Pascal Beltrán del Río/
Analista
Ciudad de México.- Casi a la medianoche del sábado, justo cuando el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva llegaba a la sede de la Policía Federal en Curitiba para cumplir con el auto de prisión dictado por el juez Sérgio Moro, yo terminaba de ver O mecanismo, la extraordinaria serie de Netflix con la que di gracias a una recomendación de mi compañero Rodrigo Pacheco.
Lanzada hace menos de tres semanas, la serie es un relato de ficción basado en la Operación Autolavado (Operação Lava Jato, en portugués), la investigación hecha por la Policía Federal brasileña sobre la conspiración de empresarios y funcionarios públicos para lavar unos 10 mil millones de reales (poco menos de tres mil millones de dólares) mediante contratos simulados entre compañías y el gobierno, en el periodo de Lula y su sucesora, Dilma Rousseff.
Aunque desde su introducción la serie advierte que los personajes son ficticios, el parecido físico de los protagonistas con los personajes reales y el mínimo cambio de nombres y situaciones ha provocado la ira de muchos políticos brasileños, como los expresidentes Lula y Rousseff, quienes han amenazado con demandar a Netflix y a los creadores de O mecanismo, José Padilha y Elena Soárez.
Es muy fácil asociar al personaje João Higino con Lula, a Janete Ruscov con Rousseff, a Paulo Rigo con Sérgio Moro, y a Ricardo Brecht con el empresario Marcelo Odebrecht, así como a la empresa ficticia Petrobrasil con Petrobras.
Los autores de la serie -de ocho episodios en su primera temporada- han sido acusados lo mismo de torcer la realidad para acomodarla a la trama como de quedarse cortos en la exposición de la corrupción política en Brasil.
No creo que en este caso haya spoiler posible porque las tramas de El mecanismo y la Operación Autolavado van por pistas paralelas.
El relato lleva como eje la vida del veterano agente policiaco Marco Ruffo (protagonizado por Selton Mello), quien se obsesiona con el papel que ha jugado, como operador de la corrupción, el cambista Roberto Ibrahim (Enrique Díaz).
Aquejado de bipolaridad, Ruffo es propenso a estallidos de violencia, que lo obligan a dejar su cargo, aunque por fuera siga la investigación.
Ésta es continuada por su discípula Verena Cardoni (Caroline Abras), quien se topa con diversos obstáculos en la estructura judicial brasileña por parte de quienes no quieren que se abra la caja de Pandora de la corrupción.
Los tres personajes principales tienen correspondencia con la realidad o, al menos, hay quienes los han asociado con los agentes policiacos Gerson Machado y Erika Marena y el banquero Alberto Youssef, quien manejaba sus negocios sucios desde una gasolinería con autolavado en Brasilia, lo cual dio nombre a la investigación.
Pero más allá de dramatizar la principal investigación sobre corrupción en Brasil –que ahora tiene en una celda de Curitiba al exmandatario y puntero de la próxima elección presidencial en ese país, Luiz Inácio Lula da Silva, y ha expuesto a muchos políticos latinoamericanos–, O mecanismo tiene un poderoso mensaje contra la corrupción, que seguramente no será del gusto de los políticamente correctos que suelen poner toda la culpa en los funcionarios y exoneran al ciudadano de a pie.
En el penúltimo capítulo, una cañería se rompe frente a la casa del agente jubilado Ruffo y empieza a brotar un chorro de agua negra. El policía llama al equivalente del Sistema de Aguas y pide que reparen la falla. Un empleado de la empresa pública le dice que el trámite puede tardar de dos a tres semanas. A menos, le aclara, que hable con un hombre que se hace llamar Seu João (don Juan), quien puede acelerar la petición.
Al llegar al lugar, el oscuro personaje dice que puede cambiar la cañería, pero que el precio son 600 reales (200 dólares). Cuando Ruffo pregunta por qué tanto, Seu João le informa que una parte del precio es el material y la mano de obra, pero el resto es con lo que tiene que salpicar a los funcionarios de arriba.
Ese, concluye Ruffo, es el mecanismo.
“En Brasil, la corrupción forma parte de la lógica de la estructura política. No es la excepción, es la norma. Ese mecanismo no tiene ideología: está tanto en los gobiernos de derecha como de izquierda”, resumió Padilha, en la presentación del programa ante los medios de comunicación.
Los parecidos entre México y Brasil que se plantean en O mecanismo son enormes. En nuestro país falta, por supuesto, una Operación Autolavado que propicie el castigo judicial a muchos que se han enriquecido con la corrupción. Pero, como en Brasil, el mecanismo está profundamente implantado. Y para que deje de funcionar, hace falta mucho más que encarcelar a algunos funcionarios.