Opinion

Lección de vida

Cecilia Ester Castañeda/
Escritora

2018-03-28

Competencia Mundial de Diseño, del 5 al 9 de abril en California; Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, del 3 al 19 de agosto en Colombia; Campeonatos Mundiales Juveniles de Ajedrez, 16 de octubre al 1 de noviembre en Grecia…
Estos tres eventos tienen en común a juarenses inscritos para participar representando a nuestro país. Se trata, respectivamente, de ocho estudiantes de la UACJ, un ciclista de alto rendimiento y tres alumnos del Colegio de Bachilleres 6 que han logrado en distintos ámbitos el nivel necesario a fin de calificar en competencias internacionales.
Pero en México, lo anterior no solo significa talento, preparación, perseverancia y metas cumplidas. También implica una carrera contra reloj en busca de fondos para solventar el viaje.
Los estudiantes universitarios de Ingeniería en Aeronáutica, según el comunicado de Comunicación Social de la UACJ, dedicaron todo un año a recaudar el dinero. El Diario informó que sigue en promesa la beca prometida por el Instituto Chihuahuense del Deporte a Manuel Alejandro Reséndez Landa, poseedor de dos récords nacionales de la Copa Federación de Pista Juvenil y Élite, mientras que la respuesta por parte del Instituto Municipal del Deporte de Ciudad Juárez para el ciclista preparatoriano de 19 años ha sido puertas cerradas. En cuanto a Reyna Payán, Luis Payán y Fausto Muñoz, aún deben completar los 180 mil pesos necesarios para competir en el evento de la Federación Internacional de Ajedrez a pesar del apoyo del Cobach, señaló este medio.
Participar en torneos de cualquier tipo casi siempre requiere dedicarse a buscar patrocinios para costear material, equipo, traslados, entrenamiento, clases, inscripciones, comidas, curaciones, hospedajes. Y eso toma tiempo, tiempo que, idealmente, el competidor dedicaría a concentrarse en mejorar su nivel.
Fuera de los eventos organizados por escuelas o asociaciones especializadas, que más bien parecen diseñados a fin de estar sacando constantemente dinero a los padres sin elevar el nivel competitivo, los torneos contribuyen de varias maneras a la formación de las nuevas generaciones. Implican disciplina, fijación de objetivos, desafío, trabajo en equipo -aunque solo haya un participante oficial-, respeto de reglas, sentido de pertenencia, la emoción de una experiencia fuera de la rutina, manejo de la presión, la sensación de logro, reconocimiento, aprender a ganar y a perder. Constituyen, en resumen, una lección de vida.
Pero no solo los participantes salen ganando. Tener representantes en alguna competencia también sirve al resto de la sociedad, siendo motivo de arraigo y de orgullo, sentando ejemplos para personas de todas edades, despertando posibilidades e incentivando a buscar la excelencia en cualquier actividad.
A los más jóvenes, los involucra como parte de una sociedad que en demasiadas ocasiones parece olvidarlos y abre puertas probablemente antes insospechadas. Ver participar a alguien similar a ellos los ayuda a confiar en sí mismos así como a contribuir con su talento.
Veamos el caso de Gustavo Maass, el ajedrecista nacido en 1963 en cuyo honor se entrega desde el 2009 el Premio Municipal a la Juventud. A los siete años Maass aprendió el llamado juego-ciencia, a los 10 ya había ganado como invitado una competencia de secundaria y, a falta de promotores, a los 12 organizaba torneos junto con su hermano de 10.
A los 16 años Maass representó a México en el Campeonato Mundial para menores de 17. A los 18, fue nombrado presidente de la Asociación Estatal de Ajedrez, a los 20 obtuvo la categoría de maestro de la Federación de Ajedrez de Estados Unidos y a los 22 la de maestro nacional mexicano de la FIDE.
“Es difícil comprender que aún no haya recursos para atender estos eventos”, opinó en entrevista, quien dijo haber sido respaldado por su familia, alguna vez por el DIF nacional… y haberse quedado esperando más de un patrocinio prometido.
Debemos encontrar esquemas más eficaces para financiar a los jóvenes sobresalientes listos para representarnos. Pero cuando veo grupos de danza folklórica de secundaria bailando en los semáforos me pregunto la razón de que no tengan acceso a un escenario menos peligroso donde se les pague o se cobre la entrada a fin de costear un viaje escolar.
¿Qué estamos haciendo mal?

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