Opinion

Referéndum

Luis Javier Valero Flores/
Analista

2018-04-21

A unas cuantas horas del primer debate presidencial, coincidentemente, han saltado a la luz pública dos anuncios. Por una parte, el candidato del PRI, José Antonio Meade, le lanzó la invitación al aspirante Armando Ríos Piter a sumarse a su campaña.
Casi al mismo tiempo, Jorge Castañeda, coordinador de Estrategia de la campaña de Ricardo Anaya, candidato del PAN, en una entrevista con el periodista René Delgado, (Reforma, 20/IV/18) esbozó la posibilidad de unirse a ambos candidatos.
No son una casualidad ambos pronunciamientos, que develan en todo su esplendor la estrategia que se sospechaba para ganarle al tabasqueño.
Con toda seguridad –podemos especular– que las lecturas del gobierno de Peña Nieto, de tiempo atrás, le mostraban que AMLO llegaría con mucha fuerza a estas alturas de la campaña, nunca esperaron que fuera de las dimensiones hoy observadas.
La designación de Meade tenía como propósito “pescar” los votos de los electores de la derecha y los “antisistema”. No cuajó y optaron por darle un lugar a Margarita Zavala y a “El Bronco”, de manera ilegal, al tiempo que Meade y Anaya luchaban por el segundo lugar.
La estrategia fue hecha añicos, hasta ahora.
Al parecer optarán por el último de los recursos, por ello ya expresaron los rumbos de sus campañas Meade y Castañeda y el de hoy será un debate de tira-tira de todos contra el candidato izquierdista.
Por desgracia para ellos, no tienen opción, o se juntan para vencerlo, o se juntan, y se sostiene que es su desgracia porque esa estrategia es la que ha desplegado a lo largo de los últimos 20 años López Obrador: Luchar contra el PRIAN.
Con ello, reforzarán la corriente “antisistema” que ha convertido al candidato de Morena en prácticamente imparable ¡a dos meses y medio de la elección!
Y es que el hartazgo, el rechazo a los partidos políticos en lo general se ha convertido en el principal ingrediente de las campañas. La encuesta de Reforma muestra que el 59 por ciento opina que es más importante “sacar al PRI del gobierno”, por el 22 por ciento que se pronuncia por “evitar que AMLO llegue a la presidencia” y un menor 10 por ciento por ambas opciones. (Ibídem).
Pero tales manifestaciones están presentes en prácticamente todas las actividades político-electorales de los meses presentes; se acrecientan conforme se acerca la elección y tienen un receptor casi único: Andrés Manuel López Obrador.
Cada día crece la percepción que la elección presidencial es una especie de referéndum sobre la continuidad o no del denominado coloquialmente “sistema”, de ahí la frecuencia con la que se refieren muchos al voto “antisistema”, por aludir a la permanencia de alguno de los partidos que lo han ejercido, en la titularidad del Poder Ejecutivo, PRI o PAN.
Los comentarios en todos los lugares, en las redes sociales; la concurrencia a los actos de los candidatos, las encuestas, los análisis de una buena parte de los comentaristas de la prensa escrita y la electrónica, todo conduce a una palabra: Hartazgo.
Además de todo lo anterior, o quizá presidiendo ese hartazgo se encuentre otro fenómeno, el del pensamiento mágico de muchos mexicanos.
Cada que había elección presidencial, décadas atrás, cuando no había competencia electoral, muchos mexicanos acudían a las urnas con el deseo de “que ojalá este sí nos salga bueno” y votaban por el partido de siempre.
Claro, ayudados por las despensas, las láminas, los aumentos de salarios, las becas, las estufas, etc., pero siempre había un elevado ingrediente de apostar nuestra suerte a la eficiencia de quien ocupara la silla presidencial.
Hoy ocurre casi lo mismo, pero con un muy diferente protagonista. Con cada vez mayor frecuencia un buen número de ciudadanos se acercan a los actos de AMLO con la simple intención de verlo, así sea de lejos; los suertudos logran tocarlo, simplemente tocarlo; otros, los de mayor suerte, tomarse una “selfie” con él y muchos, sobre todo en los actos más concurridos –como los de la semana anterior en varias ciudades de Tamaulipas–, simplemente acompañarlo afuera del vehículo que rueda lentamente en medio de la muchedumbre y, ahí, otros muchos, para tomar fotos del candidato, así no aparezcan ellos en la foto.
No, basta con “capturar” la imagen del candidato en el que están depositando sus esperanzas, no en balde las conmovedoras e impactantes muestras de simpatía por el tabasqueño en Matamoros y Reynosa, de Tamaulipas, cuya población es una de las más desgarradas por la violencia, que en las actuales magnitudes lleva más de una década presente en esa entidad norteña.
O el más emotivo grito de los jóvenes de Guamúchil, Sinaloa de “Te amamos viejito”, al tiempo que le alborotaban el pelo, en una caricia absolutamente inusual en la brega política.
En tales condiciones políticas, la importancia de la veracidad de las encuestas pasa a segundo término, pues las distancias entre las simpatías por los abanderados son tan grandes que la realización de encuestas “cuchareadas” no alcanzarían a otorgarle los puntos necesarios a los candidatos del “sistema” Ricardo Anaya y José Antonio Meade, en primer término, y en segundo, a los “independientes” Margarita Zavala y Jaime Rodríguez, “El Bronco”.
De ahí que la totalidad de las encuestas le otorguen el liderazgo en las preferencias electorales a López Obrador y que la sorpresa mayor la haya constituido la publicada por el periódico Reforma (18/IV/18) en la que le otorga 22 puntos de ventaja sobre Ricardo Anaya.
¿Debemos creerle a las encuestas porque ahora sí le otorgan esa ventaja al candidato de las izquierdas? ¿En las elecciones de 2006 y 2012 ocurrió lo mismo que ahora? ¿Los errores de AMLO en la de 2006 influyeron decisivamente en la derrota, o dicho de otro modo, para que perdiera la ventaja que poseía hasta abril de ese año?
En un escenario totalmente distinto, en 2006 fue una elección referendista entre el candidato de la derecha y el de la izquierda; y la de 2012 fue la del conservadurismo y la añoranza, frente a una docena blanquiazul del más absoluto fracaso, amén de la guerra desatada por Felipe Calderón y del hecho de que el duopolio televisivo todavía tenía arrestos para construir una candidatura de fantasía, con la ayuda de Soriana y los poderes fácticos, Peña Nieto llegó al poder.
Bueno, la Ulises Beltrán-La Crónica, iniciaba el mes de abril –día 3– de 2006, dándole una ventaja de dos puntos a AMLO (36 por ciento) por 34 de Calderón y la encuesta de Demotecnia, publicada el 6 de abril, ubicaba a AMLO adelante, con el 34 por ciento de las simpatías, por el 31 de Calderón y Roberto Madrazo. Sólo dos y tres puntos de ventaja.
A su vez, la encuesta de El Universal, publicada el 17 de abril, le otorgaba 38 por ciento de las preferencias a AMLO y 34 a Calderón, pero Reforma, en la encuesta del 25 de abril, ya le daba la ventaja al candidato del PAN, Felipe Calderón, 38 por 35 de López Obrador.
La elección se celebró como ahora, en el primer domingo de julio de aquel año.
Un sexenio después, en 2012, ocurrió la debacle de las encuestas. Solo en dos de ellas Peña Nieto apareció abajo en las preferencias electorales, en la de María de las Heras, de mayo de ese año, en un conteo rápido después del debate, en la que le otorgó el 31.46 por ciento a AMLO, 17.98 por ciento a Josefina Vázquez Mota y 16.85 por ciento a Peña Nieto.
La otra encuesta en la que el candidato priista iba en desventaja fue la de Reforma, de junio, en la que la candidata panista, Vázquez Mota obtenía el 34 por ciento de las preferencias, por el 32 de AMLO y 20 por ciento de Peña Nieto.
Los colmos fueron las últimas encuestas antes de las elecciones, tenían por objeto desalentar el voto antipriista e infundir la sensación de que ya todo estaba resuelto a favor del actual presidente. Miren los resultados:

