “antisistema” y ha originado una intensa polarización.
Tienen razón los defensores del “sistema”, el posible triunfo de López Obrador puede convertirse en la última etapa de la larguísima transición democrática del país, que se daría en el peor de los escenarios posibles, pues prácticamente todas las esferas de la vida social y económica del país muestran un gravísimo deterioro, tan grave que en algunos casos llevan a pensar en la imposibilidad de detenerlo.
Las finanzas públicas están al rojo vivo, la deuda pública es del orden del 45 por ciento del Producto Interno Bruto; la dependencia económica, respecto de la norteamericana, está en los máximos niveles; la reforma energética ha dejado tras de sí solo mayores factores económicos deficitarios (disminuyeron los ingresos petroleros, que pretendieron sustituir con el incremento de impuestos a los combustibles); el presupuesto federal dejó de ser el instrumento impulsor de la economía nacional, no alcanza para las crecientes necesidades de un país inmerso en una ola permanente de sangre y violencia; la degradación de los cuerpos policíacos y de los organismos de seguridad pública, así como la administración de justicia, es inconmensurable; vastas zonas del país son territorio a merced del crimen organizado, o de la delincuencia común; la impunidad campea por todo el territorio nacional.
Los episodios de linchamientos son noticias cotidianas, a consecuencia de la incapacidad del Estado mexicano para contener la delincuencia, fruto, fundamentalmente, del agravamiento del empobrecimiento de vastas capas de la población y, también, a la posición geográfica de México, que lo hace paso obligado de las drogas, negocio al que acceden miles de personas, por una multitud de factores, entre los cuales descuellan la incertidumbre sobre su futuro, el escaso abanico de oportunidades, el deterioro del entramado social, etc.
En ese escenario, las corruptelas realizadas por un elevado número de gobernantes -casi todos ellos emergidos del PRI-, además de los casos de las casas de los funcionarios más cercanos al presidente Peña Nieto, así como la famosa Casa Blanca, originó lo que al parecer es una ola imposible de detener, el hartazgo hacia una clase política, que a base de mentiras, engaños y ardidez mediáticos intenta impedir su derrota, a manos del que menos desean: Andrés Manuel López Obrador.
Todo lo anterior explica las multitudinarias concentraciones de los simpatizantes de su candidatura en todo el país, en un promedio de tres actos diarios, todos compitiendo en número pero, sobre todo, en la emotividad aportada por los asistentes que se regodean en escuchar del candidato lo que ha repetido al cansancio durante años y que, ahora mismo, se escucha en los anuncios radiofónicos y televisivos.
Casi asemeja a las presentaciones de los cantantes, a las que acuden sus fans a escuchar la versión en vivo de los éxitos musicales de sus artistas favoritos.
Es de tal profundidad la oleada “antisistema” que puede llevar al PRI al peor de los escenarios que jamás haya padecido el partido del régimen político. En todos los casos aparece en el tercer lugar de las preferencias:
De acuerdo con la más reciente encuesta publicada por Massive Caller (24 de mayo) Morena va adelante en 20 estados a las senadurías; PAN en 8; PRI en 2; MC en uno y el independiente Kumamoto en Jalisco está en un empate técnico con el PAN.
A su vez, el partido de AMLO va en segundo lugar en 6 entidades, por 16 del PAN y 10 del PRI.
Si así fueran los resultados, Morena obtendría 46 senadores de mayoría o de primera minoría, más 20 senadores plurinominales, para un total de 66, con lo que tendría mayoría en esa Cámara.
En el ámbito local, las fórmulas del PAN y del PRI sostienen una cerrada competencia y los de Morena parecen quedarse muy atrás en las preferencias. PAN, 31.38 por ciento; PRI, 27.25 y Morena, 18.85 por ciento.
Y esta elección, la de los senadores, es la más representativa de la correlación de fuerzas en las entidades. No le irá bien al PRI. Además de que en las 9 elecciones a gobernador, aparentemente, no ganará ninguna.
Por si fuera poco, de acuerdo con la encuesta de Mitofsky del mes de mayo, la alianza PRI-PVEM-PANAL podría obtener entre 62 y 105 diputados federales, en un escenario en el que se prevé que, por lo menos, la alianza de Morena-PES-PT rondaría entre 236 y 298 de esa Cámara.
