Opinion

Todo reino dividido...

Hesiquio Trevizo/
Presbítero

2018-05-05

¡Qué situación tan terrible precedió a aquel 5 de mayo! Larga historia de derrotas, de pérdidas irreparables, de mutilaciones territoriales, de búsqueda a tientas, luchas intestinas desgarradoras, fanatismos, confusión y debilitamiento extremo. El haber superado esa época traumática y el que todavía México exista como nación y con futuro, es un extraño prodigio. O un milagro. Esperemos que se repita este 18.
Tras la Independencia México comenzó un camino extremadamente difícil marcado por los “pronunciamientos y asonadas”, cuyo creador y maestro fue Santa Anna. El periodo que va del Plan de Casa Mata, (1823), que culminó con el destronamiento de Iturbide, a la Revolución de Ayutla en enero de 1854, que desterró a Santa Anna, es una experiencia histórica sin paralelo. Santa Anna está en ambos extremos, en uno como autor, en otro, como víctima. Dos experiencias son especialmente traumáticas en este periodo, la guerra de Texas y la guerra con Estados Unidos. En ambas, Santa Anna fue decisivo.
El ejército mexicano se hallaba reducido a su mínima expresión, 8 mil 109 hombres repartidos en 13 estados. El gobierno era débil y estaba amenazado por los “pronunciamientos”. La hacienda pública estaba exhausta y la escasez se acusaba en todos los órdenes. La guerra de castas en Yucatán, separado de la República, despertaba los temores de las clases privilegiadas a un posible contagio en todo el territorio.
Después de semejante fracaso resulta muy difícil de comprender por qué los mexicanos de ese tiempo no fueron capaces de unirse en un verdadero proyecto común de patria y sí se dividieron en la forma más radical posible provocando heridas que, por increíble que sea, aún no sanan.
Un país que había perdido más de la mitad de su territorio y cuyos gobiernos firmaron tratados que, comprometiendo la integridad del territorio nacional restante y que en medio de una problemática de esta naturaleza, sostiene ininterrumpidamente una feroz lucha fratricida cuya solución buscan ambos bandos en el extranjero, antes que en el entendimiento y el propósito común de una Patria, resulta difícil entender. Fuentes Mares afirmaba que ya quisiéramos hoy “amar a México como lo amaron los hombres del s. XIX”. Cuando el 13 de diciembre de 1853 el fatídico Santa Anna vendió la región sur de Arizona, -Mesilla-, a la Unión Americana y se embolsó “la indemnización”, no consumó un acto de amor a la Patria. Con todo, la operación fue proclamada “un triunfo diplomático para México”. ¿De veras, la historia, no tendrá nada que enseñarnos “hoy”? Ignorarla, ¿es inocuo?
La Guerra de Secesión, sangrientas luchas entre “Norte y Sur”, fue un momento de extrema debilidad en que estuvo a punto de naufragar el proyecto imperial que habían soñado los Padres de la Patria. Pero las crisis que no destruyen fortalecen y Estados Unidos salió bastante fortalecido de la crisis. Triunfó el propósito de unidad; de haber seguido por el camino de la división, del odio histórico y sectario, de la revancha y las confiscaciones, Estados Unidos no existiría como lo que es hoy.
Este dato no es ajeno, de ninguna manera, a la intervención francesa en México. La debilidad de la Unión por la Guerra de Secesión fue vista como una oportunidad por Napoleón III. Así la describe J. H. L. Schlarman: Napoleón estaba ansioso de reconocer al Sur, en la guerra civil de los Estados Unidos, y recibió en París al representante de los confederados, que era Slidell, a quien sugirió que negociase con Inglaterra y con Rusia el que se uniesen a Francia, para tratar de mediar entre las partes beligerantes, de modo que, si el Norte rechazaba la mediación, ellos darían su reconocimiento a los del Sur. Leopoldo I de Bélgica estuvo de acuerdo en este plan, pero Palmerston, si bien simpatizaba con Napoleón y con los del Sur, dijo que los ingleses temían al genio inventivo de los norteamericanos. Leopoldo escribía a Maximiliano: “En Inglaterra se aferran a la idea de que nada puede hacerse en México”. (¡!).