Empresa JVM EPN AMLO
Covarrubias 26 41 30
M. de las Heras 22.9 40 32.4
Ipsos-Bimsa 24 41 34
El Universal 24.4 45 27.9
Excélsior 25 44 28
GEA-Isa Milenio 22.4 46.9 28.5
Resultado-votos 25.4 38.2 31.59

Con ello se pueden echar por tierra las versiones de que cuando AMLO iba adelante, muy adelante, perdía la considerable ventaja que llevaba.
No hay punto de comparación con lo que ahora ocurre, estamos frente a un fenómeno, si acaso, más parecido al del año 2000 cuando la mayoría de los electores votaron por el término del régimen priista, “lo sacaremos a patadas”, decía el entonces candidato Vicente Fox, hoy es apologista de Meade.
No será el único de la clase política panista que así lo haga, aparentemente, si no cambian las tendencias, estaremos frente a una histórica alianza de facto del PRI-PAN en las elecciones.
Eso nunca ha ocurrido.
Se han puesto de acuerdo en el Congreso de la Unión, en la firma de pactos, pero ir juntos en las elecciones, nunca. Andrés Manuel los unió.
Muy probablemente ni así lograrán contrarrestar la oleada “pejista”, al contrario, la fortalecerán.
Los efectos ya se empiezan a apreciar en hechos concretos como el primer acto de Ricardo Anaya en Juárez, en el curso de la semana, en un recinto cerrado –Cibeles– y con una audiencia que desmereció frente a la exhibición de fuerza de AMLO al inicio de la campaña en el antiguo Paso del Norte.
Por lo pronto, disfrutemos el primer debate, con un formato distinto a todos los anteriores, pero con conductores, es lo menos que se puede decir de ellos, absolutamente adversos al tabasqueño.
Por último, pero no menos importante, es que Morena va adelante, también, en las preferencias de la elección de diputados:
Morena, 37 por ciento; PAN, 21 y PRI, 17 por ciento.
¡Vóytelas!

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