Opinion

Las lecciones turísticas de Medellín

Cecilia Ester Castañeda/
Escritora

2018-04-14

Turísticamente, estamos desaprovechando Ciudad Juárez. Lo confirmo después de leer en la página de CNN un reciente artículo sobre Medellín, Colombia. La ciudad más violenta de 1990 “está convirtiéndose rápidamente en un centro turístico”, dice Lucy Sherriff. Sí, de narcotráfico y guerrilla a “hermosos espacios públicos, infraestructura ingeniosa y atractivos de lujo”, agrega la periodista.
¿Por qué no podemos hacer lo mismo aquí? La transformación de la segunda mayor urbe colombiana no se consiguió de un momento a otro, desde luego. Los analistas mencionan estrategias integrales y de colaboración que 20 años después se tradujeron en un descenso del 80 por ciento en los índices de criminalidad, así como de más de la mitad en los de pobreza extrema. Para el 2013 el Wall Street Journal y Citibank nombraban a Medellín la ciudad más innovadora del mundo gracias a sus obras de desarrollo social y de transporte.
No es mi intención hablar en torno a la evolución de Medellín. Pero no deja de intrigarme el hecho de que en la misma región hayan surgido personajes como el pintor y escultor Fernando Botero y el narcotraficante Pablo Escobar, que en un país golpeado por tanto tiempo por la violencia naciera asimismo alguien como el escritor Gabriel García Márquez o la cantautora Shakira.
Toda comunidad tiene su lado oscuro, supongo. En el caso de Medellín, la ciudad colombiana está logrando enfocar su atención hacia su potencial positivo. Mediante inversión, empleo, tecnología, cultura, infraestructura y conciencia social se han creado las condiciones que permiten disfrutar sus atractivos turísticos. Según Sherriff, éstos son el café famoso a nivel mundial, la gastronomía, los bares, una cultura bulliciosa y un paisaje con montañas que se pierden entre las nubes.
En Ciudad Juárez aún no hemos avanzado tanto. Sin embargo, podemos aprender de la experiencia colombiana. “Sabemos resolver los problemas y nos atrevemos a cambiar”, dijo en alguna ocasión el excalde de Medellín Sergio Fajardo refiriéndose a la actitud para sacar adelante su ciudad. Nos conviene recordar esas palabras.
Volviendo a lo del turismo, nosotros también tenemos restaurantes y bares. Probablemente sea el sector con el cual más nos identifican nuestros visitantes. Pero me preocupé cuando hace poco escuché a una universitaria a punto de graduarse decir que lo único que había en Juárez eran bares y discoteques. Porque esta joven precisamente estudiaba ¡turismo!
Su opinión constituye una idea bastante generalizada, creo, sintomática del bajo nivel de nuestros servicios turísticos. A dos años de que el papa Francisco nos diera su voto de confianza con su presencia, aún no estamos preparados como anfitriones de una ciudad digna de conocer. Al Papa ni siquiera lo llevaron a la Misión de Guadalupe, el templo -y el edificio- más antiguo en una extensa región binacional.
Yo no veo los mapas, las guías, los tours, las imágenes sobre lugares merecedores de visitar, la abundante información tan fácil de encontrar en otros países respecto a los destinos turísticos o cualquier pueblito que se precie de valorar su identidad. La mayoría de las descripciones en internet, por ejemplo, relativas a puntos de interés en Ciudad Juárez se limitan a los museos, las dunas de Samalayuca y algún centro comercial.
Ciertamente tenemos turistas potenciales. Muchos llegan por motivos familiares, otros desean disfrutar la vida nocturna o algún espectáculo o casino, algunos más cruzan a El Paso para ir de compras, otros vienen de allá para ir al médico, hay quienes se encuentran aquí por trámites en el Consulado o por cuestiones laborales. Pero a pocos les ofrecemos la variedad de opciones disponibles en nuestra ciudad.
Sí, ya lo sé, en ese aspecto no vamos a competir con Las Vegas o -por lo pronto- ni siquiera con Chihuahua, Chihuahua. Y no es algo nuevo. La activista Esther Chávez Cano, fundadora de Casa Amiga, que en 1982 llegó procedente de la Ciudad de México, cuenta en su libro “Construyendo caminos y esperanzas” lo duro de establecerse en una frontera sin cultura ni espacios de entretenimiento. 
