Opinion

Huracán Julio

Pascal Beltrán del Río/
Analista

2018-04-17

Ciudad de México.- La temporada de ciclones tropicales en el Pacífico y el Atlántico está por comenzar.
Gracias a los avances tecnológicos, hoy podemos saber con anticipación si se va a formar un huracán, cuál es su curso, la velocidad de sus vientos y dónde y cuándo va a impactar.
Ojalá fuera así con las tormentas políticas. En casos así uno tiene que apostar por la intuición.
Hoy, cuando faltan poco más de 70 días para la jornada electoral, es difícil prever la fuerza del huracán Julio, pero el instinto dice que, ocurra lo que ocurra el día de las votaciones, el país resultará sacudido.
Dice el profeta Oseas que quien siembra vientos cosecha tempestades. El proverbio es aplicable a la actual temporada electoral.
Demasiados vientos han sido sembrados en este país. Los vientos de la corrupción, la desigualdad social, la codicia, el rezago educativo, la violación al Estado de Derecho, el mesianismo y sus promesas fáciles, la demagogia, el individualismo, la desunión de los ciudadanos, la ambición política desmedida, el chismorreo desinformado...
Todos esos vientos parecen listos para germinar explosivamente, en la forma de una tormenta perfecta.
En este caso no hay ni satélites ni barómetros para predecir nada. Si los hubiera, quizá las autoridades tunecinas no hubiesen despojado de sus mercancías al vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, hecho que desató la Primavera Árabe.
El problema para México es que nos dirigimos a una jornada electoral, prevista constitucionalmente con actores que no respetan los principios democráticos y vulneran la capacidad del electorado de emitir un voto consciente mediante promesas irrealizables, al tiempo que polarizan el ambiente y exacerban los ánimos de los votantes.
El instinto lleva a pensar que esto solo puede acabar mal, porque ninguno de los candidatos parece preocupado por el día después.
Nadie se ha preparado para ganar y asumir la responsabilidad de unir a un país desunido.
Qué trágica ironía: un México más desgarrado que nunca cuando necesitaría actuar como uno solo ante Trump.
Un país que estará esperando que el próximo presidente cumpla de inmediato lo que prometió en campaña. Y si de algo sirven los ejemplos de los gobiernos estatales de alternancia elegidos en 2016, la paciencia ciudadana no es ilimitada.
El gran reto será hacer esto -unir a los mexicanos y cumplir las promesas- en un entorno económico que seguramente reaccionará ante la incertidumbre que provocará el resultado electoral, gane quien gane, porque es previsible que los vientos del huracán Julio comiencen a sentirse desde antes de la elección, haciendo tambalear la moneda nacional y quizá provocando, en respuesta, un aumento en las tasas de interés.
¿Cómo reaccionará el ganador de la elección presidencial en esa circunstancia?
¿Se conformará con culpar a sus rivales políticos de la situación? ¿O asumirá que la larguísima transición entre presidencias que nos hemos dado en México -herencia de la Constitución de 1857, haga usted favor- lo obliga a tender puentes con el otro bando, puentes que han sido casi todos dinamitados por la confrontación política?
El huracán Julio, ése sí que es un peligro para México. De que nos va a pegar, nos va a pegar. Solo falta saber con qué fuerza, pero pocos parecen suficientemente preocupados para tapiar puertas y ventanas.

Buscapiés
Carlos Slim salió el lunes a defender la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, que comparó en importancia con el Canal de Panamá. Se negó a hacer observaciones sobre los candidatos, pero a la pregunta de si le tiene temor al proyecto de Andrés López Obrador, el empresario expresó que le dará “miedo” si el criterio para descalificar el nuevo aeropuerto será el que aplique para otras inversiones.
Sin duda, las palabras de Slim tienen un peso importante. Tanto, que López Obrador no se tardó en descalificar a quien hasta hace 12 años fuera un empresario aliado de su proyecto político, al grado de invertir en la recuperación del Centro Histórico de la Ciudad de México. Indudablemente, el pasado que unió a ambos nada tiene que ver con el presente y futuro que los separa.

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