Pascal Beltrán del Río/
Analista
Ciudad de México.- José Antonio Meade apareció el domingo en la sede nacional PRI enfundado en una chamarra roja.
Para relanzar su campaña -el verbo lo eligió el propio equipo de Meade-, el candidato presidencial eligió el inmueble partidista de Insurgentes Norte.
Es el mismo lugar donde fueron ungidos, antes de él, diez aspirantes a Los Pinos -Gustavo Díaz Ordaz, el primero de ellos-, de los cuales tres no vieron coronado el objetivo.
Cuatro días atrás, el PRI había anunciado la salida de Enrique Ochoa Reza de la dirigencia nacional y su sustitución por René Juárez Cisneros.
La diferencia es notoria y seguramente así se quiso: Ochoa nunca ha tenido un cargo de elección. Juárez, en cambio, ha sido más veces candidato que miembro de la burocracia.
En unos cuantos días el tricolor arrió la bandera de la sociedad civil que ondeaba desde que el ciudadano Meade se había convertido en su virtual aspirante cinco meses atrás.
El relanzamiento de la campaña era la reaparición activa del rojo. Y en ese ambiente color sangre, Meade llamó a los 10 mil priistas presentes a jugar el resto de la contienda “a muerte”.
Se acababa así el agravio que representaba para muchos priistas una propaganda electoral en la que el PRI había desaparecido casi por completo.
Al diablo con los doritos, reclamaban, en alusión al emblema de la campaña: tres triángulos, uno verde, uno turquesa y uno rojo, que representaban los colores de los tres partidos de la coalición Todos por México, y buscaban un anclaje gráfico del lema “avanzar contigo”.
Ante el naufragio electoral que parece aguardarle en menos de siete semanas, el PRI se refugió en el PRI. No más concesiones para una estrategia de apertura a la ciudadanía encarnada por un candidato que no solo no es militante, sino también ha presumido de ello.
Los doritos acabaron por enchilar a los que sí tienen carnet y no quieren renegar de él.
Pero el PRI no es el único que ha abjurado de la opción ciudadana. Las otras dos coaliciones están cómodamente instaladas en estrategias cuyo eje son las estructuras y los valores partidistas.
Por ejemplo, Ricardo Anaya se dio tiempo este fin de semana para vestirse de amarillo y asistir a la celebración del 29 aniversario del PRD, uno de los partidos que forman parte de la coalición Por México al Frente.
Y Andrés Manuel López Obrador se hizo rodear de dos expresidentes nacionales del PAN, Germán Martínez y Manuel Espino, a pesar de que ambos hablaron pestes de él recientemente.
No importa que el PRD tenga nada que ver ideológicamente con el PAN y lo mismo éste con Morena. Parece que la apuesta es por las marcas partidistas y contra el anonimato de la sociedad civil. Porque los partidos son eso ahora: marcas que ofrecen y procuran dar una experiencia al elector, más que clubes de pensamiento rígido.
Qué poco lejos llegó el impulso ciudadano involucrado en la política. Después de que, hace apenas dos años, parecía que el futuro sería de los candidatos independientes y los partidos estarían condenados a la irrelevancia, pero éstos han vuelto por sus fueros. Hace muy poco tiempo los militantes inconformes amenazaron con salirse de sus respectivas organizaciones para postularse por su cuenta.
Los independientes que alcanzaron cargos de elección se toparon muy pronto con la dificultad de dar mejores resultados que los políticos de partido.
Cuando pierden la confianza de la sociedad civil -ésa que les dio su respaldo para desplazar a los partidos-, los independientes simplemente no tienen para dónde voltear y con quién hacer equipo.
Peor aún, muchos de los independientes que han logrado notoriedad por esa modalidad electoral provienen de partidos y cargan consigo muchos de los vicios que allí adquirieron.
Las acusaciones que enfrentaron quienes recabaron firmas para ser candidatos independientes sin partido dejaron tocados a los dos que alcanzaron un lugar en la boleta: Margarita Zavala y “El Bronco”.
El problema es que, por su historia, tienen poco con qué distinguirse de los candidatos tradicionales -más allá de su discurso antipartidos- y carecen de la marca que exhiben los aspirantes de coalición.
Quizá el único que se diferencia a nivel nacional y ha logrado sobrevivir al resurgimiento de los partidos es el jalisciense Pedro Kumamoto, sin origen partidista que lo haga sospechoso ante el electorado y ha innovado en formas de organización.
Kumamoto tiene además una marca -Equipo de Kuma- que, si bien no es un partido, lo parece.