Algo han cambiado las cosas. Pero al parecer todavía no hemos logrado transmitir los atractivos locales a quienes nos visitan. En “La ruta que cambió mi vida”, el ciclista ganador del récord Guinness Carlos Santamaría narra un encuentro sostenido en Flores Magón, Chihuahua, con un hombre muy viajado que vivió en Ciudad Juárez pero decidió irse por no haber “nada qué ver”. “Está mejor aquí”, le dijo a Santamaría refiriéndose al poblado del norponiente del estado contiguo a San Buenaventura -¡Flores Magón ni siquiera aparece en Google Maps, lo juro!-.
Entiendo si alguien prefiere la vida en una zona con menos tráfico y ruido, si le gusta ir de día de campo o andar a caballo. Pero considerar más entretenido que Ciudad Juárez un lugar de 2 mil 500 habitantes, según Wikipedia, a mí me indica de nuestra parte una falta de difusión de las bondades existentes en la frontera.
Obviamente, los años de violencia impactaron a un sector turístico desde hace tiempo venido a menos. La carencia de cultura vial y de infraestructura -el transporte ni lo menciono- no hablan muy bien de nosotros que digamos. Los mensajes del presidente Trump sobre la región tampoco ayudan mucho. Y, por nuestra posición geográfica, erradicar el peligro relacionado con el contrabando de sustancias ilícitas siempre va a ser más difícil aquí que en Colombia.
Sin embargo, turísticamente hablando no estamos aprovechando la esencia de Ciudad Juárez. Salvo esfuerzos aislados como el Museo de la Revolución en la Frontera, el Turibús, las fiestas mexicanas del restaurant Viva México o los tours ofrecidos por voluntarios vestidos de personajes históricos en el Centro, resulta evidente la ausencia de programas permanentes enfocados a que propios y extraños disfrutemos la ciudad.
¡Caray! ¡Ni siquiera promocionamos a Juan Gabriel como destino turístico! A pesar del movimiento “pachuco” que ha inundado la zona peatonal de la 16 de septiembre, seguimos sin tomar en serio el legado de Tin Tan. ¿Alguien ha intentado rescatar el histórico piano de Arturo Tolentino -sí, el reconocido músico que fue director de la biblioteca municipal-, puesto a la venta en Facebook? (A propósito, el Parque Biblioteca España es un galardonado centro cultural con jardines que ha transformado uno de los barrios más peligrosos de Medellín).
Pero si en la ciudad colombiana se enorgullecen de su puente intraurbano, en Ciudad Juárez parecemos no darnos cuenta de nuestra relevancia como cruce internacional. En El Paso hay un Museo de la Patrulla Fronteriza, aquí nadie se ha acordado de exhibir de manera fija las contribuciones de los inmigrantes ni la historia de las fronteras en general, de la línea divisoria México-Estados Unidos, de la zona metropolitana binacional ni de Juárez mismo. Tampoco la Asociación de Maquiladoras se propuso conmemorar con algún museo o libro los 50 años de la industria pionera en la localidad.
Lo que quiero decir es que los atractivos turísticos se dan en muchos ámbitos. Hacer más interesante o agradable la estancia de los visitantes en la frontera, además, no tiene por qué ser necesariamente caro. Pero sí implica voluntad a largo plazo por parte de varios sectores. En Ciudad Juárez dicho esfuerzo conjunto no se ha visto ni en instancias gubernamentales ni en la iniciativa privada. 
Es también cuestión de identidad, de sentido de pertenencia, de visión. Necesitamos difundir más nuestros motivos de orgullo y nuestra historia. En Medellín, dice Sherriff, Botero es celebrado con esculturas urbanas, una plaza y una colección de pinturas en un museo al mismo tiempo que pueden contratarse recorridos con el tema de Escobar.
A mí me sigue impresionando una cosa: el drástico cambio de la inseguridad a una ambiciosa innovación digna de mostrarse al visitante es algo posible.

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