Cecilia Ester Castañeda/
Escritora
Claro que el drástico aumento en el parque vehicular de la ciudad registrado en el transcurso del último año se debe al gran número de automóviles irregulares incorporados recientemente a la circulación. De otra manera no se explica cómo, de acuerdo con datos de la Dirección General de Tránsito Municipal informados por El Diario, en los últimos 12 meses hayamos pasado de 600 mil a 800 mil vehículos motorizados en una ciudad de poco más de un millón 400 mil personas.
Si, citando estimaciones del informe Así Estamos Juárez presentado por la asociación Plan Estratégico de Juárez, entre el 2017 y el 2018 crecimos del millón 415 mil 956 al millón 428 mil 508 habitantes, ¿de dónde salieron esos cientos de miles de conductores nuevos con carro personal? El precio de los automóviles no ha disminuido, los salarios no han crecido. Tampoco, salvo por algunos propietarios de Uber que hayan contratado choferes, sé de ninguna empresa de recién establecimiento en la ciudad que dote de vehículos de motor a sus empleados.
En cambio los trámites para importar automóviles extranjeros usados sí llevan años complicándose y encareciéndose significativamente -razón del despegue de las ventas de vehículos nacionales en la frontera-, en un lugar donde casi la mitad de las personas entrevistadas por Así Estamos Juárez dijeron trasladarse en automóvil particular.
La mayoría de las unidades recién incorporadas al padrón vehicular de Ciudad Juárez, confirmó en efecto la DGTM a través de este medio, son “chuecos”.
Independientemente del grado de control que lo anterior represente, tal número de automóviles en circulación significa una movilidad urbana a base de autos propios. Pues sí, ¿y...? Vienen a la mente las constantes imágenes de comerciales donde jóvenes bien vestidos se lanzan a la conquista de paradisiacas carreteras de apariencia virgen en espaciosos vehículos deportivos emblemáticos de su estatus y libertad.
Más allá de los incesantes bombardeos de mercadotecnia, sin embargo, trasladarnos en esta congestionada frontera a base de vehículos particulares tiene otras lecturas.
Una de las menos mencionadas es el resquebrajo de la cohesión comunitaria. Desplazarse cada quien por su cuenta, encerrado en una cabina que es un mundo aparte -con sonidos, clima artificial y hasta vidrios polarizados- constituye un privilegio en esta época de individualismo. Lamentablemente, inhibe también esas experiencias en común que fortalecen los lazos entre los miembros de una sociedad, esos lazos necesarios para confiar entre nosotros y colaborar en objetivos colectivos.
Movilizarnos fundamentalmente en automóvil implica además que en Ciudad Juárez la cuarta parte de los guiadores no está acatando las leyes relativas a la tenencia vehicular. Éstas pueden ser justas o no, tener o no en cuenta la realidad fronteriza o resultar inoperantes o no. Pero cuando el 25 por ciento de los habitantes se traslada día tras día ignorando el marco legal eso habla mucho sobre todos como comunidad y tiene efectos que van más allá del transporte.
Los vehículos irregulares no pagan impuestos por su uso. Al adquirirse en un mercado secundario, tampoco gozan de las garantías de las operaciones de compra-venta registradas oficialmente ni generan ingresos en la economía formal aunque sí eleven la necesidad de inversión pública en la infraestructura indispensable para su funcionamiento. Dan pie, asimismo, a la cultura del soborno a fin de seguir circulando sin los requisitos legales. Y una vez que se racionaliza el pago de “mordida” en alguna circunstancia es más fácil justificarlo después en otras.
Los automóviles irregulares suelen ser de modelos más antiguos. En términos de un aire limpio, su funcionamiento se complica por el kilometraje recorrido y la dificultad cada vez mayor para obtener partes de repuesto. En una ciudad contaminada, éste es un problema grave.
Tener auto remite a un logro personal en una ciudad con deficiente sistema de transporte, distancias largas y problemas de seguridad. Factores como la cercanía de modelos que van siendo descartados del mercado de Estados Unidos, la convivencia con personas procedentes de dicho país, la comparación de precios y la tradición fomentan el uso de los vehículos “chuecos” -no hace mucho escuché a un hombre llamar a un programa televisivo local quejándose de que estuvieron a punto de decomisarle un carro sin papeles. “Oiga, ¡pero si me lo trajo de regalo mi compadre!”, decía muy indignado con su propia versión de la lógica fronteriza según la cual si algo se puede allá del otro lado por qué aquí no-.
Y aquí o en cualquier ciudad del mundo la movilidad basada sobre todo en automóviles particulares constituye un sistema caro. A comparación de modalidades como el transporte público y las bicicletas o de combinaciones de métodos de traslado requiere más vehículos, infraestructura, energía, combustible, mantenimiento y espacio para vialidades, estacionamiento y eliminación de unidades en desuso. Según la pirámide de la jerarquía de la movilidad urbana diseñada por el Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo, una instancia internacional, los automóviles y las motocicletas son los medios de transporte menos deseables para lograr equidad, beneficio social y un entorno sustentable.
El gran número de vehículos particulares de motor no solo contamina, dicen expertos, sino que expulsa a otras personas. “En la medida en que el espacio es adaptado a los intereses de aquellos con acceso a automóvil, se crea un espacio especial, aislado, que excluye y afecta severamente las necesidades de quienes no tienen acceso al vehículo propio”, señala el colombiano Eduardo Alcántara Vasconcelos en el libro “Análisis de la movilidad urbana: espacio, medio ambiente y equidad”. Alcántara considera a los niños y jóvenes los más perjudicados por dicho efecto de intrusión pues aprenden que los espacios pertenecen a los automóviles, no a ellos.
¿Le recuerda a usted a algún parque o patio de juegos local convertido en estacionamiento? ¿Se le ocurre una calle de mucho tráfico que haya cambiado la dinámica de una colonia tradicional a la cual atraviese, acabando con la convivencia entre sus vecinos? ¿Puede mencionar una banqueta juarense por donde los peatones puedan caminar sin verse obligados a rodear carros?
No obstante, yo creo que el principal peligro de depender de un parque vehicular con alto número de unidades irregulares reside en demorar la toma de medidas destinadas a fomentar una eficiente movilidad de inclusión.
Porque mientras se deje a cada ciudadano arreglárselas como pueda o se considere la tolerancia de los vehículos chuecos una especie de desfogue para los grandes problemas de movilidad registrados en Ciudad Juárez no se actuará para solucionarlos.
Y se trata de situaciones que requieren acciones inmediatas en varios frentes. No, no basta con ponerse duro por un tiempo con los conductores de automóviles irregulares, con desentenderse del problema responsabilizando solo al Gobierno ni con pretender soluciones únicas. (Eso del “Hoy no Circula” propuesto por un regidor me parece más bien un golpe bajo para los hogares con automóvil legal).
Hace falta ver la ciudad como un conglomerado de necesidades de movilidad: brindar mejor acceso a los servicios públicos y las oportunidades laborales en zonas marginadas, respetar a los peatones, ofrecer opciones de traslado, mejorar el transporte, iluminar las zonas habitacionales, facilitar el uso de bicicletas y de banquetas, crear comités de vecinos, promover la movilidad intermodal, continuar la recuperación de los espacios públicos, concientizar a la población, idear programas, caminar…
La lista es larga. Lo importante es no dejar que nuestra movilidad siga dependiendo de vehículos motorizados particulares, pues los congestionamientos, la contaminación y la exclusión solo se agravarán.
Todos podemos contribuir con cada paso que demos, literal y metafóricamente hablando.