Opinion

Filas sin temor

Cecilia Ester Castañeda/
Escritora

2018-05-16

El reciente pleito registrado en la fila de uno de los puentes internacionales puede verse desde varios ángulos.
Resulta irónico, por una parte, que dichos incidentes estén teniendo lugar en las inmediaciones de cruces fronterizos tan vigilados. Mientras que pasar las revisiones de cualquier lado del antiguo Paso del Norte se ha vuelto un sinuoso recorrido con obstáculos digno de un examen de sobriedad, para los automovilistas incorporarse a las filas a efecto de dirigirse a El Paso -y a veces también a Juárez- es otra prueba: de destreza, de civilidad, de sangre fría y, sobre todo, de paciencia.
Pareciera que las autoridades están tan concentradas en interceptar la internación ilegal de personas o mercancías -en ese orden- que se olvidan de las necesidades de los ciudadanos que mantienen viva la región binacional. Del lado americano no hay indicios de interés por facilitar el tránsito hacia el sur ni por recibir “con las garitas abiertas” a quienes llegan procedentes de México. En nuestro país, ¿necesito recordar la escasa vigilancia en las filas fronterizas o la demora para construir el puente de Tornillo y conectarlo a la Panamericana?
En esta zona de viajeros internacionales olvidados el tan de moda hartazgo social puede manifestarse en violencia, como señaló a El Diario la socióloga juarense Karla Gallardo. Pero aquí, creo yo, se presenta también una maraña de mecanismos en juego.
Uno de ellos es la tradicional tolerancia mexicana a colarse en la fila. Porque eso de meterse “a la brava” -o sacándole plática a un conocido- no se inventó en los puentes ni con los vehículos, ¿verdad? Dicha costumbre se había generalizado ya tanto antes de los turnos por números automáticos que pocas veces se protestaba, o a veces hacer fila no servía de nada cuando empezaba a amontonarse gente en algún mostrador. Sí, siempre había quien se sintiera con derecho a adelantarse -hablando del puente, hace años me tocó ver a niñas bien echando de pestes porque un conductor no les daba el pase cuando intentaban atravesarse-.
Si se suma la intermitente vigilancia en las vías que dan a los cruces internacionales con la costumbre de meterse se entiende la razón de que tanta gente se adelante en las filas. Claro, el tedio y el estrés complican la espera. Pero eso no tiene por qué manifestarse en violencia. Hace años, por ejemplo, siendo yo estudiante golpeé en la defensa a un automóvil al cambiarme a un carril más corto en el puente. Nadie se bajó a insultarme. La conductora de aquel modelo caro simplemente tomó mi placa y yo le conté lo sucedido al agente de inmigración y esperé a la señora en la aduana.
Para que la gente reaccione con violencia en los altercados viales hace falta algo más. La frustración por la sensación de injusticia y las medidas arbitrarias tiene que ser muy alta, dicen los psicólogos, como cuando se cree estar a punto de lograr un objetivo que súbitamente queda fuera de alcance por razones ajenas a uno.
En el caso de las filas a los puentes influye asimismo la desconfianza en la justicia mexicana. La fama de corrupción e impunidad tiene un alto costo reflejado en el gran número de ciudadanos que prefieren actuar por cuenta propia sin reportar incidentes viales a las autoridades.
En los videos sobre el conflicto del domingo yo no vi a nadie llamando a Tránsito o a la Policía. En repetidas ocasiones se aprecia, eso sí, a testigos incitando a la señora que bajó de su vehículo para que confronte a los pasajeros de una camioneta. Varios peatones toman video, algunos ríen, alguien lanza un bastón a la mujer. Y al final un hombre ajeno a la pelea estrella con una piedra dos vidrios de la camioneta. El incidente se convirtió en entretenimiento para transeúntes ansiosos de diversión y los videos a través de las redes sociales en motivo de orgullo en vez de evidencia para castigar a los responsables.
Se trató de una situación colectiva más en la cual se celebra la agresividad. La actitud de algunos refuerza el impulso de otros mientras que la apatía de terceros sirve de permiso tácito para la violencia.
Pero los conflictos pueden resolverse mediante otros métodos menos peligrosos. Cuando aprendamos a no recurrir en automático a la violencia, tal vez podamos hacer fila a El Paso sin temor. 

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