Opinion

AMLO en Juárez

Jesús Antonio Camarillo/
Académico

2018-03-30

Andrés Manuel López Obrador iniciará su campaña en nuestra ciudad. El domingo, AMLO estará en el Monumento a Benito Juárez, inaugurando, solo formalmente, una faena que materialmente impregna ya buena parte de su vida. La tercera es la vencida, ha dicho con insistencia. Y ciertamente, las circunstancias parecen alineadas a su favor, pues ni José Antonio Meade ni Ricardo Anaya parecen a estas alturas hacerle sombra a un candidato que trasciende sexenios y que, en honor a una mínima noción de justicia sustantiva y no meramente procedimental, hoy, tal vez, ya no debería estar en la lucha electoral, pues ese lugar, para muchos mexicanos, le pertenecía desde el ya lejano 2006.
Andrés Manuel llega a Ciudad Juárez más encanecido y encorvado que aquellos veranos. Su hablar es todavía más pausado y ese acento que lo caracteriza ahora está más acendrado. Las pausas parecen estirarse como una liga conscientemente apuntada hacia su blanco. Ellas evocan el juego de la autorrestricción verbal, un juego que, a punta de golpes y decepciones, ha aprendido a jugar el candidato de Morena.
López Obrador arribará a la frontera ofreciendo un “trato diferenciado” para la misma, así lo ha dado a conocer Yeidckol Polevnsky, la líder nacional de su partido. Los detalles de ese tratamiento para la realidad juarense quedan en suspenso hasta la visita del candidato. ¿Cuál será el ofrecimiento de AMLO para una ciudad históricamente descuidada y relegada por los poderes federales y estatales?
A nivel nacional AMLO ha fijado insistentemente sus prioridades. Ha dicho hasta el cansancio que la corrupción es el problema toral. Sacar a las mafias del poder se ha convertido en la bandera programática de su campaña. De la actual y de las anteriores. Ese, es el punto de partida, el resto parecería irrumpir por añadidura. Andrés Manuel tiene razón. Los gobernantes corruptos le han hecho un daño incuantificable a este país y por eso precisamente un movimiento que busca limpiar de ese lastre a México tendría que fijarse a quién le brinda hospedaje político. Es muy difícil creer en la redención por vía relámpago divino. Ante la radical flexibilidad en la admisión de personajes de no muy grata memoria solo queda señalar que el depredador se suele disfrazar de oveja solo para despistar a sus propios depredadores.
Pero volviendo al candidato, no hay duda que López Obrador es un político honesto. A estas alturas, como él lo dice, si tuviera cola que le pisen ya lo hubiera destrozado la “mafia del poder”. En un país como el nuestro, el que un político de arena nacional lo sea, es planta que no abunda. Ese simple atributo le adscribe, por su simple singularidad, un capital político que los electores eventualmente pueden valorar. Por supuesto, los atributos personales de un candidato no son suficientes para generar un buen gobierno, pero en una etapa de campaña, esos elementos pesan más de lo que se pudiera pensar. En México, como ocurre en muchas partes del mundo, las campañas no se ganan porque los electores hagan un desmenuzamiento concienzudo del programa o de la doctrina del partido o de los candidatos. Las razones del triunfo suelen ser otras. El hartazgo del pueblo, simplemente, en ocasiones, puede ser la diferencia.
De Andrés Manuel, llama la atención precisamente su deferencia al pueblo. Ese pase que hace constantemente hacia la consulta, en ciertas zonas es muy loable. Consultar a los maestros, por ejemplo, para reorientar las cosas en torno al problema educativo, para que no se trate solamente de una reforma de aparente equilibrio administrativo, sino de una reforma de fondo, que acabe con simulaciones y ataque el subdesarrollo educativo.
Pero en otras áreas la deferencia al pueblo sencillamente ya no se ocupa. En ciertos asuntos, voltear al mito de la cuantificación popular antes que beneficio es riesgo. Me refiero, por supuesto al tema de los derechos. Andrés Manuel, candidato, debe entender que no se trata de un tema menor. El tema de los derechos debe estar, cuando menos, en el mismo nivel que su temas prioritarios. Aborto, matrimonio igualitario, adopción llevada a cabo por personas del mismo sexo no son asuntos menores que, como tal, se deban someter al pulso mayoritario. Sí a una deliberación con alta carga argumentativa, inclusive con diálogos interorgánicos, pero no someter a una consulta popular como si se tratara de elegir al rey feo de la escuela.
A Andrés Manuel, candidato, el vaivén mayoritario lo favorece, y muy probablemente las cosas se mantengan así hasta el primero de julio, pero debemos entender que, como lo suele decir algo de lo mejor que se ha escrito al respecto, las mayorías tienen también “cotos vedados”. Un candidato, un presidente, y con más razón un estadista, deben entender que cuando los derechos se ponen a disposición de las mayorías, el camino al retroceso se estaría pavimentando, por más exitosa que sea la lucha contra la corrupción.

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