Opinion

Ciudad de la lujuria

Santiago González/
Analista

2018-05-04

El sexo es el único acto que puede llegar a ser una muestra de amor como de odio, un acto de placer o de tortura, un acto legal o delito, un servicio o explotación. La diferencia fundamental deriva en el consentimiento y la capacidad para otorgarlo. La sexualidad y la erotización es una actividad inherente al ser humano, por lo mismo un tema de seguridad, salud y políticas públicas.
Tener relaciones sexuales sin el consentimiento de una de las personas intervinientes, ya sea porque no lo otorga, porque no se encuentra en estado de manifestarlo, -como puede ser encontrarse dormida, inconsciente, drogada o ebria- o por no tener edad o capacidad intelectual para tomar una decisión sobre su patrimonio sexual, derivan en el delito de violación.
De forma alarmante Ciudad Juárez es el municipio que encabeza esta problemática en el país, con casi una violación al día, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (2017). Este delito ha sufrido varios cambios y perfeccionamientos, pues al ser esencialmente un delito de género, estaba cargado de estereotipos sobre la obligación de las mujeres en tolerar la necesidad de satisfacción de instintos básicos del hombre, lo que en realidad es más un acto de dominación y sometimiento. Así por ejemplo, la violación no se tenía como tal si se realizaba entre cónyuges, y en criterios de la misma Suprema Corte determinaban que si la mujer no gritaba y forcejeaba de principio a fin del ataque, se entendía que había consentimiento y no se configuraba la violación; o el delito de “rapto” que consistía en apoderarse de una mujer para satisfacer un deseo erótico sexual, el cual se extinguía si después de cometido la mujer raptada consentía en casarse con su atacante, es decir como violación pero light y con posibilidad de arreglo; o la obligación de ser casta y honesta para poder ser víctima de un delito sexual. Figuras y criterios -aunque de forma tardía- hoy todos fuera de la normatividad.
Este perverso delito que por mucho tiempo fue señalado por las autoridades y sociedad en parte como responsabilidad de la víctima, por el lugar en el que estaba, la hora, la forma de vestir, y que con terrible frecuencia terminaron en el asesinato, ha tomado una curva siniestra y depravada, hoy casi el 90 por ciento de las víctimas de violación son niñas y sus atacantes miembros de la misma familia, padrastros, tíos, primos y hasta padres, el lugar, la misma casa el hogar. Esto según información del personal de la misma Fiscalía. Dentro de este tipo de casos existe una cifra negra altísima no denunciada; esto se da precisamente por ser los atacantes en muchos de los casos, miembros de la misma familia.
Otro patrón o criterio reiterado que se está dando en los tribunales de esta ciudad es que, aun encontrando todos los elementos que señalan la culpabilidad agravada: ventaja, premeditación, alevosía, los jueces y juezas continuamente están dictando penas mínimas para este delito, el cual consistía hasta este 31 de marzo pasado, en cinco años de prisión. Con relación de ello el Poder Legislativo optó por elevar el mínimo de este delito cuando se cometía en contra de personas menores de 14 años, al de 10 a 30 años de prisión.
Cualquier acto de violencia contra un niño o niña va en contra de su sano desarrollo y de sus derechos humanos, pero la violación es un acto inenarrable, que requiere de quien lo comete estar desprovisto de conciencia y cualquier valor humano. Existen en nuestra sociedad factores que inducen a estos delitos, es decir, no provienen de la fatalidad del destino. Un ejemplo de las causas del alarmante crecimiento de este tipo de ataques es la pornografía.
Sin asustarnos ni darnos golpes de pecho, teniendo ese material a un “click” de distancia y con curiosidad científica, podríamos darnos cuenta que la industria de la pornografía ha degenerado en actos de violencia hacia mujeres que adquieren personajes inocentes, sometidas y utilizadas, semejantes a una niña. De alguna forma este material conforma una idea sobre la sexualidad en círculos de jóvenes que acceden a ellos con mayor frecuencia y creando el deseo fantasioso en hombres de mayor edad, generando el estereotipo de que el sexo es un acto de dominación y sometimiento, muy cercanos a una violación.
El problema es inmenso, de nuevo somos ejemplo de lo más grave del país. Violencia sórdida, agazapada en los hogares de muchas niñas de nuestra ciudad (también en niños, pero a menor medida), miles de jóvenes y mujeres viven con terribles cicatrices emocionales, y debemos ser claros, este problema solo se combatirá eliminando la impunidad, juzgando con perspectiva y solo se prevendrá con educación y cultura en equidad, esa equidad que a dado en moda atacarla, cuestionada por los ignorantes de sus efectos. ¿Es que no hemos entendido? ¿No hemos aprendido nada?
Hay pocas cosas tan fatales en el mundo como el tener una infancia desoladora, nuestra niñez es pasajera y debiera ser un álbum de alegría, una reserva de felicidad.

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