Opinion

Lecturas sobre la visita de Meade

Carlos Murillo/
Analista

2018-05-12

El miércoles pasado estuvo en Juárez el candidato del PRI, José Antonio Meade. Estamos por llegar a la mitad del proceso electoral y las preferencias no han sufrido cambios significativos; “El Peje” sigue en primer lugar y, en un lejano segundo y tercer sitio, Anaya y Meade. Pero como en el béisbol, “esto no se acaba, hasta que se acaba”.
Hace seis años, “El Peje” acusaba a las casas encuestadoras de trabajar para la “mafia del poder”. Hoy, como las encuestas le favorecen, todas son válidas, inclusive en las que se muestra una ventaja no tan holgada. Cuestión de perspectivas y de circunstancias.
¿Qué tan acertadas son las encuestas? Pues, Mitofsky, una de las casas encuestadoras más famosas, escribe en sus resultados una leyenda bastante clara que dice “esta es una fotografía del momento, quien lo considera un pronóstico seguramente fallará”. No hace falta decir más, las mediciones de la intención del voto son probabilidades estadísticas.
En ese sentido, en un juego de futbol tiene más posibilidades estadísticas la selección alemana que la selección mexicana. Pero en la cancha todo puede suceder. De hecho, es raro que las encuestadoras le atinen al resultado, lo más común es que fallen. Entonces, a lo más que podemos aspirar es que le atienen a un resultado. La encuestadora que se acerque más a los números finales tendrá mayor credibilidad en futuras elecciones. Prácticamente el prestigio en el negocio de las encuestas es cuestión de suerte.
La ciencia de las encuestas es bastante joven, las primeras investigaciones se desarrollaron a partir del nacimiento del marketing, por ahí de 1900, cuando comenzó el estudio del comportamiento del consumidor en el mercado, 50 años después esas herramientas metodológicas se aplicaron a la política, donde se estudia el comportamiento, pero del votante. En ese sentido, el votante es un consumidor al que los candidatos deben persuadir durante las campañas para lograr que les favorezcan con el voto.
Durante las primeras décadas se popularizó el uso del marketing político-electoral porque los resultados eran asombrosos. Preguntarle a una persona o grupo de personas lo que quiere para después regresar y decírselo con sus propias palabras era un truco fácil de hacer. Como el vendedor de aspiradoras de alfombras que conoce perfectamente a sus clientes y sabe cómo venderles.
En siete décadas el marketing ha evolucionado al grado de provocar un entramado ultracomplejo de variables, donde los mercadólogos han desarrollado encuestas tan enredadas que cruzan miles de datos para obtener un perfil probabilístico del votante. Como un oráculo, solamente los gurús del marketing comprenden sus resultados y los traducen en fórmulas simples como vístete de blanco o habla de tu familia.
Pero entre más se estudia al votante y más confusas son las encuestas de marketing, más se vuelven números y datos sin sentido. El resultado deja de ser real, porque artificialmente pierde su condición humana que, al evaluarse con estadísticas, tienden a fracasar cuando dicen que una persona hará algo porque así lo dicen los números. Los mercadólogos usan sus fórmulas matemáticas como los nigromantes sus esferas del futuro. De ahí la famosa expresión del alquimismo electoral.
En la última década, las empresas encuestadoras han demostrado sus carencias. Esta crisis de credibilidad ha generado nuevos fenómenos, uno de ellos es el cambio cultural en el elector, porque el ciudadano no es el mismo que hace 30 años, hoy existe más información por las redes sociales pero, al mismo tiempo, paradójicamente hay más escepticismo. Además, la gente suele cambiar de opinión muy rápido, hoy piensa algo, mañana se contradice y en dos semanas cree fielmente otra cosa. A veces se nos olvida que el ser humano es contradictorio por naturaleza.
La peor pesadilla de un mercadólogo es que los electores oculten su preferencia, porque esto abre un agujero negro donde no hay una respuesta. Algo peor es que el elector mienta, que diga una respuesta para seguirle la corriente a la mayoría o porque conscientemente desea provocar el error en la muestra. Esto comienza a pasar con frecuencia, la gente le miente intencionalmente a los encuestadores y el margen de error se amplía.
Sin embargo, el hecho es que las mediciones actuales posicionan a “El Peje” entre 15 y 20 puntos arriba de Anaya y Meade. Esas estadísticas son consistentes. Y, aunque es muy probable que las cifras estén infladas, ningún equipo puede soslayar la diferencia y el estancamiento de los candidatos. Parece que ninguna propuesta ha logrado llamar la atención lo suficiente.
El diagnóstico generalizado es que “El Peje” ha polarizado la elección, la mitad lo ama y la otra mitad lo aborrece, pero con la mitad que lo ama, si es que salen a votar, “El Peje” ganaría. De esa mitad que votaría por AMLO, una buena parte lo haría por ir en contra del PRI y del PAN, no porque en realidad le convenza AMLO.
En estas circunstancias, José Antonio Meade, el único candidato viable sin partido (porque Margarita y “El Bronco” no tienen viabilidad probabilística), ha demostrado que tiene la mejor preparación, el mejor perfil como funcionario, que es un hombre austero, con amplio reconocimiento, pero que carga con una marca que pasa por su peor momento de aceptación, el PRI.
En un principio, Meade, haciéndole caso a los mercadólogos, decidió desmarcarse y comenzar una campaña atípica, como el primer candidato no militante del PRI. Pero el resultado no fue el que esperaban.
Hace apenas unos días, Meade decidió hacer cambios en su campaña, comenzando con la dirigencia del partido a nivel nacional, donde Enrique Ochoa cumplió su ciclo y en su lugar llegó René Juárez, el giro fue en favor de los grupos del PRI tradicionales.
El discurso también cambió, Juárez fue uno de los primeros eventos donde Meade retoma la bandera del PRI y regresa a las bases, “back to basics”, dicen los gringos. La liturgia y la mística del PRI se recuperan, para relanzar la campaña con más legitimidad al interior.
Desde aquí comenzó la transformación de la campaña, donde todavía quedan más de 50 días, los decisivos para que el elector consolide su preferencia, esta vez en contra de los mercadólogos que seguramente recomiendan alejarse del PRI lo más posible.
La decisión de voltear a ver a la estructura territorial es un acierto, porque consolida un proyecto electoral donde las bases sean protagonistas, además ese es el origen del PRI. En el discurso, dejar de atacar a AMLO para comenzar a defender a la nación, es otro de los cambios. De ahí la propuesta que lanzó desde Tijuana de crear nuestro propio muro mexicano con tecnología e innovación en la frontera, el PRI puede presumir de la defensa del nacionalismo y Meade retoma esa bandera para enfocarse en Trump, no en AMLO.
Finalmente, la otra lectura que deja Meade en Ciudad Juárez, es el éxito de los eventos, porque en todos hubo escenarios abarrotados de gente, tanto en la comida con empresarios, el evento con mujeres y con la estructura territorial en el Gimnasio de Bachilleres, eso habla de una organización y de una fuerza electoral que está lista para darle vuelta al marcador.
En conclusión, quienes ya cerraron la cortina y creen que el proceso ya terminó, se van a llevar una sorpresa, porque la nueva estrategia de Meade pretende imponer un nuevo ritmo a las campañas y comenzar a remontar, mientras que AMLO comienza a autosabotearse.

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