Ahora bien, el comentario más generalizado, al momento de usar los resultados de las encuestas como parámetro para medir las preferencias electorales y prever, de algún modo, los resultados de la elección, es que “siempre han fallado”, y más cuando se recuerdan las elecciones del 2012.
Cierto, pero la diferencia estriba en que las fallas -casi todas- fueron, o para favorecer al partido en el gobierno, o usadas como artimaña electoral en contra de quien hoy aparece como puntero en todas.
Pero, además, sin tomar en cuenta las encuestas, las concentraciones populares alrededor de la candidatura del tabasqueño rebasan, con mucho, las realizadas en las dos elecciones previas, además de las múltiples expresiones ciudadanas, populares, en su favor, para no mencionar la aparición de una las peores manifestaciones de la época del “partido casi único”, la “cargada”, de una parte de la clase política, de todos los partidos políticos, que corren a sumarse a la candidatura que prevén ganadora.
¿Qué subyace en todo ello? La noción de que el triunfo de López Obrador cambiará, de tajo, la actual situación, no la de la pobreza, la inseguridad y la incertidumbre económica -que eso lleva tiempo, en caso de iniciar ese camino- sino el de que los más emblemáticos políticos del régimen serán removidos.
En eso va contenida la noción mágica del electorado, y la del candidato, de que por el hecho de llegar a la presidencia cambiarán las cosas.
No es así, el país apenas entrará, de darse las condiciones, a un largo y doloroso proceso de reconversión y de construcción de un nuevo régimen, democrático, si quienes llegasen al poder así lo permitieran, impulsaran y lo alentaran.
No será fácil, por las expresiones de quienes dirigen ese poderoso movimiento popular, no hay un rumbo claro, no en las acciones gubernamentales inmediatas (que aparentemente sí hay certidumbre sobre ello) sino en las profundas transformaciones democráticas necesarias, que pasan por la realización de un inmenso caudal de reformas legales y sociales.
Solo para poner dos ejemplos: uno, el elevado porcentaje de los presupuestos de varias secretarías de Estado sujetos a la más pura discrecionalidad y, dos, las elevadas cifras de recursos sujetos a las reglas de la discrecionalidad de los funcionarios de Hacienda, mediante los convenios firmados con las entidades.
Lo anterior, sin abordar el necesario cambio del pacto fiscal de la Federación, además de las profundas reformas fiscales, para hacer que los más poderosos empresarios -y sus empresas- paguen impuestos en proporciones semejantes a los de países en similitud de condiciones al nuestro.
Pero asuntos como estos no forman parte de la discusión electoral en este momento.
Por su cuenta, los partidos hacedores de las regresivas reformas realizadas a partir del gobierno de Miguel de la Madrid -PRI y PAN- intentan, con mil estratagemas, evitar su derrota electoral, luego de haberla construido pacientemente, en aras, según ellos, de “modernizar” al país y acusando a AMLO de proponer “medidas viejas”, como si la “modernidad” traída por ellos hubiese mejorado las condiciones de vida de la mayoría.
Y se disputan hasta la autoría de las reformas -y no solo las llamadas estructurales derivadas del “Pacto por México”, sino las efectuadas desde los tiempos del salinato-, tanto, que Gustavo Madero, expresidente nacional del PAN, acuñó la frase de que las reformas traían “el gen panista”.
Hoy, se las están cobrando y no alcanzan a asimilar que un hombre, mayor de edad para sus parámetros, repita tercamente su frase de que lucha contra el “PRIAN” y que una inmensa mayoría lo aclame a su paso, esperanzada en que cambie, para bien, su vida.
Y son tan insensibles, que gente tan emblemática de ese binomio, como lo es Javier Lozano (funcionario federal de primer nivel con los presidentes Salinas de Gortari, Fox y Calderón, y hoy vocero del candidato del PRI, José Antonio Meade) lanzara un anuncio, ultrajante para los ancianos, a los que consideró no aptos para dirigir los destinos nacionales, en momentos en los que ese sector de la población es uno de los que más resienten la tremenda desigualdad social.
Por eso no se explican el porqué el tabasqueño, todos los días, reúne a inmensas multitudes, como preludio de la jornada electoral y se enredan verdaderas trapacerías, como la de Javier Corral, al usar la desafortunada frase de la presidenta de Morena, Yeidckol Polevnsky, cuando ésta dijo que Alejandro Gutiérrez es un preso político.
Corral afirmó que esa es una prueba de la “alianza de AMLO con Peña Nieto”.
¡Válgame!

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