Pero lo que antecede inmediatamente a la intervención francesa, es la llamada Guerra de los Tres Años, periodo de lucha civil sangrienta, cruel y radicalizada, que comienza con el Plan de Ayutla y termina con la intervención francesa y el Imperio. Lo que comenzó siendo un pronunciamiento en contra de la dictadura de Santa Anna, terminó en una lucha religiosa de consecuencias incalculables. En una hacienda de Guerrero, se reunieron algunos generales para tratar sus propios embrollos y también la situación de México. Santa Anna comenzaba a estorbarles y Álvarez y Villarreal decidieron levantarse en armas, incluido Comonfort al que Santa Anna había destituido de la Aduana de Acapulco. Estaban también Eligio Romero, Melchor Ocampo y Arriaga que maquinaban desde el territorio americano. Comonfort fue el autor del plan que Álvarez proclamó en Ayutla. Santa Anna recibió la noticia mientras presidía un rumboso y animado baile en la capital. Ante el peligro, una vez más, abandonó la ciudad rumbo a Veracruz, de ahí zarpó hacia La Habana y de ahí, a Turbaco, Colombia, donde tenía su refugio, garito y un buen palenque, no sin antes lanzar una proclama a la nación, “en la que le devolvía los poderes que le había confiado”; (@/%$#”).
Por si fuera poco, en tales circunstancias se inicia la guerra religiosa. Las Leyes de Reforma. El “Rayo Federal” (9 de abril 1855), publica: “La Revolución (Ayutla) debe caminar actualmente con todo su poder, con toda su grandeza, con todos sus horrores. No hay que pararse en los medios, no hay convenios que aceptar, cuando se trata de regenerar un pueblo o de reformar sus leyes, la sangre es necesaria. Nada importa que los campos se talen, que las poblaciones se diezmen, que haya muertos a millares, si los fines son nobles, y se pretende llevar a cabo una idea, un principio cuyas consecuencias son el progreso y la prosperidad de la nación”. (¿?). Se proclamó la ley confiscatoria y de la desamortización de los bienes del clero, y se encendió una lucha que dividió profundamente al pueblo, todo con el enemigo dentro.
En este contexto de despilfarro y guerras intestinas, el gobierno de Juárez no tuvo más remedio que resolver la suspensión del pago de la deuda exterior por dos años mediante la Ley del 27 de julio de 1861. Imposible financiar el desorden y la anarquía. Esto determinó la intervención de España, Inglaterra y Francia. Las dos primeras se retiraron, y Francia decidió quedarse con las intenciones ya descritas. El 5 de mayo de 1862 fueron rechazadas las tropas francesas al mando del general Lorencez. Este general fue destituido y en su lugar, fue nombrado el general Forey que puso un sitio feroz a la ciudad de Puebla. A los 62 días de sitio, González Ortega se rindió, mientras Basaine, segundo de Forey, derrotó completamente a Comonfort el 19 de mayo de 1863. También la derrota de Ortega fue desastrosa pues perdió 12 mil hombres, 500 oficiales y 25 generales. Lograron huir los mejores generales de Juárez: González Ortega, Escobedo y Porfirio Díaz. ¡Solo que no tenían soldados! Juárez, no pudiendo sostener la capital, huyó a San Luis Potosí. El 7 de junio de 1863 el general Basaine entró a la Ciudad de México. La República peregrina descansaba ahora en los hombros del Benemérito.
Por si fuera poco, durante el sitio de Puebla, González Ortega mandó desalojar todos los conventos de monjas para usarlos como hospitales y con fines militares; la medida era entendible siempre que respondiera a una contingencia. Pero lo que no es entendible es que “por absurdo espíritu de imitación la «junta patriótica» de México pidiera al Gobierno que esa medida se extendiera a todo el país, y Juárez y su ministro de la Fuente, expidieron el decreto del 26 de febrero de 1863 que suprimía las comunidades religiosas en México”. ¡Increíble!
Se cumplía, entonces, la sentencia bíblica, según la cual, todo reino dividido va a la ruina casa por casa.
Hoy, México, enfrenta un entorno internacional difícil y complejo y lo enfrenta dividido, dominado por la ambición, la confrontación y la traición; los intereses de grupos de poder y partidos parecen estar por encima de la Patria.

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