Opinion

Una nueva y compleja generación

Elvira Maycotte/
Escritora

2018-03-27

Desde este mismo espacio de opinión, una colaboradora ha planteado en varias ocasiones la necesidad apremiante de atender a la niñez. Señala con justificada razón que la infancia se ha invisibilizado y nos previene de las problemáticas que todos, y no solo los infantes, habremos de enfrentar ante este grave descuido que estamos cometiendo como sociedad y que, como tal, necesariamente vamos a enfrentar sus consecuencias.
Hasta aquí pareciera que todavía tenemos tiempo para un respiro, que el problema no es inmediato porque el destino nos va a alcanzar hasta dentro de algunos años; pensarlo así puede llegar a tranquilizarnos y hasta ayudarnos a calmar nuestra conciencia al hacernos creer que aún es tiempo para planear y activar estrategias que contrarresten las consecuencias y huellas de las omisiones de la sociedad de las que todos somos cómplices.
Mas no, amigo, esto no es así. Con nuestra falta de compromiso hemos puesto en marcha una bola de nieve, que mientras más avanza va haciendo suya la podredumbre que encuentra en el camino: hábitos, vicios y estilos de vida que al fusionarse desatan una serie de efectos tan desconocidos como complejos, a grado tal que preferimos engañarnos y fingir que nada sucede.
Quienes compartimos las aulas con jóvenes universitarios nos hemos dado cuenta de que los otrora niños en el período de la violencia hoy son jóvenes que nos enfrentan a nuevos retos. Ser maestros de jóvenes de una generación como la actual nos coloca en un dilema: nuestros alumnos son aquellos niños cuyo padre fue asesinado; la niña cuya madre fue violada; aquellos que son ignorados por sus padres por no haberlos deseado, o bien, por tener la necesidad de optar entre comer y trabajar.
Los casos que vemos en la vida real superan la ficción; en un trabajo de vinculación con la comunidad. Nos encontramos con casos en donde niños de no más de 12 años han perdido tanto el respeto a la vida que son capaces hasta de matar a sus compañeros en un simple “juego” de bullying… y lo hacen sin arrepentimiento alguno. La autoestima de nuestras jóvenes es tan baja y viven con tanto temor, que soportan maltratos físicos y amenazas por parte de sus novios, no digamos sus esposos; algunas otras son violentadas por sus padrastros y procrean hijos con la anuencia de sus propias madres. Otros más lastiman ellos mismos sus cuerpos, satisfaciendo de manera insana a través de su dolor físico su necesidad de ser apreciados; o jóvenes introvertidos incapaces de establecer comunicación y relaciones de compañerismo a causa del aislamiento al que han sido sometidos.
Hoy en las universidades los maestros estamos afrontando nuevos perfiles de alumnos porque los niños ya se nos hicieron jóvenes y no sabemos cómo debemos tratarlos. No tenemos la certeza de conocer el límite entre nuestra responsabilidad en el ámbito académico y el apoyo que pudiéramos darles para su formación personal… ¿O eso no nos corresponde? ¿Hasta dónde, como tutores, pudiéramos ayudarles a amarse a sí mismos, si todos estamos inmersos en una sociedad que cosifica tanto a hombres como mujeres? No cabe duda, también nosotros, los maestros, nos hacemos pequeñitos ante esta nueva situación que no sabemos cómo abordar.
Como maestros, pero también los padres, debemos caer en cuenta que el rol tradicional ya fue rebasado. Por nuestra parte, los docentes de todos los niveles, incluyendo los universitarios, tendremos que aprender a acompañar a alumnos cuyo perfil ha sido moldeado por los valores que la sociedad les ha impuesto. No debemos abstraernos de ello, o seremos nosotros quienes estemos viviendo en un mundo irreal y, en nuestro afán de formar hijos y profesionistas para que se desarrollen con congruencia en su comunidad, no vaya a ser que provoquemos una paradoja en la cual los alumnos se debatan entre el ser y el hacer.
Todos estamos desorientados. El destino ya nos alcanzó y la indolencia nos está cobrando factura. Para ahorrarnos más sorpresas resta ahora, pienso yo, poner atención, dar la palabra, prestar nuestros oídos y actuar en consecuencia.

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