Cecilia Ester Castañeda/
Escritora
Probablemente todos alguna vez nos reímos en grupo de alguien. Como no hayamos estado viendo un payaso, una película o un programa de televisión, nuestro comportamiento podría llamarse bullying. Y a nivel social estamos pagando factura por ello.
Porque así se llama “una acción o acciones sistemáticas, deliberadas hacia una persona con la intención de acosar, hacer sentir mal, asediar(la) constantemente” o en grupo, si tomamos como base la definición brindada en “Antibullying: guía para estudiantes”, el libro de Javier Armendáriz Cortez y tres autores más, publicado por la Escuela Superior de Psicología, la Universidad Mexicana del Norte, el Centro de Investigaciones Sociales de la UACJ y la Red Antibullying de Ciudad Juárez.
“No tienen sentido del humor”, decimos a veces cuando a la susodicha “persona” -esta palabra hay que enfatizarla- no le cae en gracia ser motivo de risa.
Ciertamente hay que aprender a reírse de uno mismo y en ocasiones llegamos a protagonizar situaciones cómicas espontáneas o accidentales, despertando carcajadas colectivas difíciles de evitar. También nos hemos reído al ser testigos no planeados de una de estas situaciones sin darle mayor importancia.
Aun en los incidentes aislados, sin embargo, nos haría bien ponernos en los zapatos de la otra persona. Pero las burlas, las humillaciones, los menosprecios, las intimidaciones, las agresiones físicas, los mensajes o los gestos ofensivos dirigidos a un ser humano vulnerable por parte de varias personas más, o de una sola en forma repetitiva, suelen volverse una especie de juego habitual para los perpetradores, un tipo de desahogo de sus propias frustraciones o de entretenimiento para momentos de hastío.
Eso, en condiciones de normalidad es, como mínimo, falto de consideración, pudiendo tener consecuencias nocivas para cualquier víctima.
Analicemos ahora el entorno en Ciudad Juárez. Hace 10 años la situación de inseguridad empezó a alcanzar niveles graves, dejando un saldo de muertes, vidas destrozadas y miedo en un segmento importante de la población. Todavía, en pleno 2018, no hemos logrado superar del todo el fantasma de una época que nos ha marcado como sociedad.
Lo anterior significa varias cosas. Muy probablemente aumentó nuestra tolerancia a los incidentes como asaltos y asesinatos, sicológicamente hablando. La prolongada ola de violencia, así como su regreso periódico, nos ha dejado menos sensibles a sucesos que antes despertaban una respuesta emocional a nivel colectivo.
Luego están las secuelas en las víctimas directas de la inseguridad, cuya atención fue, si acaso, incompleta. Estamos viendo algunas de esas consecuencias: el disparo en los padecimientos de salud mental en Ciudad Juárez reportado por instancias de salud, el aumento de intentos de suicidio entre estudiantes de secundaria que ha obligado -por fin- a la implementación de programas estatales de prevención. Se trata de generaciones de personas vulnerables.
Sin embargo algunas víctimas de abusos frecuentes en la familia o la escuela se defienden adoptando después el papel de provocadores, amenazantes, burlones, agresores, dice la guía antibullying. Se trata de una respuesta distinta con la que se perpetúa el ciclo de acoso. Según estudios citados en la misma fuente, cada 10 alumnos de las primarias de nuestra ciudad dicen haber sido objeto de agresiones físicas, burlas y amenazas por parte de compañeros.
Ese acoso escolar es solo una forma de bullying.
El hostigamiento lo vemos a diario: en la familia, en la televisión, en los centros laborales. Hasta en los espectáculos de fiestas infantiles muchos payasos basan sus chistes en burlarse de un niño tímido.
La tolerancia hacia los demás se aprende. Lamentablemente, nuestra carencia de información puede cvonvertirnos en acosadores de personas cuya vulnerabilidad o naturaleza no alcanzamos a comprender.
El actor Dwayne Wayne, “La Roca”, quien conoció personalmente la depresión, lo dijo muy bien en entrevista. “Tenemos que hacer lo posible para poner atención cuando otras personas sienten dolor. Tenemos que ayudarlas a sobrepasarlo y recordarles que no están solas”.
Quizá no sintamos empatía, pero debemos respetar.