Opinion

Meade de Cantolla

Jaime García Chávez/
Escritor

2018-05-12

Es nebuloso el origen de los globos aerostáticos. Algunos encuentran su origen en la China legendaria, otros en Europa, y hasta don Joaquín de Cantolla se perpetuó, en el imaginario, como un precursor de la aeronáutica aquí en México. Hay quienes para referirse a un fracaso dicen: globo de cantolla. Como sabemos, estos globos se pueden elevar bastante, ganar alturas considerables, cuando se dosifica bien el lastre, que adosado al artefacto, se utiliza para realizar el descenso a tierra. Estas figuras vienen a colación por algo concreto, una opinión política que me despierta la reciente visita de a Ciudad Juárez del candidato priista José Antonio Meade Kuribreña.
En el discurso que le escuché en entrevistas, se eleva hasta alturas que pocos le reconocen, se muestra diestro para explicar grandes decisiones que tomó el peñanietismo, su responsabilidad en las mismas, sobre todo el deslinde y lejanía que les pone y, por todas sus aristas, quiere transpirar una imagen que no obstante ser el candidato del PRI, se dice al margen del mismo y con una trayectoria en el servicio público impecable.
En otras palabras, se empeña en afirmar que ha vivido en el infierno dantesco, en el círculo reservado a los políticos corruptos, traidores y tiránicos y que ha salido de ahí sin quemadura alguna. Olvida una vieja lección de la política que afirma que un hombre ubicado en un cargo de alta responsabilidad -él la tiene- se puede considerar autor de la historia, cuando la realidad permite concluir que es socialmente criatura de la misma. El señor trae lastre, su globo tolera una parte, la carga es mucha.
Los que basan la reflexión de la política a partir de los hechos, suelen colocarse al margen de las declaraciones y las buenas intenciones que profesan los que están en la tarea pública y política. Supongamos -no lo pienso así-, que Meade actúa con estricto apego a la verdad, que sus palabras constituyen el mejor retrato de su persona, pero en los hechos casi nadie le cree, ni inspira la confianza que lleva a una aproximación entre sus palabras y la verdad de los hechos. Nadie con dos dedos de frente puede creerle que es de esas aves que cruzan el pantano y no se manchan. Pero concedámosle por un momento que su plumaje es de esos. Electoralmente veamos los hechos, insisto; esos que explican con solidez su distante tercer lugar en las preferencias electorales y lo que sin duda será su futura derrota.
Empiezo por señalar que las amarras que lo atan a Enrique Peña Nieto no se han fisurado ni una micra. Él carga con esa responsabilidad, adhiriéndose a una escuela priista ya superada: aquella que le permitía al candidato presidencial oficial mostrarse obediente al autor del dedazo, para luego, ya instalado en el cargo, desplegar “su propio estilo personal de gobernar”, como diría el maestro Cosío Villegas. Esas amarras son de fuerte acero, prácticamente irrompibles, y lo más grave es el proyecto de continuismo que abrumadora y mayoritariamente detesta el electorado. Si tuviese la valía personal que autoproclama, ya le pasó el tiempo en que pudo hacer un deslinde, utilitario si así se quisiera. Pero él no pretende dar esa ruptura. En esencia es autor, cree y acepta, de todo lo que se ha hecho y mantiene al país en el desastre. Su candidatura no se elevará.
Llegó a Juárez con un doble déficit: a los gobernadores que ya están vinculados a procesos penales -Duarte de Veracruz y Borge de Quintana Roo-, trató de mostrarlos como obra, en parte, propia; pero al arribar a Ciudad Juárez llega en calidad de compañero de partido de César Horacio Duarte Jáquez, porque hasta este momento la comisión jurisdiccional interna de PRI no se ha decidido a expulsarlo, por una parte. Pero también rodeado de duartistas que están en la búsqueda de candidaturas en el proceso actual, con manchas notables. Además se hizo visible Enrique Serrano, que no deja lugar a dudas de ponerle el lado oscuro a la visita. Se pensará que son campañas y que todo el que se arrime tiene un voto y relaciones que se pueden aprovechar, lo entiendo, pero es inadmisible desde la perspectiva de la política y no se diga de la moral.
Hasta ahí nada que no se haya visto, incluso en las otras campañas, particularmente en la de López Obrador y en la de Anaya. Pero para Meade las cosas se agravan cuando trata, en concreto, el tema de la corrupción. No ha entendido que la verdad sí es concreta en estos casos y que puede ser cierto que haya golondrinas que hacen verano en las cúpulas del poder priista. Pero venir con la mala novela de explicar las cosas por la acción de escasos “malosos” instalados en la administración pública, prescindiendo de las razones estructurales de cómo se ha ejercido el poder político nacional y localmente, es algo que raya en el cinismo. No es posible desentenderse del largo período en el que el PRI ha tenido el poder en la república y cómo lo ha desempeñado teniendo en la corrupción el mejor lubricante para que funcionen las cosas y se acrecienten con dinero las grandes riquezas que el poder prodiga a una casta que sostiene al régimen de poder e impunidad.
Cuando iniciamos la lucha contra la tiranía y la corrupción que representó Duarte para Chihuahua de 2010 a 2016, lo hicimos con la suficiente antelación a todo proceso electoral, a medio sexenio federal; no era la intención darles una oportunidad de tiempo, pero sí disponer del suficiente para ejercitar una pedagogía social que muy claramente nos enseñara la voluntad de ir hacia la justicia en un caso específico e inobjetable.
En las gavetas de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, de la que Meade ha sido titular, está desde el 23 de septiembre de 2014 la denuncia completa y precisa de cómo César Duarte y Jaime Herrera Corral intentaron crear su propio banco apoyado en las finanzas públicas de Chihuahua, saqueando el patrimonio público, exhibiendo dinero de ilícita procedencia. Pero el candidato priista solo atina a decir que vayamos a Washington a preguntar cómo va el proceso de extradición. Si eso no se llama subterfugio, evadir el bulto y dañarse a sí mismo, ya en la realidad no sabría cómo denominar este fenómeno.
Cuando Meade habla en Juárez, los que lo escuchan piensan en Duarte para concluir que no es posible creerle porque sus palabras andan de la greña con el sentido común. Solo una ínfima cantidad de priistas encumbrados pasan por alto esto; no que no lo crean, sino que saben que a ese sistema se tienen que agarrar como un clavo ardiendo para continuar en la rapiña.
Para Meade poco importó insultar la inteligencia de los chihuahuenses cuando hizo un contraste entre la administración actual de Javier Corral y la de Duarte. No quiere reconocer que el principal actor de este drama se llama régimen priista, que tiene rostro como el de Peña Nieto, el de los Duarte y el de él mismo. Por eso su visita fue un fracaso, más allá de las paredes de los recintos donde celebró sus actos cerrados.
No quiero pasar por alto que, en efecto, el gobierno de Corral lleva su cuota de gran responsabilidad al no haber constituido un gobierno ciudadano y al haberse entregado en brazos de personajes de la derecha, con historias que los descartaban y con una hoja de servicios que prefiguraba ineficiencia para las circunstancia local.
Por eso, el aerostático en el que Meade pretende elevarse electoralmente no funciona, ni se moverá hacia alturas celestes con todo el helio o hidrógeno del mundo. Es tanto el lastre que no puede vencer a la atmósfera y, por eso, como el mítico de Cantolla, no despega, ni despegará de la superficie terráquea.

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